Al mencionar "navidad" y "controversias" en la misma frase la mayoría de los evangélicos asumirán que estoy hablando de Santa Claus (Papá Noel), árboles de navidad o fiestas seculares de la temporada de vacaciones de invierno.
Pero desde una perspectiva histórica, existe una controversia mucho más significante que rodeó el nacimiento de Jesús durante los primeros cinco siglos de historia de la iglesia, y sus efectos persisten todavía en algunos círculos. Dicha controversia se centra en la esencia misma del nacimiento de Jesús: la doctrina de su encarnación.
Sin lugar a duda existe un elemento de misterio en la encarnación: ¿Cómo puede una persona ser al mismo tiempo verdaderamente Dios y verdaderamente hombre? Sin embargo, esa es precisamente la verdad milagrosa que la Escritura afirma con respecto a la persona de Jesucristo.
A pesar de que la Biblia claramente revela la doctrina de la encarnación de Cristo, tal doctrina fue atacada desde el comienzo de la iglesia.
Las sectas erróneas
Uno de los primeros grupos que rechazaron la doctrina de la encarnación fue el ebonismo, una secta legalista que negaba el nacimiento virginal y la idea misma de la encarnación. Ellos aceptaron el hecho de que Jesús era un hombre, pero rechazaron completamente la idea de que él era Dios en carne humana.
Asimismo, durante los siglos II y III fueron los gnósticos quienes negaron la encarnación. No sólo enseñaban que Cristo era uno de muchos dioses, sino que también rechazaban la idea de que su humanidad fuese real. En la enseñanza gnóstica, el cuerpo humano de Cristo no era más que una ilusión; y por lo tanto la encarnación jamás ocurrió, sino que fue sólo un espejismo.
En el siglo IV, los arrianos afirmaron la humanidad de Cristo pero negaron su plena deidad. En esencia, negaron que el Hijo fuese co-igual, co-eterno y co-esencial que el Padre. Ellos rechazaron la doctrina de la Trinidad, enseñando en cambio que el Hijo de Dios era en realidad un ser creado. Esta fue una de las razones por las cuales los líderes de todo el mundo cristiano se reunieron en el Concilio de Nicea en el año 325 d.C., y abrumadoramente afirman el hecho de que una comprensión bíblica de Jesús necesariamente incluye un reconocimiento tanto de su plena humanidad como de su plena deidad.
Aparte de los ebionitas, gnósticos y arrianos, podríamos añadir otras herejías cristológicas como el apolinarismo, nestorianismo y eutiquianismo (o monofisismo), todas las cuales negaron un entendimiento bíblico de la encarnación de Cristo.
SI CRISTO NO HUBIESE VENIDO, NUESTRA SALVACIÓN NO HABRÍA SIDO POSIBLE
La verdad bíblica
El Apóstol Juan abrió su evangelio con estas palabras: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. . . . Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros"(Juan 1:1, 14). Esos versículos resumen las dos verdades de la encarnación de Cristo: El Verbo es Dios, el Verbo se hizo hombre.
Jesucristo es "Emanuel", Dios con nosotros, y el resto del Nuevo Testamento afirma esa misma realidad.
Jesús, la segunda Persona de la Trinidad, verdadero Dios, siendo consubstancial y coeterno con el Padre, aquel por quien fueron creadas todas las cosas y aquel en quien todas las cosas subsisten, dejó la gloria del cielo para convertirse en un hombre, habiendo nacido en un establo para crecer hasta morir como criminal, con el fin de salvar a pecadores sin esperanza de las consecuencias eternas de su propia rebelión.
Este es el misterio y el milagro de la Navidad: Que Dios se hizo hombre para que los hombres pudiesen ser reconciliados con Dios.
Los herejes durante mucho tiempo han tratado de negar la verdad de la encarnación de Cristo, razón por la cuál esta teología ha estado en el centro de tanta controversia. Sin embargo, una correcta comprensión de esta doctrina es absolutamente esencial no sólo al significado de la Navidad sino también al mismo corazón del evangelio.
Si Cristo no hubiese venido, nuestra salvación no habría sido posible.
Al comentar sobre esta realidad gloriosa, Agustín de Hipona nos dejó con estas elocuentes palabras:
La Palabra del Padre, por quien todo fue creado, se hizo carne y nación por nosotros. Él, sin cuyo permiso divino ningún día terminaría su curso, seleccionó una día para su nacimiento humano…
El Creador del hombre se hizo hombre para que él que gobierna las estrellas, pudiera ser destetado como infante; para que él que es el Pan, pudiera tener hambre; para que él que es la fuente, pudiera tener sed; para que él que es la luz pudiera dormir; para que él que es el Camino, pudiera tener cansancio por los viajes; para que él que es la verdad, pudiera ser acusado por falsos testigos; para que él que es Juez de los vivos y los muertos, pudiera ser llevado a juicio por un juez mortal; para que él que es Justicia, pudiera ser condenados por injustos; para que él que es Disciplina, pudiera ser azotado con látigos; para que él que es la Fundación, pudiera ser suspendido en una cruz; . . . para que él que es vida, pudiera morir.
Para soportar estas y similares indignidades por nosotros, para liberarnos a nosotros, criaturas indignas, aquel que existía como Hijo de Dios desde antes de los siglos, sin un principio, optó por convertirse en el Hijo del hombre. Lo hizo, siendo sometido a todo tipo de grandes males por nosotros, a pesar de que él mismo no había hecho nada malo, y así nosotros, destinatarios de tantos bien recibidos de sus manos, no hicimos nada para merecer estos beneficios.
Éste es el corazón del evangelio y es la razón por la que celebramos esta época del año; y es la razón por la cual nos gozaremos alrededor del trono de nuestro Salvador por toda la eternidad.
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Nathan Busenitz (PhD) es profesor de teología histórica en The Master’s Seminary. Después de haber servido como asistente personal de John MacArthur, Nathan llegó a formar parte del profesorado de TMS en el 2009. Él y su familia viven en Los Ángeles, California.
Publicado originalmente en inglés aquí.