«Es justo que yo sienta esto acerca de todos vosotros, porque os llevo en el corazón, pues tanto en mis prisiones como en la defensa y confirmación del evangelio, todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia. Porque Dios me es testigo de cuánto os añoro a todos con el entrañable amor de Cristo Jesús»
Filipenses 1:7–8
Los pastores necesitan amistades piadosas. La vida de un pastor puede ser alegre y satisfactoria y al mismo tiempo ser una lucha desgarradora. ¿Quién te lanza un salvavidas cuando la tormenta arrecia? ¿Te aíslas encogiéndote por dentro en autocompasión o miedo? ¿Te faltan amistades con otros creyentes porque te has vuelto orgulloso y territorial? Pablo deja muy poco espacio para estas emociones en su carta a los Filipenses. ¿Te han criticado injustamente? Pablo lo fue. ¿Te han negado oportunidades de ministerio por circunstancias imprevistas? Pablo lo fue. ¿Has naufragado? ¿Te han echado de la ciudad? ¿Te ha mordido una serpiente? Creo que Pablo nos gana en cuanto a los desastres ministeriales, no importa lo atribulado que estés. Finalmente, Pablo fue encarcelado por su fe. Desde esa misma celda no escribió una carta de autocompasión o de indignación santurrona, sino una carta de amor a su rebaño. Pablo sentía un profundo afecto por los cristianos de Filipos. Estaban en su corazón y continuamente en su mente.
Dios ha puesto en nuestros corazones el deseo de compartir un vínculo estrecho con los demás por el gran amor que tiene por su pueblo.
Si bien es cierto que Pablo estaba confinado en una celda cuando escribió Filipenses, también es cierto que ninguna cadena o guardia de la prisión podía impedir su comunicación con su Padre celestial, y como resultado, su conexión con sus hermanos y hermanas en Cristo. Es evidente que, mientras oraba, el Señor traía a su mente a los creyentes con quienes compartía las mismas convicciones y fe en el Evangelio. Este vínculo con el cuerpo de Cristo sostuvo a Pablo en sus momentos más oscuros.
El poder sustentador del compañerismo cristiano es una gran bendición que está a nuestro alcance. Ya sea que te apartes por autocompasión o egoísmo, las Escrituras señalan claramente la necesidad de la unión cristiana. El compañerismo con otros creyentes fortalece nuestro camino, nos acerca al Salvador y pone en perspectiva las luchas mundanas.
Pero, ¿qué fue lo que le dio a Pablo una conexión tan profunda con esta congregación en medio de su aislamiento? En primer lugar, Pablo y la gente de Filipos eran partícipes de la gracia. En otras palabras, eran verdaderos creyentes. Esta unidad de fe resultó en una unidad de corazón mientras trabajaban juntos con un enfoque en común. Para los creyentes de hoy, este tipo de vínculo se forma a menudo a través de experiencias compartidas en el ministerio. Muchos de nosotros hemos experimentado el alegre privilegio de participar en el trabajo misionero local e internacional. Siempre me sorprende el estrecho vínculo que se forma cuando se trabaja con otras personas que comparten mi pasión por Cristo. La genuina conexión que se comparte entre personas que han sido cambiadas por la gracia de Dios es una maravilla que el mundo no puede duplicar. La Iglesia siempre ha sido bendecida con la amistad, tanto en la época de Pablo como en la nuestra.
A medida que Pablo y sus seguidores defendían y confirmaban con entusiasmo el Evangelio, este vínculo de comunión se fortalecía. La Biblia instruye que los verdaderos creyentes deben estar dispuestos a dar razón de la esperanza que tienen en Cristo (1 Pe. 3:15). Hay veces que puedes compartir el Evangelio, y para la gloria de Dios, la gente se salva. Sin embargo, también puedes evangelizar en otro momento y encontrarse con que es objeto de persecución. No importa el resultado de tu obediencia, necesitas amigos piadosos que estén a tu lado para celebrar las victorias y apoyar la proclamación de la verdad frente al rechazo. Pablo se benefició mucho de tales amigos.
Por último, el amor de Pablo por los filipenses provenía de su gran afecto por ellos. De hecho, la Biblia de las Américas conecta el amor con las «entrañas», una asociación poco común en nuestra mente. Aunque el uso de esta palabra puede parecer raro, transmite una forma muy útil de ilustrar el punto de Pablo. Las entrañas se consideraban la sede de las emociones humanas, y tal expresión transmitía los sentimientos más profundos posibles. En otras palabras, Pablo tenía un amor tan fuerte por su familia cristiana que lo sentía en lo más profundo de su alma. No se trataba de un mero conocimiento, era una conexión intensa y emocional con personas cuyos corazones estaban unidos e interconectados. ¿Tienes ese tipo de relación en tu ministerio? Es la imagen de una madre sosteniendo a su bebé recién nacido, mientras siente instantáneamente una conexión profunda con él. O un reencuentro entre dos soldados separados desde hace tiempo, pero unidos para siempre porque lucharon juntos como hermanos.
Este es el cuadro que Pablo pintó a través de sus escritos. Cuando no podía estar presente para mostrar sus sentimientos físicamente, utilizaba las palabras más intensas a su disposición para comunicar lo que estaba en su interior. Él fue un hombre de celo apasionado, incluso en los días previos a su conversión—como Saulo—vemos la intensidad y determinación con la que llevaba a cabo su odio al pueblo de Dios. Pero ese celo, en manos de un Dios poderoso, se derramó aún más en sus cartas hacia los creyentes, de tal manera que no podemos sino asombrarnos del poder con el que Dios transformó a Saulo en Pablo. Como lectores de las Escrituras, somos testigos de su profundo y permanente amor por sus compañeros pecadores, salvados por la gracia.
En su carta, Pablo subraya que lleva a sus amigos cristianos en su corazón y que siente afecto por ellos (versículos 7–8). Podríamos decir que tanto su corazón como su mente están llenos de gratitud por estos creyentes. En parte, la alegría que sostuvo a Pablo durante esta difícil etapa de su vida tiene su origen en su amor por los Filipenses.
En esto vemos la belleza y la necesidad del compañerismo cristiano. En una cultura como la nuestra, en la que se valora mucho la independencia, es tentador para los pastores tratar de ministrar completamente solos. ¿Qué pasaría si invertir en amistades cristianas significará tener que revelar una debilidad, o peor aún, llevar la carga de otro? Demasiados sienten que el riesgo no vale la pena. Sin embargo, no es así como el Señor ha diseñado la vida cristiana.
Filipenses 1:7-8 es un recordatorio sincero de la bendición de las amistades cristianas.
Se ha dicho que los verdaderos amigos duplican nuestra alegría y reducen nuestras penas a la mitad.
Este concepto era la realidad de Pablo cuando escribió el primer capítulo de Filipenses. Aunque estaba confinado en una celda, no estaba solo. Tenía la presencia del Espíritu Santo para confortarlo, inspirar sus escritos y saber que sus hermanos y hermanas cristianos oraban constantemente por él y pensaban en él. Saber que sus amigos le recordaban y se preocupaban por él, le proporcionaba una sensación de satisfacción y alegría que impulsaba a su corazón a sentir un profundo afecto a pesar de las abrumadoras circunstancias.
En una época de la vida, puede que seas tú quien, como Pablo, esté sufriendo y pasando necesidad. En otras ocasiones, puede que te parezcas más a la congregación de los Filipenses, alentando y sirviendo como guerreros de oración en favor de otro. En cualquier caso, debes cultivar amistades profundas enraizadas en un amor compartido por Cristo. Mientras vivamos en esta tierra, Dios seguirá utilizando las pruebas y el sufrimiento para refinarnos y prepararnos para nuestro hogar celestial. Hasta entonces, debemos cultivar amistades afectuosas con otros creyentes, tanto para ser una bendición como para ser bendecidos mientras esperamos el Cielo, donde nunca más tendremos que despedirnos de nuestros amigos cristianos.