Constantemente se advierte al creyente acerca de tres grandes enemigos: el mundo, la carne y Satanás. El creyente los conoce bien, pero, el problema no está en que sean sus enemigos. El problema está en que muchas veces el creyente da un énfasis desmedido al ataque externo que puede recibir, en lugar de considerar atentamente el ataque que está en él.
El creyente corre un gran peligro con el pecado. Un ejemplo muy conocido que ilustra ese peligro tuvo lugar en la década de los
setenta cuando se diagnosticó a un niño pequeño en Estados Unidos con una rara enfermedad. Esta enfermedad particular no permitía que su cuerpo desarrollara anticuerpos ni defensas, así que era altamente susceptible a ser víctima mortal de cualquier bacteria o virus. Para proteger al niño, sus padres crearon una especie de burbuja en la cual el niño tenía que vivir. Además, estudiaron la posibilidad de hacer una transfusión sanguínea con la sangre de su hermana para que, una vez su cuerpo la recibiera, comenzara a producir anticuerpos. El día llegó y la transfusión fue un éxito; sin embargo, el niño murió. El problema fue que los médicos prestaron tanta atención a los factores externos, cuidando que el ambiente estuviera limpio y estéril, que olvidaron examinar a detalle la sangre de la hermana para ver si estaba libre de microrganismos. Lo que provocó la muerte de este niño no fueron los factores externos, sino que vino de su interior: un virus. De igual manera sucede con el pecado en la vida del creyente. El riesgo es grande.
Es más fácil para el creyente prestar atención a los ataques que recibe de Satanás, a los ataques que recibe del mundo, y a los ataques que recibe de la gente que está alrededor suya, que al pecado. Sin embargo, el peligro real es el pecado que está dentro de él. Ese es el peligro real, y es el peligro al cual debe prestar atención.
1 Samuel 15 habla justamente de este peligro cuando nos relata acerca de un rey que fue elegido y establecido por Dios para dirigir
a la nación hacia la santidad, pero que decidió de manera voluntaria apartarse de Él. Este rey era Saúl, y el creyente puede aprender de la vida del rey Saúl para evitar ser infiel a Dios. Contrario a lo que se esperaba, Saúl dejó de caminar con Dios (1 Sam 15:10–12). Las consecuencias fueron catastróficas:
Entonces vino la palabra del Señor a Samuel, diciendo: Me pesa haber hecho rey a Saúl, porque ha dejado de seguirme y no ha cumplido mis mandamientos. Y Samuel se conmovió, y clamó al Señor toda la noche. Y se levantó Samuel muy de mañana para ir al encuentro de Saúl; y se le dio aviso a Samuel, diciendo: Saúl se ha ido a Carmel, y he aquí que ha levantado un monumento para sí, y dando la vuelta, ha seguido adelante bajando a Gilgal.
El versículo diez afirma que a Dios le pesa haber puesto a Saúl como rey. Esta es una afirmación muy fuerte en el Antiguo Testamento; sin embargo, no implica que Dios se está arrepintiendo. Más adelante, en el versículo veinticuatro, es claro que Dios no cambia Sus propósitos, ni altera Sus planes. Esto no significa que Dios sea un ser insensible, sino todo lo contrario. Lo que el
versículo once nos hace ver es que Dios tiene emociones, que tiene sentimientos. Dios interactúa con Su creación de esta manera, pero eso no significa que Dios haya cambiado Sus propósitos. La pregunta es, ¿por qué le pesó a Dios haber puesto por rey a Saúl? El versículo once lo dice claramente: "Porque ha dejado de seguirme y no ha cumplido mis mandamientos". Esto es consistente con el tema central del capítulo quince: La obediencia o desobediencia a la Palabra de Dios. Este relato muestra lo terrible que es
desobedecer a Dios y Su Palabra. La expresión “no ha cumplido” significa tener una indisposición, tener un rechazo a la Palabra de Dios. La idea es que la persona, de manera explícita, decide voluntaria y conscientemente rechazar lo que Dios ha dicho. Lo que le causó dolor a Dios fue la actitud en el corazón de Saúl: Una actitud contraria a Su voluntad.
El versículo doce dice además que Samuel fue a Carmel y levantó un monumento para sí. Un monumento era una columna de piedras—una práctica común en la antigüedad—cuyo propósito era señalar que el ejército había tenido victoria sobre los enemigos. Era una señal de victoria. Saúl se concentró más en su victoria militar que en el cumplimiento de la Palabra de Dios. Se
concentró más en traer renombre y reputación a él mismo, que traer gloria a Dios obedeciéndolo.
Finalmente, Saúl se fue a Gilgal, a la ciudad donde empezó todo y donde ahora todo estaba llegando a su fin. Él termina donde empezó. Gilgal es una ciudad muy importante ya que en esa ciudad Saúl fue elegido Rey (1 Sam 9), fue advertido de su pecado (1 Sam 13) y se le quitó el reino por su desobediencia (1 Sam 15). La indisposición para obedecer hizo que Saúl fuese infiel a Dios.
De la misma forma, el problema para el creyente no es que sepa la verdad o no la sepa. El problema es si obedece esa verdad o no. Lo que Dios va a evaluar al final en la vida del creyente no es cuántos versículos bíblicos se memorizó, ni cuántos sermones escuchó. Dios no va a pedir cuentas de eso. Lo que Dios preguntará al creyente es si obedeció o no lo hizo. El creyente debe tener la actitud correcta al escuchar la Palabra de Dios y debe tener la disposición a obedecer incondicionalmente.