La Escritura revela que Dios existe y es real. Él es verdadero y es el único Dios. Por eso debemos adorarle. Debemos rendir nuestra rodilla, postrarnos, arrepentirnos y creer en Él. Como creyentes, sabemos que esto es verdad porque nos hemos arrepentido de nuestros pecados, hemos sido transformados por Él y creemos Su Palabra revelada a nosotros. Sin embargo, a menudo, al hablar de Dios con los incrédulos tratamos de convencerlos con argumentos racionales de la existencia de Dios en lugar de predicarles el evangelio según lo revela la Escritura. Tiempo atrás, traté de “evangelizar” a un hombre en mi ciudad utilizando el argumento trascendental para intentar convencerle que Dios existe. El argumento trascendental afirma que Dios es real porque es imposible demostrar lo contrario. Dios existe porque tú no puedes demostrarme que no existe o, dicho de otra manera, todo lo que existe en este universo—la realidad de este mundo—necesita de la existencia de Dios.
Las leyes de la física, las matemáticas, el lenguaje humano y los absolutos morales dependen de que haya un Dios para que funcione.
En otras palabras, si Dios no existiese no podríamos asumir que algo tan sencillo como dos más dos sea cuatro. No podríamos asumir que es verdad aquí en la Tierra y a la vez es verdad en Marte, en Júpiter, en Saturno y en cualquier otro rincón del universo a donde el hombre no haya llegado, porque si Dios no existe, dos más dos igual a cuatro es una invención del hombre. El hombre lo inventó. No podemos estar seguros de que aquello que el hombre ha creado, aquello que el hombre ha desarrollado, se
cumple en otras partes del universo donde el hombre no está. Los científicos envían a hombres al espacio, tenemos la estación europea internacional en el espacio, en órbita a la Tierra y, entre muchas fórmulas físicas y matemáticas de gran complejidad, esa increíble estación espacial está ahí porque simplemente depende de una fórmula tan sencilla como que dos más dos son
cuatro. El hombre puede enviar a otros seres humanos a la luna porque confía y espera que dos más dos sean cuatro tanto aquí en la Tierra como en la luna. Además, están planeando enviarlo a Marte porque confían que en Marte también se cumpla que dos más dos son cuatro. Si el hombre tiene esa presuposición, si tiene esa idea de que dos más dos son cuatro y se cumple en todo punto del universo, la única conclusión lógica es que hay un ser por encima del hombre que ha desarrollado esta fórmula
matemática de que dos más dos son cuatro y que la misma se cumple en todo el universo. Dios es un ser matemático y existe.
En mi plática con este hombre, seguí tratando de convencerlo en esa línea, añadiendo otro argumento racional como el de las leyes
federales. El tráfico de drogas es un delito federal en los Estados Unidos, independientemente del estado en el que cada ciudadano se encuentre. Traficar con drogas es un delito, ya que estés en California, en Wyoming o en Carolina del Sur, porque la ley federal, que está por encima de la ley estatal, determina que en todo el país es un delito traficar con drogas. Para que esa ley tenga un efecto y sea válida tiene que haber un gobierno federal que está por encima de los gobiernos estatales. Esta es la misma idea que lo que se mencionó con anterioridad: para que dos más dos sean cuatro en la Tierra como en Marte, tiene que haber una ley federal, tiene que haber un ser que puede estar a la vez en la Tierra y en Marte y que pudo haber dicho, “¿sabes qué? Dos más dos son cuatro”. El ejemplo de la ley federal se aplica a todo lo demás incluyendo, por ejemplo, los asuntos morales. Sea cual sea la cultura o
el país de que procedamos, a pesar de la terrible corrupción en la que vivimos, todos consideramos que el asesinato es un delito. Hay un absoluto moral. Sucede los mismo cuando consideramos que el abuso de niños es un delito terrible. Hay un absoluto moral independientemente de donde vengas, del lenguaje, costumbres y capacidades racionales de cada uno. A pesar de que los seremos humanos tenemos diferentes capacidades del habla, a pesar de hablar diferentes idiomas, a pesar de venir de diferentes países, de diferentes contextos y demás, el lenguaje es lo mismo para todos. Hay un comunicador que codifica un mensaje y
ese mensaje es descodificado por un receptor. La comunicación funciona así siempre. Aplicándolo a nuestro tema, es claro que por encima del hombre hay un ser que se extiende más allá de donde está el hombre y que ha determinado todas estas realidades. Para que existan las matemáticas, para que exista la química, para que exista la física, para que existan los absolutos morales, para que
exista el lenguaje, tiene que haber Dios. Sin Dios no podemos explicar esas cosas. Ese fue mi argumento y pensé, “ya está, gané el argumento”. Me sentía satisfecho de haber hecho uso de argumentos claros y racionales para probar que Dios existía.
Maestría en Ministerio Bíblico
La Maestría en Ministerio Bíblico tiene la oportunidad de satisfacer las necesidades de hombres con el deseo de un entrenamiento teológico sólido, pero que por distintos motivos no pueden prepararse de tiempo completo en el campus de The Master’s Seminary. El currículo actual educa a futuros pastores al más alto nivel, en áreas de exégesis bíblica, sana doctrina y habilidad homilética.
Esperando una respuesta a todo mi argumento, mis ojos se dirigieron a él y efectivamente, como pensé, este hombre se quedó sin palabras. Recuerdo haber pensado, “perfecto, solo falta que se ponga de rodillas y que reconozca que Dios existe, que él es un pecador rebelde que necesita arrepentirse y que quiere ir al cielo”. Para mi sorpresa, esa no fue su reacción. Este hombre, después de haberme escuchado atentamente, se levantó y se fue enfadado. No quiso seguir con la conversación, no quiso seguir hablando conmigo y fue en ese momento cuando por primera vez me di cuenta de mi error. Estaba equivocado en pensar que, si yo convencía a este hombre, él no tendría más remedio que aceptar el mensaje del evangelio. Sin embargo, ganar el argumento logró únicamente que el se quedara sin palabras. Este hombre se fue ofendido, dolido en su orgullo, y yo me quedé sin la oportunidad de predicarle a Cristo. Simplemente se fue. Mi excelente argumento no sirvió de nada. Todos podemos errar de esta manera o lo hemos hecho ya. Por más excelente que sea un argumento, no hace falta. Un argumento excelente te hará ganar una discusión o un debate, pero no hará que un alma sea transformada. En efecto, tuve una respuesta a mi argumento, pero esa respuesta estaba lejos de lo que esperaba haber logrado.
Usar el argumento trascendental para “hacer evangelismo” puede tener consecuencias catastróficas porque estamos perdiendo oportunidades de predicar a Cristo Jesús.
¿Cuántas veces no predicamos el evangelio porque tenemos miedo a no tener los argumentos correctos? Tal vez no hayas dicho esto audiblemente, pero seguro lo habrás pensado muchas veces. Aún más, ¿cuántas veces dejaste pasar la oportunidad de hablar de Cristo y las buenas nuevas de salvación tal como lo revela la Escritura? Muchas veces nos quedamos callados porque pensamos que no vamos a poder tener todas las respuestas. Nos intimida pensar que no tendremos argumentos para convencer a alguien. Pensamos que no sabemos cómo defender que el diluvio fue verdad, ni cómo explicar el relato bíblico de la creación en seis días de veinticuatro horas. Tememos comenzar a hablar porque pensamos, ¿qué pasa si no sé cómo demostrarle que la Biblia es la Palabra de Dios? Este miedo se traduce en una falta de evangelismo. En otras palabras, dejamos de evangelizar porque tenemos miedo a quedar expuestos y hacer el ridículo. Entonces, ¿cómo podemos solucionar este problema?
La respuesta a este problema es única y exclusivamente predicar a Cristo. (1 Cor 2:1–2) El apóstol Pablo dijo a los corintios que no fue a ellos tratando de ganar el argumento, sino que fue a predicar a Cristo. No tengas temor de abrir tu boca y articular el evangelio fielmente puesto que es “poder de Dios para salvación” (Ro 1:16). Tener temor al evangelizar es fruto de una apologética equivocada. Todos somos apologetas en un sentido u otro. Si eres Su hijo, debes proclamar Su verdad. Debes evitar pensar que tienes que demostrar que Dios existe para poder predicar el evangelio. Proclama el evangelio fielmente y deja los resultados a Dios. No debes demostrar lo mucho o poco que sabes, ni tratar de convencer racionalmente a nadie. Únicamente predica a Cristo. Abre tu boca y proclama el evangelio de Jesucristo.