“Suicidio: El acto de quitarse la vida uno mismo al no desear continuar viviendo” (Merriam Webster).
Resulta relativamente fácil en la teología reflexionar y resolver los grandes misterios de la vida desde lo hipotético. Podemos preguntarnos: “Si un creyente se suicida, ¿irá a cielo?” como un ejercicio mental sin siquiera detenernos a pensar en aquella alma herida y abatida que ha llegado hasta tal punto que se encuentra considerando lo inimaginable. Por lo tanto, me gustaría tomar esta discusión teológica no como un ejercicio mental sino desde una perspectiva pastoral.
¿Puede usted quitarse la vida y ser salvo?
Me conmueve el corazón el pensar en los motivos que pudieran llevar a alguien a enfrentarse con esta difícil situación. Pero sé que Dios es misericordioso y que a su diestra está aquel Hombre que en virtud de su humanidad comprende exactamente el dolor que experimenta y que, por su completa divinidad, posee el poder omnipotente para ayudar a cualquier persona en esa situación. Si alguna vez se encuentra preguntándose esto, corra a Dios y encontrará reposo para su alma. Si está en esta situación, hay muchas más cosas que me gustaría decirle, además de querer mostrarle cariño y compasión… pero lamentablemente un artículo no es el lugar adecuado para esto, por lo que le ruego que busque ayuda en una iglesia local que sea bíblica y que le puedan ayudar.
Sin embargo, hay algunas cosas más que debo decirle con respecto a este tema:
En primer lugar, si se dice ser cristiano, debo recordarle que la Biblia afirma con absoluta claridad que sólo aquel que persevera hasta el fin será salvo (Hebreos 3:14; Colosenses 1:21-23). Como personas, nosotros podemos profesar lo que queramos. La única forma de saber si nuestra fe es genuina o no, es por medio de la observación al ver si esta produce fruto en nosotros. Por esta razón debo preguntarle: ¿Está descansando en su propia justicia, pensando que alguna obra o palabra que haya hecho o dicho le garantiza su salvación? O bien: ¿Se encuentra confiando en el sacrificio substitutorio de Cristo a su favor, deseando glorificar a Dios en todo, incluso con su propio cuerpo? Recuerde que la fe sin obras no es fe, y por lo tanto no puede salvar (Santiago 2:17).
El problema es que el pecado es engañoso y, por lo tanto, es fácil que alguien que esté en un estado de depresión profunda piense: “Si Dios dice que perdona todos los pecados… pecaré una última vez ¡y listo! Todo pasará e incluso dejaré de ofender a Dios tanto." Esta lógica es satánica, egoísta y errónea. La Biblia nos enseña que el que persevera en el pecado no debería sentir ningún tipo de seguridad de salvación. Si usted permanece evidenciando frutos carnales mientras que al mismo tiempo piensa acabar con su propia vida en un último acto de desafío, la Biblia indica que aún está en tinieblas (1 Juan 3:9-10).
Ahora, usted podría argumentar diciendo: “Josías, pero si un asesino puede ir al cielo… entonces un suicida también, puesto que el suicidio es un auto-homicidio”. Es cierto que si un asesino se arrepiente y entrega su vida a Cristo será salvo. Pero al mismo tiempo esa persona dejará de matar y en lugar de eso dedicará su vida a Cristo y a sus hermanos en la fe; sería muy distinto si un asesino, profesando ser cristiano, continuara matando a personas hasta que muriera. Si esa persona continua pecando y se caracteriza por su pecado, entonces sigue siendo un asesino, y ningún asesino heredará el reino de Dios (1 Juan 3:15). Por lo tanto, debe usted saber que si se encuentra constantemente considerando el suicidio, y lo lleva a cabo, acabará su vida demostrando frutos del diablo, lo cual es absolutamente aterrador.
El punto es que si está considerando el suicidio, no estamos hablando solamente de un pecado serio del que necesita arrepentirse. Sino que estamos hablamos de un fruto carnal que debe llevarle a examinar su propia vida y valorar si realmente es salvo o no (2 Corintios 13:5), un examen difícil de pasar si se encuentra considerando quitarse la vida. Esta clase de auto-evaluación es sana, y cualquiera que sea el resultado, la solución es siempre la misma: arrepentimiento, por lo tanto no se desanime. Si se humilla delante e Dios y pide perdón en el nombre de Jesús, Dios le concederá perdón de pecados sin reservas ni parcialidad, y le dará la esperanza de que él le preservará hasta el fin para que pueda recibir una herencia maravillosa e inimaginable.
Puede ser que en este momento no lo vea de esta manera, y tal vez se la haga difícil ver la vida como un regalo de Dios. O tal vez se encuentre luchando para darse cuenta que la razón para seguir viviendo es el poder glorificar a Dios con todo su ser, confiando en que él traerá a sus hijos a su presencia en el momento exacto e idóneo (Romanos 8:28). Pero le ánimo a que recuerde que Dios perfeccionará la obra que ha comenzado en sus hijos (Filipenses 1:6), y que a lo largo de la historia, grandes hombres de Dios también han luchado contra las mismas tentaciones como las que usted enfrenta hoy. Y recuerde que Dios siempre ha demostrado su fidelidad al proveernos con los recursos necesarios para poder resistir a tales tentaciones y salir victoriosos en Cristo (1 Corintios 10:13).
Si un cristiano que conocemos se suicidó, ¿fue al cielo?
De nuevo, las palabras no me alcanzan a describir ni consolar el dolor, la incertidumbre y la angustia que alguien debe estar experimentando si se encuentra en esta situación. Y aunque lo más cómodo sería asumir que toda persona que haya profesado ser cristiano estará en el cielo, si nunca evidenció el fruto del Espíritu, no puedo atreverme a decir que alguien puede vivir una vida caracterizada por el pecado y al mismo tiempo ser salvo. Perder a alguien es sumamente doloroso, sí, pero una mentira no mejorará la situación. Al final de cuentas, debemos poner nuestra esperanza sólo en Dios y en lo que él nos dice en su Palabra.
Por otro lado, debo decir primeramente que yo no creo que la Biblia afirma la doctrina Católica Romana que enseña que todo el que comete suicidio va directamente al infierno. Ahora, para explicar por qué digo esto, debemos dar un paso atrás.
Quizá sería bueno comenzar por dar una buena definición bíblica de la palabra “creyente”. Dios declara en su Palabra que un creyente es aquel que ha sido predestinado, justificado y glorificado (Romanos 8:29-30; Efesios 1:3-14; 1 Pedro 1:3-5). La salvación no depende de ninguna obra humana, sino de Dios (Romanos 9:11-23). Por lo que no tendría sentido alguno pensar que un verdadero creyente puede terminar en otro lugar que no sea el cielo. Cuando alguien cree en Dios, todos sus pecados pasados, presentes y futuros le son perdonados. Somos declarados justos en el momento de nuestra conversión y nada puede revocar tal realidad. Esta es precisamente la razón por la que un verdadero creyente no necesita vivir constantemente con miedo, pensando que si su último pensamiento antes de morir fuera odiar a la enfermera del hospital, iría automáticamente al infierno, pues la “mató en su corazón” y nunca llegó a pedir perdón por ello. Aunque oro para que eso no suceda, lo cierto es que si llegara a pasarle a un creyente, éste ha de saber que ese pecado ya fue pagado en la cruz, aun antes de que sucediera (Colosenses 2:13-14). Todo cristiano muere sin haber llegado a la perfección, y aun así muere habiendo siendo perdonado y habiendo recibido la irrevocable promesa de salvación y glorificación (Efesios 1:13-14; cp. Juan 6:39-40; Romanos 11:29).
Por lo tanto, jamás deberíamos cuestionar el destino eterno de un creyente, pues como hemos visto, la Biblia claramente indica que irá al cielo. Dios preservará a todos sus hijos hasta el momento en el que lleguen a su presencia, incluso si estos han cometido suicidio. De hecho, me imagino que muchos cristianos han pasado por momentos donde han considerado terminar con sus vidas (de lo cual deben arrepentirse, lea Mateo 5:22), pero nuestra salvación como cristianos nunca se verá afectada por ninguno de nuestras obras, y ningún pecado jamás podrá eliminar la declaración divina de justicia delante de él (2 Corintios 3:18).
A muchos les cuesta reconocer el hecho de que es posible que un cristiano cometa suicidio y vaya al cielo, por temor a animar a una persona deprimida a cometer el pecado más horrorizaste. Por supuesto que sería la más grande de las tragedias si alguien se suicida pensando que es creyente, sólo para terminar en el infierno por causa de una falsa seguridad de salvación. Sin embargo, no debe ser el miedo el que nos guíe, pues si seguimos esta misma lógica, no seríamos capaces de decirle a un asesino que puede ser perdonado por temor a que otros puedan matar pensando que basta con pedir perdón después. Lo cierto es que la verdad nunca engendrará pecado en el creyente, sino que lo santificará.
La Biblia no dice en ningún lugar que el suicidio es imperdonable. De hecho, como capellán de hospital por varios años, he sido testigo de muchos casos extremos donde pareciera totalmente lo opuesto. Por ejemplo, qué ocurre con un creyente que ha sido fiel a Cristo durante décadas pero, tras sufrir un derrame cerebral, su capacidad mental se ve afectada y meses después se suicida en un momento de debilidad. ¿Debemos suponer que irá al infierno? Propongo este ejemplo con la esperanza de demostrar la gran diferencia que existe entre un creyente que comete un pecado que no ha caracterizado su vida como hijo de Dios y el incrédulo que se quita la vida evidenciando perfectamente su naturaleza caída sin Dios.
Conclusión
En resumen, Dios sabe quiénes son sus hijos y tales no pueden perder la salvación. Nuestra justificación está segura pues Dios mismo la prometió a aquellos que él salvó. Sin embargo, el único camino para saber si realmente somos salvos es por medio del fruto de nuestra fe, evidenciado a lo largo de nuestras vidas. Por lo tanto, si andamos en la luz podemos descansar que somos salvos (1 Juan 5:13; 1 Juan 1:7). Pero si permanecemos en las tinieblas, entonces deberíamos temer el estar profesando algo que realmente no lo somos (1 Juan 2:9).
El suicidio es un fruto carnal y satánico. Uno puede llegar a asumir que una persona salva no puede quitarse la vida, y de hecho, me inclino a pensar que la mayoría de quienes aun profesando ser cristianos cometieron suicidio, realmente no eran lo que decían ser. Sin embargo, no debemos afirmar que todo el que termina con su vida va al infierno, pues tal afirmación sería cometer un pecado también terrible, el de atacar la naturaleza misericordiosa de Dios el cual promete salvar a todos sus hijos. Por lo que podemos concluir que ningún acto humano jamas podrá superar el poder de Dios para preservar a todos aquellos a quienes él ha decidido salvar.
****
Josías Grauman tiene una licenciatura en idiomas bíblicos por The Master’s College y una Maestría en Divinidad (M.Div.) por The Master’s Seminary. Sirvió durante cinco años como un capellán en el Hospital General de Los Angeles, California. Después de lo que fue como misionero a la Ciudad de México. Actualmente se encuentra completando sus estudios del Doctorado en Ministerio (D.Min.). Josías y su esposa Cristal tienen tres hijos.