Martín Lutero se enfrentó a mucho escepticismo en su época. Fue criticado por su visión de las Escrituras, la Iglesia y los sacramentos, solo por nombrar algunos puntos conflictivos. Pero, curiosamente, fue criticado incluso por su creencia de que los hombres y las mujeres debían aprender a leer las Escrituras en sus lenguas originales.

Lutero dijo,

¿Te preguntas de qué sirve aprender los idiomas? ¿Decís: 'Podemos leer la Biblia muy bien en alemán'? Sin las lenguas no podríamos haber recibido el Evangelio. Las lenguas son la vaina que contiene la espada del Espíritu; son el cofre que contiene las joyas inestimables del pensamiento antiguo; son el vaso que contiene el vino.

Si la Palabra de Dios es la «Espada del Espíritu» (Ef. 6:17), entonces, como dijo Lutero, las lenguas originales de la Biblia (es decir, hebreo, arameo y griego) son la vaina de esa espada. En otras palabras, Dios no sólo se reveló en la historia humana, sino que lo hizo originalmente a través de su Palabra en lenguas históricas reales: hebreo, arameo y griego; y su Palabra ha sido preservada para nosotros en esas lenguas.

La implicación es ineludible: en algún nivel, todos deberíamos preocuparnos por las lenguas originales de la Biblia y, si fuera posible, deberíamos conocerlas, usarlas y amarlas—al menos, así lo pensaba Martín Lutero.

Las lenguas originales de la Biblia no sólo son importantes, sino necesarias e indispensables de distintas maneras, tanto para los pastores como para los miembros de la congregación. Todos los futuros pastores, si es posible, deberían aprenderlas a fondo, usarlas a diario y amarlas apasionadamente. Los miembros de la congregación deberían desear que quienes les guíen espiritualmente tengan al menos cierto grado de aprecio y conocimiento de estas lenguas.

Mientras lees este artículo, considero que hay al menos dos tipos de personas (aunque reconozco que hay muchos, muchos más): (1) aquellos que contemplan la posibilidad de cursar estudios en un seminario como preparación para su futuro ministerio; y (2) los miembros de una congregación que se sientan bajo la predicación de su pastor. Esto va dirigido a ambos.

Así, para los futuros seminaristas, quiero darles cuatro razones por las que deberían dedicar sus esfuerzos a aprender y amar las lenguas bíblicas; y para los que no son pastores, sino que asisten y sirven en iglesias locales, quiero ayudarles a entender por qué deberían desear que su pastor posea y use un texto hebreo y griego diariamente.

Pureza

Un conocimiento profundo de las lenguas bíblicas ayuda a preservar la pureza doctrinal, tanto para el pastor como para la iglesia. De hecho ¡el propio Lutero atribuyó toda la Reforma al redescubrimiento de las lenguas bíblicas!

Él escribe:

Si descuidamos [las lenguas] acabaremos por perder el Evangelio...En cuanto los hombres dejaron de cultivar las lenguas, la cristiandad decayó, hasta caer bajo el dominio indiscutible del Papa. Pero en cuanto se encendió de nuevo la antorcha, el búho papal huyó con un chillido hacia la penumbra.

Lutero continúa:

Si las lenguas no me hubieran convencido del verdadero significado de la Palabra, podría haber seguido siendo un monje encadenado, dedicado a predicar tranquilamente los errores romanos en la oscuridad de un claustro; el Papa, los sofistas y su imperio anticristiano habrían permanecido inamovibles.

Esto es sorprendente—Lutero atribuye el gran avance de la Reforma al uso de los originales hebreo, arameo y griego. El aprendizaje de estas lenguas no es una actividad cómoda, propia de una torre de marfil, para quienes tienen demasiado tiempo o muy pocas amistades; se trata de la pureza del Evangelio.

Precisión

Las Biblias en español que hemos recibido son fenomenales y dignas de confianza. Podemos leer nuestras traducciones y decir con confianza: «Esta es la Palabra del Dios vivo». Pero si el aspecto central del deber de un pastor es extraer el significado de un libro y aplicarlo cuidadosamente a su propia vida y a la de su congregación, entonces deberíamos querer tener todas las herramientas a su disposición para comprometerse y manejar con precisión ese texto (2 Tim. 2:15).

Una dependencia absoluta en las traducciones puede obstaculizar a menudo la exégesis cuidadosa que requiere la preparación de un sermón. Sin un conocimiento íntimo de las lenguas, el predicador a menudo tiene que contentarse con el sabor general del texto, y el resultado puede ser que su exposición carezca de la precisión y claridad que habría tenido si hubiera conocido las lenguas originales.

Cuando se trata de las lenguas, no se trata de superioridad sobre quienes no las conocen, sino de especificidad en su favor.


Esta no es una cuestión de orgullo, sino de precisión


John Piper escribe: «Donde las lenguas no son apreciadas y procuradas, el cuidado en la observación bíblica, el pensamiento bíblico y la preocupación por la verdad disminuyen. Esto es así porque las herramientas para pensar de otra manera no están presentes».[1]

Poder

Con esto me refiero al poder de la predicación. Cuando los pastores carecen de las herramientas y la confianza para determinar el significado preciso del texto, el poder de la predicación bíblica disminuye. Es difícil predicar con profundidad y poder, semana tras semana, versículo tras versículo, si uno está plagado de incertidumbre a la hora de decidir entre dos interpretaciones opuestas presentadas por los comentaristas.

Una vez más, Lutero alza la voz: «Cuando el predicador es versado en las lenguas, su discurso tiene frescura y fuerza, se trata toda la Escritura, y la fe se encuentra constantemente renovada por una continua variedad de palabras».

Nuestro objetivo al predicar no es impresionar a nuestro pueblo, sino apasionarlo; nuestro propósito no es ganar adeptos, sino ganar almas. Las lenguas son un medio para predicar con un poder, claridad y autoridad que no tendríamos sin ellas.

Placer

Por placer me refiero al deleite devocional del alma. En otras palabras, ¿por qué aprender las lenguas sólo lo suficientemente bien como para que su uso resulte doloroso? ¿Por qué no esforzarse por aprenderlas tan bien que lleguen a ser placenteras para el alma? ¿Por qué no conocerlas tan íntimamente como para hacer nuestros devocionales con ellas? ¿No debería ser nuestra exposición del domingo por la mañana un desbordamiento de nuestro propio afecto alegre por Dios?

Lo que sostengo es lo siguiente: el conocimiento de las lenguas nos brinda la oportunidad de contemplar vistas impresionantes de Dios en el texto que, de otro modo, a menudo pasaríamos por alto.

George Muller, famoso por su vida de oración y su ministerio en orfanatos de Londres, dijo esto cuando tenía 24 años:

He estudiado mucho, unas doce horas al día, principalmente hebreo... [y] memorizado porciones del Antiguo Testamento hebreo; haciéndolo con oración, cayendo a menudo de rodillas... Miraba al Señor incluso mientras pasaba las hojas de mi diccionario hebreo.[2]

¡Oh, que llegue el día en que más hombres tengan este tipo de encuentros con el Dios vivo: de rodillas, con el texto hebreo en la mano, mirando al Señor, saboreando la miel sin filtrar de la Palabra! (Sal. 19:10) Oh, ver a hombres que anhelan saber lo que significa la Palabra tan desesperadamente que buscan en léxicos hebreos de rodillas; estos hombres necesitados tendrán una postura y un tono marcadamente dependientes en su ministerio y predicación.

Nuestra predicación debe ser fuerte como el hierro, precisa como un láser, profunda como la poesía y cálida como el sol—los lenguajes hebreo, arameo y griego son una de las muchas maneras de hacerlo realidad. Más que nada, aprender las lenguas es una forma tangible de expresar nuestra necesidad de oír de la boca misma de Dios: es inclinarse un poco más para escuchar las palabras de un ser querido.


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A los que no son pastores

Pero, ¿qué pasa con los que no son pastores y están sentados bajo una predicación bíblica cada domingo? ¿Por qué deberían los más ancianos, las amas de casa, los estudiantes universitarios y las personas con carreras a tiempo completo preocuparse por el idioma que lee su pastor en su tiempo devocional? Hay tantas respuestas que dar, pero le dejaré con una palabra: confianza.

Confianza en que lo que tu pastor te está dando no es comida de segunda mano tomada de un comentario. Es probable que siga utilizando los comentarios, pero tendrá la capacidad de estar de acuerdo o en desacuerdo con ellos, y será capaz de explicar por qué.

Confianza en que los sermones que escuchas se forjaron en el horno del trabajo agotador y el estudio: recuerda a George Muller de rodillas, con el diccionario hebreo en la mano.

Confianza en que tu pastor mantendrá la línea de la sana doctrina y no se dejará llevar por las modas y los trucos de la cultura.

Confianza en que tu pastor será menos propenso a ceder al tradicionalismo, a los deseos de las masas o sus temas preferidos. Un hombre que dedica sus capacidades mentales a entender la redacción real del texto para comprender su significado, probablemente dedicará menos tiempo a tratar de colocar su propia agenda sobre él.

Confianza en que el tipo de comida exegética que tu pastor está sirviendo, con el tiempo, te equipará a un nivel de profundidad que te permitirá hacer discípulos más eficazmente por causa de la Gran Comisión.

Confianza en que tu pastor está haciendo todo lo posible para inclinarse un poco más cerca para escuchar la mente de Dios expresada en la Palabra de Dios.

Alabado sea el Señor por tales hombres.

Por lo tanto, ora semanalmente por tu pastor: que aprecie a Cristo, que busque la santidad y que lea y predique la Biblia con precisión, claridad y poder.

Conclusión

Sí, es cierto que las lenguas de la Biblia se consideran «muertas». Pero aprender las lenguas muertas de la Biblia no es rebuscar entre los escombros del pasado antiguo, sino caminar entre sepulcros llenos de tesoros de gozo santo. Leer la Biblia en sus lenguas «muertas» hace algo para vivificar el alma.

Es cierto que han habido y hay muchos pastores fieles que exaltan a Cristo que no han sabido griego ni hebreo. Mi intención no es de ninguna manera desacreditar su ministerio o labor. Alabado sea el Señor por tales hombres.

Pero si tienes el privilegio de aprenderlos, ¿por qué no hacerlo? Ni siquiera es necesario asistir al seminario para aprenderlos: William Carey aprendió griego mientras remendaba zapatos.

Que el Señor levante una generación de hombres y mujeres que se caractericen por estar necesitados de escuchar la voz de Dios, tan cerca, precisa e íntimamente como sea posible.

[1] John Piper, “Martin Luther: lessons from his life and labor”; https://www.desiringgod.org/messages/martin-luther-lessons-from-his-life-and-labor.

[2] George Mueller, Autobiography of George Mueller (London: J. Nisbet and Co., 1906), 31.