Cuando hablamos de salvación con base en lo que la Biblia enseña, debemos comenzar adecuadamente: La salvación comienza con Dios. La salvación no comienza por, ni depende del hombre. Quiero ser enfático en esto. La salvación no es de nosotros, es un don de Dios. Es un regalo preciosísimo porque la recibimos por gracia por medio de la fe. Esto no lo digo yo. Lo dijo el Espíritu Santo por medio de Pablo: “Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef 2:8–9). Por esa sencilla razón, nadie puede gloriarse en ser salvo. La gloria es sólo de Dios ya que Él es el autor de la fe de inicio a final. (Heb 12:2)

La Escritura presenta la salvación como obra soberana de Dios sin ninguna participación humana. Si somos salvos es porque Dios nos salvó. Él nos escogió, nos llamó, nos regeneró y nos justificó por Su gracia y poder. Si dependiese de nosotros mismos, no hubiésemos sido salvados porque no somos capaces de salvarnos por nuestros medios. Estábamos, en nuestro estado natural, muertos en delitos y pecados. Es por eso que el hombre está perdido sin esperanza, necesitado de un Salvador.

Un muerto no puede volver a la vida por sí mismo

La desesperanza del hombre sin Cristo es tal que la Biblia lo compara con un hombre que está muerto. Sabemos que es imposible que un muerto vuelva a la vida por sí mismo. Solo Dios da la vida y la quita. Nadie puede perder su vida y volverla a tomar. Juan 11 provee una excelente analogía que nos ayudará a entender este tema un poco más. Este pasaje relata la resurrección de Lázaro, uno de los amigos de Jesús. Lázaro estaba enfermo y sus hermanas mandan a llamar al Señor. (11:3) Jesús, les mandó el mensaje siguiente: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (11:4). Jesús intencionalmente retrasó Su llegada y Lázaro murió. Habían pasado ya cuatro días cuando se hizo presente. Sus hermanas le reclamaron, pensando que era imposible que Jesús le levantara de entre los muertos. ¡Era algo imposible a ojos humanos! Incluso cuando Jesús le dijo que resucitaría, Marta solo piensa en la resurrección futura. Tan imposible era a ojos del hombre lo que estaba por suceder. El relato sigue, casi llegando a su clímax:

Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús: Quitad
la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? (11:38–40).

Finalmente, llegó el momento tan esperado: “Habiendo dicho esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, ven fuera!” (11:43) Esto seguramente es algo que no se ve todos los días. ¡El Señor le dijo a Lázaro que se levantara de entre los muertos! He dirigido
varios servicios fúnebres, he visto muchos cadáveres, pero ¡nunca le pedí a un muerto que se levantara! Nunca dije: “señor Fulano, ¡levántate y anda!” Sería una pérdida de tiempo, además de ser una tontería. Un muerto no oye, no piensa y definitivamente no responde a ningún estímulo. Carece de voluntad y no tiene poder alguno. ¡Un muerto no hace nada! Pero, ¿qué pasó con Lázaro? Juan nos dice lo siguiente: “Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir” (11:44). Lázaro hizo exactamente lo que el Señor le mandó hacer. ¿Están leyendo lo mismo que yo? Un muerto no puede responder a un mandamiento. Es totalmente incapaz de hacerlo. Carece de la capacidad de responder porque no tiene vida. No está enfermo. Está muerto. Lázaro no podía responder por sí mismo. El punto acá es que Lázaro obedeció: Se levantó de entre los muertos. Él hizo algo que no se puede hacer. ¡Es simplemente imposible de hacer! Tal es la condición del hombre, sin Cristo, en su estado natural.

Haciendo posible lo imposible

¿Cómo, pues, sucedió algo que Lázaro no tenía la capacidad de hacer? ¿Cómo es posible que este hombre muerto respondiera al mandamiento de Jesús? Jesús le dio la habilidad y capacidad para responder. En el versículo 25, Jesús había dicho lo siguiente: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (11:25). Esto no era un dicho popular. No era un
fuerte deseo. Era verdad, y estaría por demostrarse no solo en el caso de Lázaro, sino mucho más allá. Jesús hizo posible lo imposible.

El milagro increíble que Jesús hizo con Lázaro es análogo al milagro de la salvación. Dios hace que un hombre espiritualmente muerto, incapaz e insensible a las cosas del Espíritu responda en fe al evangelio y experimente el nuevo nacimiento. El evangelio manda a hombres muertos a creer, entender, arrepentirse y abrazar por fe a Cristo. Francamente, el evangelio manda a muertos a hacer algo que ellos no pueden hacer por sí solos. Es por eso que la salvación no es de los hombres, sino que es de Dios. Es un don, un regalo inmerecido. (Ef 2:8–9) El milagro más grande es que haya transformado nuestras vidas, haciéndonos pasar de vida a muerte. ¡A Dios sea la gloria!