«¿O tienes en poco las riquezas de su bondad, tolerancia y paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?» —Romanos 2:4. 

Los creyentes tienen el privilegio de ver toda la vida como diseñada y ordenada por la voluntad soberana de Dios. Por esa misma soberanía, la eternidad de cada persona está establecida (Ro. 9:18). Por esa misma soberanía, todas nuestras dificultades y aflicciones tienen un propósito (Gn. 50:21; Ef. 1:11).

Por esa misma soberanía, los pecadores de todo el mundo viven para ver otro día. «Él hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt. 5:45). En lugar de borrar a la humanidad debido a su rebelión contra Él, Dios no simplemente tolera la vida de los pecadores. Sino que, les otorga favor porque la soberanía de Dios está ligada a su benevolencia. El Señor ciertamente hace todo lo que le place (Sal. 145:3), y le place ser «bondadoso para con los ingratos y perversos» (Lc. 6:35).

La bondad de Dios es imparcial, poderosa y siempre tiene un propósito. Su bondad no es aleatoria ni inconsistente con su carácter. «Justo es el Señor en todos sus caminos, y bondadoso en todos sus hechos» (Sal. 145:17). El pueblo de Dios siempre lo ha exaltado y adorado de acuerdo con su benevolencia eterna e inmutable. El salmo principal de alabanza está anclado en la bondad amorosa de Dios (חֶסֶד). «Dad gracias al Señor porque Él es bueno, porque para siempre es su misericordia» (Sal. 136:1). La bondad de Dios no es superficial, espontánea o imprevista. Bondad es lo que Él es. Dios es חֶסֶד. Él es misericordioso, bueno, benevolente y bondadoso. 

La certeza de la ira y condenación para los pecadores en el futuro no niega la realidad de la bondad y benevolencia de Dios hacia ellos en el presente. La simplicidad de un versículo como Romanos 2:4 es profunda en cuanto nos permite ver la grandeza de la bondad de Dios por lo que es: presente y con propósito.

Romanos 2:4 se encuentra como un diamante en medio de un montón de carbón. En el primer capítulo de esta epístola, Pablo expone la ira inminente que vendrá para los impíos y los injustos (Ro. 1:18). Después de haber desarrollado la espiral descendente de una cultura pagana, Pablo se dirige a la «persona necia» aquella que percibe correctamente la inmoralidad del mundo y la condena, mientras vive en la misma inmundicia (Ro. 2:1–3). Es el creyente que ve el pecado en todos menos en sí mismo. Tiene un alto código moral pero una brújula espiritual rota.

¿Cómo llega alguien a ese lugar, te preguntarás? La respuesta de Pablo es directa: a través de una disminución y desprecio por la bondad de Dios. Estos creyentes «piensan ligeramente» sobre las riquezas de su bondad.


Donde se subestima y menosprecia la benevolencia de Dios, el pecado y el engaño abundarán. 


En palabras del pastor John MacArthur: «Los pecadores se acostumbran a la bondad. Se sienten cómodos con la bondad. Se sienten cómodos con la amabilidad y la gracia»1

Somos tan propensos a no percibir su bondad. Nos acostumbramos y desensibilizamos a ella, no tenemos un paladar para ella, y no apreciamos que bajo el reinado de Dios se nos concede su bondad día tras día. Lo peor de todo, olvidamos que no merecemos ninguna consideración bondadosa del Señor, ya sea a través del evangelio de Cristo o del aliento en nuestros pulmones.

Despertándonos de un letargo  espiritual o, al menos, advirtiéndonos de su peligro, Romanos 2:4 ruega que no abusemos de los dones buenos y perfectos que vienen de arriba (Stg. 1:18). La implicación del mensaje de Romanos 2:4 es que quien valora y reconoce las misericordias frescas de Dios día tras día es conocido por la dulce comunión con Cristo a través del arrepentimiento. Aquellos que han experimentado la bondad de Dios se sienten cada vez menos merecedores de ella. Charles Spurgeon lo dijo así:

«Cuanto más preciado es Cristo para nosotros, más oscuro es el pecado a nuestra vista. Cuanto más dulce es el amor de Dios para nosotros, más amarga es la idea de haber pecado tanto contra Él. Cuanto más ves, en estas profundidades sin orillas ni fondo, lo que la gracia divina ha hecho por ti y en ti, más te golpeas el pecho y clamas: “¿Cómo pude haber pecado contra el Señor como lo hice; y cómo puedo seguir pecando contra Él como aún lo hago?”»2

En otras palabras, experimentar la bondad de Dios nos purifica. Nos hace vernos a nosotros mismos por lo que somos, a la luz de quien Él es. Aquellos que han probado su bondad son tanto regenerados como renovados (Tit. 3:4–7). Están satisfechos en Cristo e insatisfechos consigo mismos. Percibiendo su bondad, deberíamos ser movidos hacia la santidad. Como creyentes que crecen continuamente en el conocimiento de Dios, también deberíamos anhelar crecer en su gracia. Nuestros afectos y nuestra devoción a Cristo se cultivarán en la medida en que entendamos a Dios y experimentemos sus misericordias nuevas cada mañana (Lm. 3:22–23).

¿Qué harás hoy con su misericordia, bondad y benevolencia? ¿Te serán de utilidad? Quizás hoy debas arrepentirte ante Dios por primera vez. Quizás por milésima vez. Sin embargo, en este mismo momento, el Rey del cielo ha decretado que su bondad sea tuya. Oro para que no la desperdicies. Oro para que veas su bondad como el medio por el cual Él busca apartarte de toda injusticia y acercarte a Él.

[1] https://www.gty.org/library/sermons-library/90-400/abusing-the-goodness-of-god

[2] https://www.spurgeon.org/resource-library/sermons/gods-goodness-leading-to-repentance/

[Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en diciembre 2021 y ha sido actualizado.]