Siempre hay un vocero para los momentos más especiales de la vida, aquellos que son más significativos: un embarazo, el nacimiento de un hijo, una proposición de matrimonio, ganar un concurso u obtener un logro. Siempre hay alguien que se
encarga de notificar la buena noticia a los demás. Cuando una pareja se compromete, por ejemplo, los novios hacen el anuncio llamando a sus amigos, compartiéndolo en redes sociales con sus conocidos y organizando una celebración para compartir las buenas nuevas. Compartir con otros los momentos especiales de nuestras vidas es fabuloso. Es simplemente emocionante hacer
a otros parte de nuestros momentos memorables, en especial, aquellas personas que son importantes para nosotros.

Todavía recuerdo la emoción que sentimos con mi esposa cuando nos enteramos que éramos padres. Ese mismo día hicimos un listado de personas que queríamos que supiesen esta gran noticia. La emoción de noticias de este tipo es implemente desbordante y queremos asegurarnos que otros lo sepan, que compartan nuestro gozo. Si nosotros como padres humanos experimentamos emoción cuando nacieron nuestros hijos, cuánto más habrá experimentado nuestro Padre celestial cuando Su Hijo unigénito llegó al mundo, en el momento adecuado, según Su voluntad y Su plan. Dios el Padre también anunció la llegada de Su Hijo, Jesús. El anuncio, como era de esperarse, fue sinigual e impactante, ya que fue por medio de un majestuoso coro celestial que daba gloria a Dios. (Lc 2:14) ¡Qué momento más incomparable!

Si recuerdan la narrativa de Lucas 2, a pesar de lo majestuoso del anuncio, los destinatarios del mensaje no fueron precisamente gente tan especial. El anuncio del nacimiento del Mesías fue dado a unos simples pastores:

En la misma región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños durante las vigilias de la noche. Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Mas el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Y esto os servirá de señal: hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y de repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace.

Lucas 2:8–14

A pesar de las imágenes que a menudo se presentan, los pastores en esa época no eran las personas más dignas de recibir de primera
mano una noticia de esa magnitud. ¡Cómo es posible que ellos fueran tan especiales para Dios y no los sacerdotes o quienes habían estudiado las profecías! Los pastores no representaban mucho para la gente, eran hombres ordinarios con ropas apestosas, con muy poca preparación académica y con un oficio que los dejaba muy mal olientes.

Dios quería decirnos algo muy importante al anunciarles a los pastores antes que a los demás tan maravillosa noticia. Su gracia está presente pintando el cuadro, delineando su contorno y poniendo color. Igual sucede con nosotros hoy. Si pensamos por un
momento qué teníamos de especial para que Él nos haya escogido, no encontraremos ni una tan sola razón por la cual Él haya decidido salvarnos. La única explicación es que lo hizo por Su gracia y esto trae suma gloria a Su nombre.
Por eso Pablo afirmó lo siguiente:

Sino que Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte; y lo vil y despreciado del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para anular lo que es; para que nadie se jacte delante de Dios.

(1 Corintios 1:2729)

Esto es justamente lo que sucedió con nosotros que hemos sido salvados por gracia por medio de la fe. No podemos jactarnos en ningún momento. No hay nada de lo que podamos gloriarnos. Por eso el anuncio dado a los pastores sirve de ilustración de lo que el Señor había venido a hacer. Dios tuvo a bien enviar a Su Hijo a esta tierra y anunciarlo a los que menos lo esperaban. La salvación es de Él y estaba enviado al Mesías para salvar “a Su pueblo de sus pecados”. (Mt 1:21)

La aparición a los pastores que estaban a unas 5 millas de Jerusalén fue definitivamente un golpe mortal al orgullo de los religiosos de la época. El Padre hizo el anuncio a lo más vil y menospreciado de la sociedad, y todo lo hizo por Su gracia, por amor y para Su
gloria. Dios anunció las buenas nuevas a hombres que se dedicaban a cuidar ovejas que eran usadas en Jerusalén para los sacrificios. Este Mesías anunciado moriría un día como el Cordero de Dios para quitar el pecado del mundo. (Jn 1:29) Tanto los sacerdotes como los pastores necesitaban ser salvos, pero el hecho que el anuncio viniera primero a quién menos se esperaba, indica que la gloria era solo de Él.

Un Dios extraordinario y soberano se acerca a seres humanos comunes y corrientes como tú y yo no solo para darnos buenas noticias, sino para salvarnos. Emanuel, Dios con nosotros, lo hizo posible al venir a nuestro mundo para pagar por nuestro pecado, muriendo en una cruz para que en Él tengamos vida. Esto es amor verdadero. Solo por gracia tenemos este regalo de parte de Dios, y toda la gloria debemos darla únicamente a Él.

Ante tan hermosa verdad solo puedo unirme al coro celestial que se apareció a los pastores en Belén hace poco más de 2000 años,
diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas! (Lc 2:14) En esta navidad, agradezcamos a nuestro Dios por Su gracia y misericordia en salvarnos para Su gloria. Las buenas nuevas, en palabras del apóstol Pablo se resumen en que “Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores”. (1 Tim 1:15) La navidad comienza con Dios y termina con Dios. La navidad se trata de Él. Démosle honor y gloria por lo que hizo por nosotros.