Creer en Dios no es suficiente. Una fe puesta en “un dios” que no tenga nada que ver con Cristo es una fe alterna y malévolamente engañosa que pretende envolver a Dios en una píldora anti-Dios. Esta píldora luego busca ser dada a multitudes pensando que es posible tener una religión sin Cristo, que es factible tener fe sin salvación, que es plausible tener vida eterna sin sacrificio, o que está disponible el perdón sin una muerte substitutoria. Pero estas ideologías no son más que herramientas Satánicas que convierten a la
Biblia en sólo una posible solución de entre muchas otras, y que ni siquiera parecería ser la más probable.

Todos nos hemos acercado alguna vez a lugares que están protegidos por rejas o vallas que separan a las transeúntes del resto de la propiedad. Generalmente tienen varios avisos de advertencias tales como: “no acercarte,” “¡peligro!”, “cables de alta tensión”, o algún mensaje similar. La cantidad de anuncios parecerían una repetición innecesaria de algo que por demás aparentaría ser
obvio, pero que no lo es. Ante tal grado de peligro, tales son medidas de advertencia. De la misma manera, la Biblia está llena de “anuncios” que desesperadamente advierten a la humanidad del peligro del teísmo, la simple creencia de que existe un “ser supremo” sin la necesidad de mayor especificaciones en cuanto a la realidad de éste. Una fe en Dios sin Cristo es altamente peligrosa. ¿Por qué? Permíteme darte tres razones.

Cristo es la revelación de Dios.

Para conocer a Dios, tenemos que conocer a Cristo. Cristo afirmó esto en Juan 14:8–9. Felipe exclamó diciendo, “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”; entonces Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’?” Dios es invisible (Jn 4:24) y es imposible ser visto por un ojo humano que está marcado por el pecado inherente en sí mismo. Juan es dogmáticamente rotundo cuando escribe en Juan 1:18, “Nadie ha visto jamás a Dios…” No hay ser humano que pueda ver a Dios directamente debido a la naturaleza de Su persona. La santidad de Dios es demasiada para ser observada por el ojo humano, y aunque Dios se ha aparecido de manera limitada al hombre en distintas formas a lo largo de la historia, sólo hay una revelación de Dios al hombre que plenamente expresa la persona, naturaleza y esencia de Dios: Jesucristo. Juan termina diciendo en Juan 1:18 que, “Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. Cristo es la revelación de Dios en la tierra porque Cristo es
Dios en la tierra. Michael Kruger explica que “Jesús no sólo se identifica como el Hijo de Dios, sino que también se identifica como el Hijo del Hombre que viene a juzgar el mundo en las nubes—una identidad que los sumos sacerdotes consideraban como digna de ser calificada como blasfemia”[1].  El enemigo de Dios, Satanás, busca engañar a las personas en hacerles pensar que es posible tener una relación con Dios sin que Cristo tenga algo que ver en el proceso de fe. Sin embargo, Pablo lo dijo así en 1 Timoteo 2:5, “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre”. Esta declaración Paulina es una afirmación a la manera en la que Dios ya se había autonombrado en el Antiguo Testamento. Moisés ya había dicho en Deuteronomio 6:4 lo siguiente: “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es”. Pablo no está enseñando que hay más de un Dios, o que hay maneras alternas de conocer a Dios, sino que está dejando claro que, para conocer a Dios, hay sólo un canal por el cual esto puede ser una realidad: Cristo. El Señor Jesús es la cima de la expresión de Dios en el sentido de que nos lleva a Dios, nos imputa Su justicia, intercede por nosotros y nos hace miembros de la familia de Dios. Cristo es la armonía perfecta entre la justicia de Dios y su misericordia. Cristo es la revelación de Dios al hombre.   

Cristo es el único camino a Dios.

Las Escrituras claramente enseñan que Cristo es la revelación de Dios al hombre, pero además nos enseñan la función que Cristo desarrolla como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). En otras palabras, Cristo no sólo es la ventana que nos muestra a Dios, sino que también es la puerta abierta que nos lleva al Padre. Su perfección, Su vida impecable, Su sacrificio substitutorio en la cruz y Su resurrección de entre los muertos, lo hacen el único camino al cielo. Cuando Cristo comenzó Su ministerio en la tierra, el pueblo de Israel estaba esperando al Mesías prometido de antaño. Sin embargo, ellos esperaban una liberación política, ignorando tristemente su más terrible esclavitud: la espiritual. De tal manera que la predicación con la que el Mesías abrió Su ministerio en la tierra fue muy clara: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio”. (Mr 1:15) Cristo anunció que el Reino de Dios se había acercado, y fue tajantemente explícito en la condición necesaria para que alguien tuviese entrada al Reino de Dios. En Juan 14:6 Cristo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”. Esto no es una enseñanza exclusiva del Nuevo Testamento. En el Antiguo Pacto,
la entrada al Reino de Dios era precisamente a través de sacrificios que el Sumo Sacerdote ofrecía año tras año (Lv 16). En esta fiesta solemne, el Día de Expiación, el sacrificio animal representaba la purificación de pecados a través de la muerte de un animal inocente y sin mancha. Cuando Cristo estuvo colgado en la cruz, Sus últimas palabras antes de morir fueron, “consumado es […]”
(Jn 19:30), haciendo referencia a que la labor substitutoria de Su sacrificio había sido concluida. Finalmente, las puertas del reino de Dios habían sido abiertas para que, “todo aquel que cree en Él no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn 3:16). Pero el requisito es claro: creer en Él. El creer en Cristo no es el boleto de entrada al cielo. Creer en Él habla de un caminar diario, de un imitar constante, de una admiración implacable por sus Palabras, Su mente, Su vida, y Sus promesas. De la misma manera que un hijo admira, contempla e imita a su Padre terrenal, nosotros hacemos lo mismo con Cristo, nuestro Salvador, nuestro Señor y amigo. Cristo es el único camino a Dios.

La Trinidad es una doctrina no negociable del Evangelio.

Para todo lo que hemos dicho acerca de Cristo, es importante recalcar que creemos en la Trinidad, es decir un Dios en tres personas. No exaltamos a Cristo por encima de Dios Padre o Dios Espíritu Santo. Sino que exaltamos a la Trinidad cuando exaltamos a Cristo porque Dios Padre envió a Dios Hijo en el poder de Dios Espíritu Santo. La Trinidad no está en yuxtaposición con los roles de Dios en Sus tres personas, sino que demuestra la incapacidad de la mente del ser humano de entender algo
que es claramente sobrehumano. Y, sin embargo, creemos y afirmamos la Trinidad como una doctrina básica y un componente necesario para la sana creencia del Dios de la Biblia. Enseñamos la doctrina de la Trinidad y exaltamos a Dios, quien se reveló por medio de Cristo y nos dio autoridad de ser “llamados hijos de Dios” (Jn 1:12) y quien “nos selló con el Espíritu Santo de la promesa” (Ef 1:13). Ese es nuestro Dios. A ese Dios servimos, exaltamos, adoramos y creemos.


[1] https://www.michaeljkruger.com/hello-my-name-is-god/