Dios no nos necesita, ni está impresionado con nuestras obras. De hecho, Isaías 66:1-2a nos humilla y demuestra claramente que todos nuestros esfuerzos son ingenuos a la luz de su grandeza.

Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron…

¿La vamos a edificar una casa? Nuestros hechos son minúsculos en comparación a él, ¡la tierra es estrado de sus pies! Además, ¿qué material utilizaríamos en nuestro servicio a él? Aún el oxígeno que respiramos es suyo, y ¡toda otra molécula que tocamos! Cuando pensamos que podemos dar algo a Dios, somos como la niña que se jacta que pudo comprar un regalo a sus padres—sin reconocer que sus padres le regalaron el dinero para hacer la compra.

Ahora, muchos mal-interpretan este pasaje porque piensan que Dios regaña al pueblo de Israel por su deseo de edificar una casa (algo físico), y a Dios no le interesa lo físico. Sin embargo, no era pecaminoso tener un templo en el Antiguo Testamento, sino una necesidad. Los israelitas necesitaban un lugar para ofrecer sus sacrificios a Dios.

Entonces, ¿cuál era el problema? No era la acción en sí, sino su actitud orgullosa. Versículo 3 explica que habían escogido sus propios caminos, amando sus abominaciones. Por lo tanto, el punto es que aún los actos externos de adoración se vuelen abominables en la mente de Dios si no los hacemos con la motivación correcta. De hecho, Dios dice que vio a sus sacrificios como los sacrificios humanos de los paganos.

En otras palabras, el orgullo puede manchar nuestra adoración al punto de que se vuelve una abominación (cp. Pr 28:9 "el que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable"). ¡Pensemos en esto la próxima vez que queremos hacer algo externamente bueno con malos motivos! Para agradar a Dios, debemos hacer lo bueno y con el corazón correcto. Obvio, no podemos.

Entonces, a la luz de nuestra completa impotencia y constante pecaminosidad, uno pensaría que nada de lo que hacemos podría llamar la atención de Dios… sin embargo, el pasaje continua:

pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.

¿Eres humilde?

¡Dios no nos necesita! Sin embargo, él nos manda adorarle y nos comunica que le agrada cuando lo hacemos. Por lo tanto, debemos usar los dones y talentos que nos ha dado. Pero, nunca como si los dones originaran en nosotros mismos, pues ¡todo es de Dios!

Si queremos servir al Señor de manera que le capte la atención, hay que recordar lo que Pablo dice en 1 Corintios 4:7 "Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? "

Si una niña quiere dar algo a su papá porque desea agradarlo, me atrevo a decir que con mucho gusto el papá le proporciona el dinero. Sin embargo, esto es muy distinto a si ella quiere dinero para comprar algo que ella misma desea. Es decir, ella lo compra bajo el pretexto de regalarlo a su papá, cuando en realidad ella es la que quiere tenerlo. No creo que muchos padres estén contentos con esto. Pero, ¿cuántas veces usamos los recursos que el Padre nos ha proporcionado con el fin de llamar la atención a nosotros mismos? Si cantamos para impresionar a los hombres en lugar de agradar a Dios, hemos caído en el mismo pecado del que Israel era culpable.

La humildad es entender que todo lo que somos y cualquier cosa que hacemos viene de Dios (excepto el pecado, que es la única cosa que tenemos por derechos exclusivos). No somos nada, y por esto debemos considerar a los demás como superiores a nosotros mismos (Fil. 2:3), ciñándonos de la toalla de servicio y lavando los pies de los demás (Juan 13:14). Actuar así destruirá nuestro orgullo y a través de su Espíritu, nos transformará en instrumentos que le agradan.

¿Tiemblas ante su Palabra?

El lenguaje de Isaías 66:2b es tan similar a Éxodo 19 que es difícil pasar por alto. Cuando Moisés recibió los 10 mandamientos,

"Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera.” Había “truenos y relámpagos", y todo el monte temblaba. De hecho, “Todo el pueblo observaba… y temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos.”

Por supuesto, cuando leemos un texto como este, muchas veces pensamos: “Oye, hombre, da miedo pensar en lo que era vivir bajo el Antiguo Pacto. Qué bien que eso se acabó y estamos en el Nuevo.”

Sin embargo, Dios no cambia, así que Hebreos 12 nos advierte:

18 Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego... 21 tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando. 22 sino que os habéis acercado al monte de Sion… 24 a Jesús, el mediador del nuevo pacto... 25 Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos... 29 porque nuestro Dios es fuego consumidor.

En otras palabras, no debemos pensar que el Nuevo Pacto es menos aterrador, ¡sino mucho más!

Ahora, me pregunto: ¿Si viviéramos bajo el Antiguo Pacto y Dios nos hablara desde una nube estruendosa de humo y fuego, qué haríamos? Respuesta: Temblar. ¿Si Dios te hablara hoy desde el cielo, ordenándote: Arrodíllate, qué harías? Seguro que estarías arrodillado, con la cara al suelo, y temblando de miedo.

Así que la pregunta que el autor de Hebreos nos plantea es: ¿Por qué no te portas así cuando Dios te habla en la Escritura? ¿Te fijaste que en Hebreos 12:25, Dios exhorta en tiempo presente: “Mirad que no desechéis al que habla”? Y ¿cómo es que Dios hablaba en Hebreos 12:25? A través de su palabra escrita.

Dios nos habla a través de su palabra. La pregunta es: ¿Cuándo la lees, tiemblas? ¿Cuál es tu actitud frente a su palabra? ¿Cuando lees, "orad sin cesar", la ves como una orden viva y eficaz, la voz misma de Dios hablándote hoy, bajo la cual obedeces temblando? O ¿la ves más como una palabra muerta, desprovista de gran parte de su autoridad?

Si quieres llamar la atención de Dios, recuerda que él mira a un solo tipo de persona: el quebrantado que tiembla ante su Palabra.

****

Josías Grauman, después de haber estudiado una Maestría en Divinidad (M.Div.) en The Master’s Seminary, sirvió como capellán en el Hospital General de Los Ángeles antes de ser enviado como misionero a México. Actualmente sirve como profesor en el seminario y director del IDEX. Josías y su esposa Cristal tienen tres hijos y viven en Los Ángeles, California.