Hace algún tiempo, al leer la excelente biografía de Jonathan Edwards escrita por Ian Murray, encontré muchos aspectos en común en los cuales podía identificarme con Edwards, en especial las angustias personales que él sostuvo como pastor de una misma iglesia por veintitrés años. Y después de tantos años su mismo rebaño votó en despedirlo.
Aunque nunca he sido expulsado de una iglesia como fue el caso de Edwards, sé lo que es ser objeto de una controversia, tanto dentro como fuera de la iglesia. Sin embargo, a pesar de los retos, no hay llamado más privilegiado que el ser ministro de Jesucristo. El ministerio en la iglesia local puede ser difícil, pero las recompensas son superiores a los desafíos.
Puedo pensar en por lo menos diez razones por las que me gozo en el privilegio de servir como pastor de una iglesia local.
1. La iglesia es la única institución que Cristo prometió que construiría y bendeciría. Él dijo: "Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella" (Mateo 16:18). El propósito de Cristo en el mundo es llamar a si mismo un pueblo que vivir para la alabanza de su gloria. Él está edificando una iglesia, y en dicha verdad tomo gran paz y confianza al estar agradecido en ser una pequeña parte en la gran obra del Señor.
2. Las funciones del Cuerpo toman lugar en la iglesia. La iglesia es donde Dios ha ordenado que su pueblo se reúna para celebrar la Cena del Señor, adorarle y exhortar y edificarse mutuamente. Para mi es un gozo llamar al pueblo de Dios a la adoración, como el salmista lo dijo: "Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano" (Salmos 95:6-7).
3. La iglesia es donde la Palabra de Dios es proclamada con regularidad. Dios utiliza la predicación de la verdad de la Escritura como el mayor fin humano para dispensar su gracia. El apóstol Pablo mandó a Timoteo a "predicar la Palabra" (2 Timoteo 4:2). Yo tengo el privilegio de proclamar el mensaje de Dios a su pueblo, un mensaje de gracia por medio del cual él salva y transforma vidas, domingo tras domingo.
4. Al prepararme para predicar y enseñar, tengo la oportunidad de estar centrado en el estudio de la Biblia y en comunión con Dios. Por cada hora que paso en el púlpito existen muchas más horas que ya he pasado en oración y preparación. Aquellas horas que paso en la presencia de Dios semana tras semana son un alto y sagrado privilegio.
5. Tengo el profundo gozo de invertir mi vida en una comunidad especifica de creyentes. Soy responsable delante de Dios por las vidas de las personas que él me ha dado para que pastoree. Como pastor de una iglesia local tengo la responsabilidad de cuidar de mi rebaño tal como un pastor cuida de sus ovejas. Junto con el cuerpo de ancianos de la iglesia, estamos llamados a velar por sus almas "como quienes han de dar cuenta" (Hebreos 13:17).
6. El ministerio pastoral trae consigo un alto nivel de rendición de cuentas. Dado que las personas en mi iglesia me ven casi todos los días, ellos conocen lo que sucede en mi vida, mi familia, saben mis fortalezas y debilidades. Aprecio ese tipo de rendición de cuentas, me servia como una constante exhortaron para reflejar a Cristo en todo lo que digo y hago.
7. Como pastor, tengo el gozo de cultivar disciplina espiritual en la iglesia. Amo el reto de construir un equipo de liderazgo espiritual eficaz de las personas que Dios ha traído a la iglesia. Cuando alguien comienza un negocio puede contratar a las personas que desee, pero es una cosa completamente distinta comenzar con las personas que Dios ha llamado, pues de acuerdo a los estándares del mundo somos personas necias, débiles y menospreciadas (1 Corintios 1:26). Dios revela su gran poder al demostrar al mundo que aquellos don nadie son sus tesoros más preciados.
8. El pastorado abarca todo aspecto de la vida. Comparto la alegría de los padres por el nacimiento de un niño así como el dolor de los niños por la muerte de una madre o padre. Celebro bodas y doy consuelo en funerales. Existe una cierta imprevisibilidad en mi llamado, una aventura completamente distinta podría comenzar en cualquier momento. Es precisamente en aquellos momentos que el pastor va más allá de su sermón y se para entre Dios y las vidas de su gente.
9. Las recompensas en la vida de un ministro son maravillosas. Me siento amado, apreciado y confiado, todo como resultado de ser un instrumento que Dios ha utilizado en el progreso espiritual de su pueblo. Sé que mi iglesia ora por mi y se preocupa por mi, por lo cual debo a Dios toda mi gratitud. Me siento honrado en ser el canal por medio del cual Dios da a conocer su gracia, el amor de Cristo y el consuelo del Espíritu Santo.
10. Existe un gran gozo en hacer lo que Dios me ha llamado a hacer. De hecho tengo miedo de no ser pastor. Cuando tenía dieciocho años el Señor me echó de un auto que conducía a 120 kilómetros por hora. Por la gracia de Dios no morí. Mientras que me encontraba tirado en medio de la carretera, sin haber perdido la conciencia, comprometí mi vida en servicio a Cristo. Le dije que no me resistiría más a lo que él quisiera que yo hiciera, lo cual era predicar su Palabra.
Dios me ha llamado a ser un pastor-maestro "a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio" (Efesios 4:12). La recompensa de ser pastor sobrepasa cualquier frustración que sienta en el ministerio. Y así como el apóstol Pablo yo "prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Filipenses 3:14).
****
John MacArthur es el presidente de The Master’s Seminary y pastor de la iglesia Grace Community Church. Sus predicaciones en el programa de radio Gracia A Vosotros son escuchados alrededor del mundo. Él y su esposa Patricia tienen cuatro hijos y quince nietos.
Publicado originalmente en ingles aquí.