En su obra magna acerca de la imagen de Dios, Clines afirma con razón que «la importancia de la doctrina está fuera de toda proporción con el tratamiento escueto que recibe en el Antiguo Testamento» Mencionado en solo un puñado de textos bíblicos, es la verdad fundamental de la que se deriva una comprensión adecuada de la humanidad.

A riesgo de ser demasiado simplista, ser hecho a la imagen de Dios infiere la idea de representación. En consonancia con la ideología del antiguo Cercano Oriente, un portador de imágenes es alguien que actúa en nombre de su rey. Él es responsable de comunicar y ejecutar la voluntad de su soberano.

Las implicaciones de esto son significativas. Al nivel más básico puede decirse que el papel de todo hombre y mujer es representar al Creador. Todos somos responsables de pensar, hablar y actuar de manera que proyecte su persona, mente y voluntad. A su vez, esto requiere que todos sean estudiantes. Para ser portadores de la imagen con éxito, todos debemos esforzarnos por comprender mejor al Rey al que representamos, y al mundo que es su dominio.


Debemos ser estudiantes vitalicios


¿Qué debemos estudiar? En parte, la respuesta es la teología. Si queremos proyectar a Dios con precisión, debemos estar siempre creciendo en nuestra comprensión de Él. Este aprendizaje se suele llevar a cabo mediante el ministerio de una iglesia local. A medida que nos sentamos bajo la predicación fiel y enseñanza de la Biblia, semana a semana, aumentamos nuestra comprensión de Dios y así nos equipamos mejor como portadores de la imagen. Pero nuestros estudios no tienen por qué detenerse ahí. De hecho, no deberían. En pocas palabras, la búsqueda del conocimiento en cualquier área de la vida facilita una representación más precisa del Creador dentro del orden creado. Nos equipa para cumplir nuestro papel en su mundo.

Por tanto, no se trata de que solo debamos estudiar a Dios, sino que nuestros estudios deben estar centrados en Dios. Buscar la excelencia en las matemáticas es algo maravilloso, siempre que el cálculo se entienda como parte de una economía divina. Esforzarse por dominar una lengua es un objetivo loable, siempre que los sistemas verbales se entiendan como un don otorgado por Dios. Aunque no siempre es obvio cómo orientar nuestros estudios de esta manera—de hecho, las afirmaciones de la posmodernidad a menudo nublan tales relaciones—es una habilidad que debemos aprender. De hecho, solamente cuando nuestros estudios son intencionadamente teocéntricos avanzamos realmente como portadores de la imagen del Rey.

Una vez reconocido que la imagen de Dios proporciona un incentivo para el estudio, ¿hay algo más que pueda decirse sobre los medios por los que aprendemos? Lamentablemente, a menudo se dedican muchas horas a la búsqueda del conocimiento con poco fruto discernible.


Pensar bien en cómo aprendemos es fundamental.


Si deseamos ser aprendices de por vida y mejorar continuamente nuestra capacidad de representar a Dios dentro de su orden creado, un puñado de buenos hábitos de estudio podría resultar inestimable. Pensar bien acerca de cómo aprendemos es fundamental. La siguiente lista comprende tres principios generales que creo que son esenciales en nuestra búsqueda del conocimiento.

Primero, aprende a hacer preguntas.

Vivimos en la era de la información. Tenemos más información a la mano que cualquier otra generación previa. Podemos buscar cualquier pregunta y tener la respuesta en cuestión de segundos. Esto no es necesariamente algo bueno. Este acceso sencillo a la información impide el sentido de la curiosidad. En pocas palabras, la era de la información nos está enseñando a dejar de pensar. Nos anima a dejar de preguntarnos.

El problema de esto es claro. Como bien señaló Sócrates, no se puede educar a alguien con una respuesta hasta que no invierta personalmente en hacer la pregunta. Hay que fomentar la curiosidad antes de que pueda comenzar el verdadero aprendizaje. Si ya no nos hacemos preguntas, entonces ya no estamos aprendiendo. Debemos ser los que reflexionan. Debemos ser inquisitivos.

Segundo, busca clarificación en lugar de acumulación.

Si nos disciplinamos para cerrar las posibles distracciones y ejercitar el sentido de la curiosidad, comenzaremos a hacer preguntas. Este es el primer paso hacia un aprendizaje significativo. A partir de ahí, debemos asegurarnos de que hacemos las preguntas correctas. No importa lo que te hayan dicho en la escuela, existe tal cosa como una pregunta mala. Entonces, ¿qué es una buena pregunta?

Principalmente, aquellas que buscan clarificación son preferibles a las que buscan acumulación. Dicho de otro modo, suele ser mejor entender bien una cosa que tener un conocimiento mediocre de muchas cosas. Debemos esforzarnos por alcanzar la excelencia en un área en lugar de intentar forjar una fachada de excelencia en muchas áreas. Mi consejo constante a los estudiantes es que elijan una cosa y la persigan. Busquen el dominio de una disciplina. Esto empieza por plantear preguntas clarificadoras en lugar de acumulativas.

Tercero, busca la síntesis además del análisis.

Con el riesgo de parecer contradictorio, también debemos formular preguntas que persigan la síntesis además del análisis. Si el análisis aísla un concepto y lo investiga hasta la enésima potencia, la síntesis busca comprender ese mismo concepto en un marco mucho más amplio. Como pensadores posteriores a la Ilustración, tendemos a ser muy buenos en el análisis, en detrimento de la síntesis. Por cierto, esto no viola el principio de perseguir la clarificación por encima de la acumulación, porque el énfasis está siempre en la comprensión, más que en la mera recopilación de información. Así, seguimos buscando la clarificación, pero lo hacemos reconociendo la naturaleza interconectada de disciplinas aparentemente no relacionadas.

Este tercer principio nos llevará a menudo a plantear preguntas que de otro modo no nos haríamos. «¿Cómo afecta la idea 'A' al principio 'B'?», «¿Existe un solapamiento entre 'C' y 'D'?», etc. La síntesis no sólo explica a menudo cosas que el análisis no puede explicar—porque necesariamente sondea un conjunto diferente de preguntas—sino que con frecuencia produce una apreciación más completa y rica de la vida misma. De hecho, la síntesis, junto con el análisis, nos llevará a un aprendizaje más holístico y teocéntrico. Este es el tipo de estudio necesario para que crezcamos en nuestra capacidad de representar a Dios, siendo portadores de su imagen exitosamente.


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