Durante esta crisis global, muchas actividades de la sociedad se han detenido. Sin embargo, la Gran Comisión de Jesucristo a su Iglesia de «[hacer] discípulos de todas las naciones», sigue vigente «hasta el fin del mundo» (Mt. 28:18–20). Cristo dejó instrucciones claras y precisas. La misión de la Iglesia no se detiene ni se detendrá a pesar de alguna catástrofe o virus global.
La capacitación de la Iglesia
Efesios 4:11–12 afirma que Cristo dio hombres calificados a la Iglesia para ser apóstoles, profetas, evangelistas y, en nuestros tiempos, pastores y maestros, «a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio». Gracias a Dios, aún en medio de la crisis, los pastores y maestros siguen predicando la palabra de Dios con relativa facilidad. Por medio de sermones en Facebook o estudios bíblicos en Zoom, los pastores y maestros siguen cumpliendo con la responsabilidad de capacitar a los santos. Sin embargo, eso no es todo lo que debe hacerse para capacitar a los santos.
La edificación de la Iglesia
En el plan que Cristo dejó, los miembros del cuerpo son capacitados «para la obra del ministerio», es decir, para «la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef. 4:12). Pablo subraya la maravillosa realidad que el crecimiento espiritual, marcado por la conformidad de cada miembro de la Iglesia a la imagen de Cristo (4:13), no depende solo de la actividad de los pastores y maestros, sino también de la participación de cada miembro del cuerpo. Van de la mano. La edificación de la Iglesia ocurre también cuando cada miembro «[habla] la verdad en amor» y sirve «conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro» (4:15–16). ¡La edificación de la Iglesia no es la obra de un puñado de hombres, sino de todos funcionando según los dones que el Señor otorga! La implicación es evidente: El trabajo de discipular a hombres y mujeres a la madurez en Cristo (4:13–14) requiere la ardua labor (Col. 1:29) de toda la iglesia aun durante la cuarentena.
La advertencia
Sin embargo, hay un peligro para el creyente: La tentación de acomodarse. El peligro presentado por la crisis es la tentación de dejar que los pastores y maestros hagan todo. Es natural pensar así y acomodarse, particularmente durante una crisis. Temporalmente, la Iglesia no tiene los medios normales de discipulado y ministerio interpersonal que naturalmente se dan al estar juntos. No se puede animar al hermano decaído después del servicio dominical, tampoco se puede aconsejar a la nueva pareja mientras cenan juntos en casa, ni mucho menos tomar un café con el hermano que está luchando con un pecado personal. Sin estas oportunidades habituales, el creyente puede acomodarse por pereza o por una simple falta de costumbre o adaptación, dejando a los pastores y maestros con toda la responsabilidad. Esta manera de pensar y actuar —o de no actuar— debe ser rechazada. El mandato de Cristo es claro, y todo creyente tiene la responsabilidad de edificar a sus hermanos.
El plan de acción
Es necesario y vital que el creyente sea proactivo, sabiendo cuál es su responsabilidad como miembro del cuerpo de Cristo. Ante la imposibilidad de reunirse con otros, el creyente debe recurrir a medios no tradicionales, pero igualmente útiles, para ministrarse mutuamente. No importa cómo. El punto es hacerlo. Presentar a todo hombre completo en Cristo es una tarea ardua (Col. 1:29), y mucho más en las circunstancias actuales. El creyente debe ser intencional en su labor y hacer de sus conversaciones algo más que simplemente hablar de noticias, enfermos, o el virus. Pablo brinda un patrón ejemplar, ya que tiene la misma meta: La edificación del cuerpo «a fin de presentar a todo hombre completo en Cristo» (Col. 1:28). Los principios esbozados por Pablo en Colosenses 1:28 sirven de guía práctica para el creyente en estos momentos.
Proclama a Cristo
En primer lugar, Pablo proclamaba a Cristo para presentar a todo hombre perfecto en Cristo (1:28). El crecimiento del creyente en semejanza a Cristo ocurre al mirar a Cristo y contemplarlo, mientras el Espíritu lo transforma (2 Co. 3:18). Por eso el apóstol hablaba de la supremacía de Cristo (Col. 1:15–19), la obra de Cristo (1:20–22), las riquezas sobreabundantes de Cristo (2:1–3), la suficiencia de Cristo (2:10), y la centralidad de nuestra unión con Cristo en la santificación (2:23–3:10). Si vas a ministrar y edificar a tu hermano en estos días difíciles, comienza con proclamarle a Cristo.
Amonesta
Segundo, Pablo amonestaba a todo hombre (1:28). Esto tiene que ver con aconsejar, advertir e instruir. Tu corazón (Jer. 17:9), el diablo (Jn. 8:44; Ap. 12:9) y el pecado (He. 3:13) son engañosos, y por eso deben «[exhortarse] los unos a los otros cada día […] no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado» (3:13). Busca amonestar —aconsejar, advertir e instruir— y ser amonestado de maneras prácticas haciendo preguntas como la siguiente: «¿Con qué pecados estás luchando esta semana?». Tienes que estar listo para abrirte también (Prov. 28:13). Además, sé humilde y amoroso al exhortar a tu hermano.
Enseña con sabiduría
Tercero, Pablo enseñaba con sabiduría (Col. 1:28). Durante esta crisis abundan los recursos en redes sociales; sin embargo, no todo es bueno. Hay mucha falsa enseñanza también. La falsa enseñanza inhibe el crecimiento y madurez (Ef. 4:14). Por eso, en amor y con toda sabiduría, debes corregir a tu hermano cuando caiga en la trampa de falsas enseñanzas y enseñarle la sana doctrina «que de una vez para siempre fue entregada a los santos que de una vez para siempre fue entregada a los santos» (Jud. 3).
La responsabilidad
La responsabilidad es de todos. No te acomodes. Usa tu tiempo diligentemente. No descuides el plan de Cristo para el cuidado y crecimiento de su esposa, la Iglesia. El plan de Cristo involucra a cada creyente ministrando para la edificación del cuerpo; es decir, para «poder presentar a todo hombre perfecto en Cristo» (Col. 1:28).
Estos son tiempos diferentes, muy particulares y difíciles, pero con una gran oportunidad. Busca comunicarte con tu hermano por teléfono o por medios electrónicos, aún y cuando no sea lo más cómodo o placentero para ti. Cristo te llama a negar tus deseos egoístas o tu comodidad y a sacrificarte para servir a su Iglesia. Obedece gozosamente a tu Señor y busca edificar activamente a tus hermanos. Proclama a Cristo y, en amor, humildad y con toda sabiduría, exhorta y enseña. Al hacer esto, Cristo será glorificado (Jn. 15:8) y su iglesia edificada (Ef. 4:11–16).