El rey Enrique VIII le ordenó venir para predicar de nuevo el siguiente domingo, y disculparse por haberle ofendido con su último sermón. Una vez allí, y antes de leer su texto, comenzó a predicar con estas palabras:

“¿Sabes delante de quién vas a hablar en el día de hoy? Vas a hablar delante del grande y poderoso monarca, la majestad más excelente, quien puede quitarte la vida si le ofendes; así que, mira que no hables ninguna palabra que pueda desagradar. Pero también ten en cuenta, Hugh, ¿no sabes de quién es el mensaje con que eres enviado? ¡Del Gran y Poderoso Dios! Recuerda también que vas a hablar delante del Rey de reyes y Señor de señores. ¡Quien es omnipresente! ¡Quien puede enviar tu alma al infierno! Por tanto, presta atención para exponer tu mensaje fielmente y no desagradarle”.

Ese día, Hugh Latimer, predicó el mismo sermón que había predicado el domingo anterior, porque como J.C. Ryle reconoció, Latimer no estaba preocupado de ofender al rey con la Palabra de Dios, sino de desagradar al Rey de reyes con las palabras de hombres. Sabía bien que cada vez que predicaba, estaba predicando delante del Rey.

La historia de Hugh Latimer

Hugh Latimer nació en Thurcaston (Leicestershire) en 1485. Su padre, un honesto granjero, hizo todo lo posible para darle una educación universitaria. Así, fue enviado a la Universidad de Cambridge a los 14 años de edad, donde estudió divinidad, y empezó a predicar. El estudio de la Palabra de Dios y las enseñanzas de Thomas Bilney le hicieron abandonar las doctrinas católico romanas y abrazar el verdadero Evangelio. Se unió a los reformadores y regularmente se reunía en el White Horse Inn con un grupo de hombres para discutir las ideas de los reformadores alemanes. Entre este grupo estaban Robert Barnes, John Frith, Thomas Cranmer y Thomas Bilney, quienes fueron finalmente quemados como mártires de la fe protestante.
Hugh Latimer es considerado el más grande predicador de Inglaterra del siglo XVI
Pronto, Latimer llegó a ser un notable y ferviente predicador. Predicó de una manera tan sencilla y contundente que la gente que le escuchaba decía “ningún hombre habló jamás como este hombre”. Su predicación fue como un resonante llamado a vivir coherentemente con la profesión de la fe cristiana. No usó tanto el púlpito como un medio de instrucción, sino más bien como una forma de instar, un llamado urgente para que aquellos a quienes se estaba dirigiendo escucharan la verdad y la abrazaran. Por esta razón, Hugh Latimer es considerado el más grande predicador de la Inglaterra del siglo XVI. Uno de sus estudiantes en Cambridge, Thomas Becon, dijo que Latimer predicaba “con autoridad evidente y argumentos invencibles” atacando contra todo “lo que oscurecía la gloria de Dios” y reprendiendo a los eclesiásticos, nobles y reyes con la autoridad de la Palabra de Dios.

En 1529, mientras Latimer estaba predicando en Cambridge, el obispo de Ely fue a la iglesia con varios sacerdotes. Hugh hizo una pausa hasta que ellos se sentaron, después cambió el tema del sermón y comenzó a predicar de Hebreos 9:11 acerca de Cristo como el modelo verdadero y perfecto, contrastando Su modelo con el de los obispos ingleses de ese tiempo. Molesto por lo que acababa de escuchar, el obispo de Ely amenazó e instó a Latimer a retractarse, prohibiéndole predicar más en las iglesias de la universidad. El obispo también se quejó ante el cardinal Wolsey, y Latimer fue llamado a declarar ante él. Encomendando su causa al Dios Todopoderoso, Hugh declaró cada palabra de su sermón y cómo éste había sido de acuerdo al texto de la Palabra de Dios. Lejos de estar disgustado, Wolsey estaba encantado y dio a Latimer licencia para predicar en toda Inglaterra.

Un año después, siendo capellán del rey Enrique VIII, Latimer dirigió una enérgica carta al monarca oponiéndose a la persecución contra Tyndale y a la prohibición de su traducción de la Biblia. El rey no cedió ante la protesta, pero fue benevolente hacia él reconociendo que “tenía el coraje para aconsejarle con palabras dictadas no por un fino interés, sino por una valiente y firme convicción de su verdad”.

Cada vez que Latimer tenía la oportunidad de proclamar y defender el Evangelio, lo hacía sin temor, confiando en Dios. Cuando fue destinado a vivir en West Kingston (Wiltshire), aprovechó cada oportunidad para predicar ante muchos obispos en Bristol, Londres y Kent. Se decía de él que era una “oveja en medio de lobos” con sed de su sangre. Así que, finalmente, su predicación le llevó ante la Asamblea, fue excomulgado y apresado.

Dios, soberanamente, cambió las circunstancias y Thomas Cranmer llegó a ser Arzobispo de Canterbury. Latimer fue llamado otra vez a sus deberes en la corte, como obispo de Worcester. Una vez más, Hugh iba a predicar ante la familia real y la nobleza.

El sermón más audaz

El sermón más audaz de Latimer fue en 1536 ante la Asamblea del Clero. Cranmer  pidió a Hugh que predicara en la apertura de la Asamblea en la catedral de San Pablo. Esta asamblea era la más conocida fuera de Roma, y reunía obispos, abades y sacerdotes. Cuando Latimer subió al púlpito, “nueve decenas de todos aquellos ojos que estaban puestos sobre él habrían brillado de placer viéndole quemado”. Él dijo,

“Tan a menudo no damos a la gente su verdadera comida, tan a menudo golpeamos a nuestros compañeros. Tan a menudo los dejamos morir en la superstición… tan a menudo les guiamos como ciegos guiando ciegos… Pero Dios vendrá, Él vendrá y nos cortará en pedazos… Si no vas a morir eternamente, no vivas mundanamente… deja el amor por tu propio beneficio, estudia para la gloria y el beneficio de Cristo… predica verdaderamente la Palabra de Dios. Ama la luz, camina en la luz. Y así serás hijo de la luz mientras todavía estés en el mundo”.

Hugh Latimer fue un hombre preparado para predicar el Evangelio, dispuesto “a tiempo y fuera de tiempo” (2 Timoteo 4:2), aunque su coraje y valentía lo llevaron a ser perseguido y apresado en varias ocasiones. En 1539, se opuso a los Seis Artículos que habían sido aprobados por Enrique VIII y el Parlamento. Estos artículos defendían los dogmas de la fe católico romana, tales como la transubstanciación, y hacían posible la pena de muerte para todo aquél que los negase. Latimer renunció a su obispado, fue juzgado por herejía y apresado en la Torre durante el último año del reinado de Enrique VIII. Dios recompensó su fidelidad y también le permitió predicar el Evangelio de Jesucristo ante el rey Eduardo VI y toda su corte. Durante ese reinado, Latimer predicaba casi cada día, varias veces al día, mucho más de lo que había predicado antes.

Como muchos de los reformadores, Latimer murió mártirizado cuando María I llegó al trono. Fue acusado de hereje y transferido a la cárcel en Oxford. Allí estuvo preso por más de un año, junto con Cranmer y Ridley. En 1555, Ridley y Latimer fueron citados a comparecer para que se retractaran de sus enseñanzas y admitieran las demandas del papado. Pero, Latimer respondió, “Soy capaz de declarar ante la Majestad de Dios por Su invaluable Palabra que muero por la verdad”. Ambos se negaron y fueron condenados a morir el 16 de octubre de 1555. Mientras eran llevados a la hoguera, Latimer dijo, “Ten ánimo, maestro Ridley, y sé un hombre; porque este día encenderemos una luz, por la gracia de Dios, en Inglaterra, y confío que nunca se apagará.”

Pensamiento final

Hoy en día es realmente difícil encontrar ejemplos como el de Hugh Latimer. Su coraje y fidelidad son grandes aspectos de la predicación que debemos imitar. Él tuvo temor de Dios y nadie más le hizo temer. No se acobardó al reprender el pecado, aunque fueran los de un rey. Él era consciente de que Jesucristo, el Rey de reyes, está presente en cada momento y nos observa. Como predicadores, debemos tener en mente que somos heraldos predicando el mensaje del Rey, y que daremos cuentas de lo que hemos hecho. Este fue el imperioso recordatorio que Pablo escribió a Timoteo en 2 Timoteo 4:1-2, “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende…”. Como dijo Spurgeon, “Si Dios pone Su verdad en ti, no te hagas el cobarde, ni balbucees su mensaje, sino levántate valientemente por Dios y por Su verdad.” Recuerda que estás predicando delante del Rey.

****

David Gonzalez, originario de España, trabaja en el ministerio hispano de la iglesia Grace Community Church, donde sirve con su esposa Laura. En la actualidad cursa una Maestria en Divinidades (M.Div.) en The Master’s Seminary.