Imagine un tribunal. Imagine el gozo de un pecador culpable y malvado al ser declarado inocente por un juez justo. ¿Cómo puede tal cosa ser posible? Por fe nosotros, los culpables, fuimos declarados justos por medio de la muerte vicaria del Cordero. ¡Qué glorioso! ¡Fuimos salvos de la ira de Dios!
Sin embargo, el libro de Oseas demuestra que la salvación es mucho mayor que dicha escena en el tribunal, por muy grande que parezca. La salvación bíblica no es sólo una previa declaración espiritual que hace justo al pecador, sino que es una salvación que todo lo abarca, tanto lo espiritual como lo físico, en la cual Dios hace de los pecadores objetos de su afecto eterno.
Oseas ilustra esta historia de salvación.
Las diez tribus del norte se habían prostituido así mismos al adorar a dioses extraños, construir becerros de oro, edificar lugares altos en todo monte y confiar en la fuerza de los hombres. Ellos se habían olvidado de su pacto con Dios, y por lo tanto Dios manda a Oseas a declarar la justa setencia divina en contra de ellos.
Pero en vez de comenzar con una palabra audible, Dios manda a Oseas a hacer algo extraño y distinto: “Ve, tómate una mujer fornicaria, e hijos de fornicación” (Oseas 1:2). Aunque se ha debatido acerca de cuando fue que ocurrió la promiscuidad de Gomer, el punto de Dios es inconfundible: Oseas vivirá en carne propia lo que Dios está experimentando, esto es, encontrarse pactado con una esposa que comete adulterio.
Luego de comprobar el adulterio de Israel, Dios hace lo que se esperaría de cualquier esposo y les informa que ya no los ama ni los considera como su pueblo. Por eso Dios también manda a Oseas a vivir esta realidad en carne propia al poner por nombre a su primera hija “no-compadecida” y a su segunda “no-mi-pueblo.” De esta manera ilustra diariamente a las personas de Israel que Dios había proclamado: “vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios” (Oseas 1:9).
A través de todo el libro de Oseas se ve cómo Dios invierte constantemente el mensaje del Pacto Mosaico al comunicarle a las tribus del norte que, por causa de su desobediencia, habían llegado a anular su relación con el Señor. Por lo tanto Dios ahora los estaba retirando las bendiciones del pacto y regresándolos al estado donde se encontraban sin él. El León de Judá promete destrozarlos a ellos en lugar de sus enemigos (Oseas 5:14) y acordarse de su iniquidad, castigar su pecado y volverlos a Egipto (Oseas 8:13). Aunque Dios los había rescatado de Egipto y de la esclavitud, ahora por causa de su desobediencia y adulterio ellos regresarán a la esclavitud (aunque esta vez no será en Egipto sino en Asiria, Oseas 11:5)
El punto es claro: Las personas de Israel había dejado de ser el pueblo de Dios y ahora Dios promete castigarlos.
Usted podrá estar pensando, yo pensé que este sería un mensaje alentador, que hable de la salvación, pero esto me suena desalentador y aterrador. En efecto, y es por eso que la salvación de Dios es tan hermosa, pues entre más entendamos la profundidad de nuestra depravación, más apreciaremos el poder de Dios al rescatarnos de nuestra condenación.
Dios no puede estar enojado con los descendientes de Abraham para siempre, pues su corazón compasivo no lo aguanta, además de que su naturaleza misma demanda que cumpla sus promesas. Por lo tanto, después de haber rechazado a Israel Dios declara: “Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión. No ejecutaré el ardor de mi ira, ni volveré para destruir a Efraín; porque Dios soy, y no hombre, el Santo en medio de ti” (Oseas 11:8-9). Él promete que a pesar de haberlos desechado, algún día “en el lugar en donde les fue dicho: Vosotros no sois pueblo mío, les será dicho: Sois hijos del Dios viviente” (Oseas 1:10).
Esta realidad también, Oseas tenía que vivir.
Aunque Gomer lo había dejado y se encontraba viviendo con otro hombre, Dios le dice a Oseas que haga lo impensable y salga a buscar a Gomer para amarla de nuevo: “Ve, ama a una mujer amada de su compañero, aunque adúltera, como el amor de Jehová para con los hijos de Israel, los cuales miran a dioses ajenos, y aman tortas de pasas” (Oseas 3:1).
Dicha acción también es simbólica, pero esta vez no de la ira de Dios sino de la restauración futura de todas las cosas (Oseas 3:4-5). Aún cuando Israel había abandonado el Pacto Mosaico, Dios todavía se acordaba del Pacto Abrahámico y su promesa de que algún día él regeneraría y restauraría a su pueblo después de que ellos hubiesen desobedecido (Deuteronomio 30:6).
Dios utilizó a Oseas para explicar esta realidad futura a Israel, y que algún día el la atraería, le hablaría a su corazón y quitaría de su boca los nombres de los baales (Oseas 2:14, 17). ¿Por qué? Para que él pudiera proclamar: “Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a Jehová” (Oseas 2:19-20).
Dios juzgó a su pueblo. Pero no se ha olvidado de sus promesas. Él prometió que un día perdonaría los pecados de Israel, la redimiría de su fornicación y derramaría su amor sobre ella para siempre.
¿Lo ve? La salvación de Dios no es sólo la imagen de un juez declarando que la adúltera es inocente, ya que cualquier juez podría absolver a una adúltera sin querer tener nada que ver con ella. Pero la salvación de Dios es la imagen de un juez que cambia el corazón de una adúltera para después bajar de su silla, proponerle matrimonio y prometer amarla para siempre porque quiere derramar su amor sobre ella por toda la eternidad. Este es el evangelio del Reino, la restauración de todas las cosas.
Así que cuando piense y enseñe acerca de la salvación, no trunque el mensaje de la salvación al limitarlo a la justificación solamente, incluya también las realidades futuras de la glorificación. Es cierto que la cruz de Cristo nos reconcilió con Dios y que es una maravilla ser justificado, pero Dios es aún más maravilloso. No sólo nos ha justificado, sino que él realmente desea pasar la eternidad con nosotros. ¡No existen mejores noticias que estas! Un día Dios cumplirá todas sus promesas cuando nosotros, junto con Israel, reinaremos con Cristo en la Nueva Jerusalén.
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El Dr. Josías Grauman (M.Div., D.Min.) es el decano de educación en español de The Master´s Seminary. Josías comenzó su ministerio a tiempo completo como capellán de hospital, sirviendo durante 5 años en el Hospital del Condado de Los Ángeles. Más tarde, él y su esposa sirvieron en la Ciudad de México como misioneros, donde Josías ayudó al Seminario Palabra de Gracia a lanzar su programa de Idiomas Bíblicos. Fue ordenado en Grace Community Church, donde actualmente sirve como un anciano en el ministerio en español, junto con su esposa y tres hijos. Es autor de libros como: Griego para pastores y Hebreo para pastores.