Y volvió a decirle por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Pedro le dijo: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Pastorea mis ovejas».

Juan 21:16

 

Las Escrituras llaman a todos a liderar de un modo u otro. La humanidad fue creada para dominar, someter y hacerse cargo de la creación de Dios (Gn. 1). Los padres deben guiar a sus hijos (Dt. 6), los maridos a sus esposas (1 P. 3), las mujeres mayores deben aconsejar y guiar a las más jóvenes (Ti. 2) y los pastores a sus iglesias (1 Ti. 3; Ti. 1). Tanto si eres un estudiante de seminario como una ama de casa, a todos se nos exhorta a liderar bíblicamente, a cumplir con la responsabilidad de liderazgo ordenada por Dios.

En la sociedad secular, los líderes altamente reconocidos son generalmente celosos, apasionados y ambiciosos. Son visionarios con la capacidad de inspirar y motivar a los demás. Tienen objetivos claros y bien definidos, y saben cómo hacerlos realidad. Todas estas cualidades son útiles, pero estas descripciones dejan de lado el componente más crucial del liderazgo bíblico: el servicio Pablo exhorta a los tesalonicenses a que reconozcan «a los que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que los tengáis en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo» (1 Tes. 5:12–13). En otro lugar, Pablo añade que los corintios debían estar sujetos a quienes «se han dedicado al servicio de los santos» (1 Co. 16:15–16).


En los Evangelios, Jesús subraya constantemente esta cuestión: el liderazgo es humildad manifestada a través del servicio.


En tres ocasiones diferentes, Él repite que «Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos» (Mr. 9, 10; Lc. 22). Los buenos líderes deben convertirse primero en buenos servidores. A eso se refiere Jesús cuando le dice a Pedro: «Pastorea mis ovejas».

En esta escena, Jesús da tres calificaciones para el liderazgo:

Ama a Dios

Jesús no está hablando de amor por los demás en este pasaje. El amor por la gente en general es innegablemente importante para el liderazgo ministerial, pero ese no es su enfoque aquí. En su conversación con Pedro, Jesús le pregunta tres veces: «¿Me amas?». El motivo y fundamento del liderazgo bíblico es el amor a Dios. Debe ser lo primero y más importante en la vida de un líder. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt. 22:37). Todo fluye del amor a Dios. Es la fuerza motriz del servicio a Dios y a su reino. Las relaciones con las personas pueden traer pruebas, luchas y expectativas insatisfechas, pero el amor a Dios amortigua el aguijón de las decepciones.

Sé un ejemplo 

Si el amor a Dios es el corazón y el alma del liderazgo bíblico, entonces el ejemplo es el conducto. Cada vez que Jesús le pregunta a Pedro: «¿Me amas?», inmediatamente exhorta a Pedro a demostrarlo. «Si me amas, pastorea mis ovejas». Pedro tendría que ganarse el derecho a ser seguido siendo un ejemplo. Y, sorprendentemente, ¡eso es lo que hace!

  • Tomó la iniciativa de reunir a los creyentes y elegir a un sustituto de Judas (Hch. 1)
  • Reiteró el evangelio con valentía ante la persecución y llamó a los demás a obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch. 2–5)
  • Abandonó su zona de confort para evangelizar interculturalmente (Hch. 10), plenamente consciente de que las críticas le seguirían inevitablemente (Hch. 11).
  • Defendió la santidad de Dios (Hch. 5, 15)
  • Aceptó la corrección cuando fue confrontado por Pablo (Gá. 2; 2 P. 3:15–16)

La santidad es un socio poderoso y crucial en la proclamación del Evangelio. Pedro fue un modelo de liderazgo servicial. Demostró su amor a Cristo obedeciendo sus mandamientos (Jn. 14:15). Su vida no sólo proclamó el Evangelio, sino que también lo ejemplificó. Así como fue con Pedro, es con nosotros.


La santidad es un socio poderoso y crucial en la proclamación del Evangelio.


Una vida de santidad hace que el Evangelio sea visible, no sólo audible. Un viejo dicho puritano lo expresa de esta manera: «Tu predicación puede poner clavos en las tablas de los corazones de los hombres, pero es tu vida la que los clavará profundamente».

Muere a tí mismo

La mentalidad de un líder servidor debe ser morir al yo. Jesús continúa su conversación con Pedro diciendo: «En verdad, en verdad te digo que cuando eras más joven te ceñías tú mismo y caminabas por donde querías; pero cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará por donde no quieras». Esto dijo dando a entender con qué muerte glorificaría a Dios. Y habiendo dicho esto, le dijo: Sígueme» (Juan 21:18-19). Comenzando con «en verdad, en verdad», Jesús anuncia enfáticamente la nueva trayectoria ministerial de Pedro: peligros inesperados, responsabilidades de largo alcance y un martirio seguro. Pedro tendría que sacrificarse por el plan de Dios.


El verdadero liderazgo en el ministerio requiere morir al yo, haciendo lo que Dios ha mandado.


El mandato es un imperativo presente. «Continúa siguiéndome». En otras palabras, «si de verdad me amas, debes continuar siguiéndome». Cuando Jesús comenzó su ministerio, llamó a Pedro a seguirle, para ser «pescador de hombres» (Mr. 1:17). Aquí, Jesús amplía ese llamado: un llamdo al sacrificio, a la abnegación y a la fidelidad y lealtad sin reservas. Hace aproximadamente un siglo, el presidente estadounidense Woodrow Wilson señaló acertadamente: «La lealtad no significa nada a menos que tenga en su corazón el principio absoluto del sacrificio personal». Eso es lo que Jesús pide a todo el que quiera seguirle, que diga humildemente sí a la soberana providencia de Dios.

El liderazgo bíblico se basa en una actitud de servicio motivada por el amor a Dios, vivida a través del ejemplo humilde y saturada de una mentalidad de autosacrificio. La pregunta a la que nos llama este texto es: «¿Qué clase de líder serás tú?».

 

[Nota del editor: This post was originally published in January 2018 and has been updated.]