«Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos» (Sal. 116:15).
El lunes 14 de julio, nuestro querido pastor John MacArthur escuchó las palabras que tanto anhelaba oír: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mt. 25:21). Amó a Cristo, amó su palabra, amó a su Iglesia, y vivía esperando el día en que vería a su Salvador. Habló tanto del cielo, y hoy es asombroso pensar que su fe se ha convertido en vista.
Para nosotros, este es un momento de tristeza, porque lo extrañamos. Pero también de gozo, porque no lloramos como los que no tienen esperanza (1 Ts. 4:13). Hoy el pastor MacArthur está más vivo que nunca, celebrando en la presencia de su Señor. Lloramos con gratitud, porque fue un regalo inmenso para nuestra iglesia. Y lloramos también con reflexión, porque su vida nos deja lecciones que no podemos ignorar.
Sinceramente, me siento incapaz de hacer justicia a una vida tan fiel. Pero Dios me tiene aquí, y siento una responsabilidad hacia el pueblo hispano de compartir un poco de lo que pude ver de cerca.
Muchos conocen sus sermones, han leído sus libros y han sido impactados por sus enseñanzas. Después de 56 años de ministerio, sería imposible resumir todo lo que enseñó; además, ustedes tienen acceso a ese legado. Por eso quiero compartir algo distinto: lo que pude observar en su vida personal.
No lo conocí tanto como hubiera querido, pero Dios me dio el privilegio de compartir momentos con él: cientas de reuniones, conversaciones y, en los últimos años, varias horas en su casa. Aprender de él, escuchar su consejo y observar su ejemplo fue un regalo que no merezco, pero por el cual estoy profundamente agradecido.
La razón principal por la que comparto estas lecciones no es para exaltar a un hombre, sino para obedecer lo que la Biblia nos manda: «Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe» (He. 13:7). Ignorar el ejemplo de quienes han corrido fielmente la carrera antes que nosotros sería desobedecer al Señor.
Estas son ocho lecciones que Dios nos regaló a través de la vida del pastor MacArthur. Lecciones que vale la pena recordar, considerar e imitar.
1. Vivió con integridad
Una de las marcas más claras en la vida del pastor John MacArthur fue su integridad. No era un hombre perfecto, pero sí un hombre irreprensible, tal como la Escritura demanda de todo pastor (1 Ti. 3:2). A lo largo de su ministerio fue objeto de numerosas críticas. Tenía muchos enemigos, personas que odiaban la verdad y buscaban cualquier motivo para acusarlo. Sin embargo, después de décadas de servicio, no pudieron encontrar nada con qué desacreditarlo, porque su vida fue íntegra hasta el final.
Quienes tuvimos la bendición de conocerlo de cerca fuimos testigos directos de esa integridad. Lo vimos ser un esposo ejemplar, un padre fiel, un abuelo tierno y un pastor lleno de amor. Recuerdo una ocasión en que compartí un tiempo con él y su querida esposa Patricia. Me conmovió profundamente la forma en que la trataba. Era un reflejo palpable de Cristo. Así era en lo privado, tal como también lo fue en lo público.
Como padre, fue igual de fiel con sus cuatro hijos. Tenía una regla con ellos: «Si tú vienes a escuchar mis sermones, yo voy a tus partidos». Y cumplió su palabra. Era un abuelo tierno. Durante los servicios, sus nietos solían estar cerca de él; los abrazaba, los cargaba ¡y hasta les daba un dulce si le recitaban un versículo! Por supuesto, también era un pastor que amaba profundamente a su congregación. En todas estas cosas, su vida estuvo marcada por una integridad constante y visible.
Vivimos en un tiempo en el que, tristemente, muchos líderes se descalifican por causa del pecado. Parece que cada semana llegan noticias de un pastor que ha caído, y uno se pregunta si realmente es posible ser fiel hasta el final. Sabemos que Pablo lo logró, pero no podemos evitar pensar: «Bueno, él era un apóstol, ¿será posible que alguien así exista en nuestros días?».
La vida del pastor John es un faro desde el otro lado del Jordán, mostrándonos que se puede concluir la carrera con fidelidad y vivir una vida marcada por la integridad.
Damos gracias a Dios por habernos permitido ver de cerca un ejemplo de integridad verdadera. No perfecta, pero sí irreprensible hasta el final.
2. Confió plenamente en la Escritura
Pocas cosas marcaron tanto la vida y el ministerio del pastor John MacArthur como su absoluta confianza en la suficiencia de la Palabra de Dios. Todo seminarista de The Master’s Seminary ha memorizado pasajes clave como 2 Pedro 1:3, que afirma que «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder», o 2 Timoteo 3:16–17, donde leemos: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra».
Pero el pastor John no solo tenía su mente saturada de la Escritura. También mostraba una confianza profunda en su suficiencia, que se reflejaba en su predicación, especialmente cuando enseñaba uno de sus pasajes favoritos, el Salmo 19, que expuso en varias ocasiones exaltando la perfección y suficiencia de la Palabra de Dios. Sin embargo, lo más impactante era que no se trataba simplemente de un tema frecuente en el púlpito, sino de una verdad que brotaba de él con naturalidad en cualquier conversación o reunión . Por eso siempre nos recordaba que no debíamos confiar en el hombre, sino únicamente en la Escritura.
Una de sus frases más repetidas era: «No eres el chef, eres simplemente el mesero». El mesero no altera el plato ni le agrega ingredientes; su única responsabilidad es entregar la comida tal como el chef la preparó. Así también, nuestro deber es entregar fielmente la Palabra de Dios, sin añadirle ni quitarle nada.
Nos decía a los pastores de Grace que no estábamos llamados a entretener a las cabras, sino a alimentar a las ovejas. Repetía con frecuencia: «Es fácil llenar un estadio, pero un trabajo difícil es alimentar a las ovejas del Señor». Una y otra vez nos recordaba el mandato de 2 Timoteo 4:2: «predica la Palabra», para que no cediéramos a la tentación de decirle a la gente lo que quiere escuchar, sino lo que Dios ha hablado, porque su Palabra es suficiente. Incluso en situaciones difíciles, su reacción era siempre la misma: acudir a la Palabra.
Uno de sus consejos más repetidos a los seminaristas era: «No te pares de la silla hasta entender el texto ». Porque él creía, con profunda convicción, que la Palabra de Dios es la que obra en los corazones, que transforma vidas y edifica a la Iglesia.
3. Fue valiente por la verdad
Probablemente, el pastor John MacArthur es más conocido por su valentía en la defensa de la verdad. Era un verdadero león en el púlpito, un pastor que peleaba sin descanso por la verdad de Dios. Cuando le preguntaban: «¿Cómo escoges tus batallas?», respondía: «Yo no escojo las batallas, peleo cada una de ellas». ¿Por qué? Porque él amaba a Cristo, y quien ama a Cristo ama su verdad (Jud. 3).
Lo vimos en múltiples esferas: en entrevistas públicas como en Larry King, en sus libros y en sus predicaciones. No se avergonzó del Señor ni de su Palabra. Me parecía increíble como no tuvo miedo de confrontar a la cultura, a la falsa religión o a las herejías con la verdad del evangelio.
Basta con repasar algunas de las batallas que libró durante más de medio siglo de ministerio:
- Por la inerrancia de las Escrituras, siendo parte de la declaración de Chicago.
- Por el señorío de Cristo y la pureza del evangelio, con su libro El evangelio según Jesucristo.
- Por la creación literal, con su libro La batalla por el comienzo.
- Contra los excesos y errores del movimiento carismático, primero con Caos carismático y después con Fuego extraño.
- Contra el catolicismo romano y el falso evangelio de las obras.
- Contra la ideología woke, la normalización del pecado y la agenda LGBTQ.
- Contra la intromisión del Estado en la Iglesia, afirmando con valentía que «la Iglesia es esencial».
- Contra el aborto, la adoctrinación infantil con ideologías de género y toda agenda perversa que busca destruir a las nuevas generaciones, con su libro La guerra contra los niños.
Hace algunos meses, le pregunté: «¿Cómo puedo ser más valiente?» Respondió: «Forja convicciones fuertes». Su fuente de valentía siempre fue la convicción inquebrantable de que la Escritura es la verdad absoluta de Dios.
Para algunos, esa firmeza podía parecer arrogancia. Pero quienes lo conocían de cerca sabían que se trataba de humildad bajo convicción. Su mente estaba tan aferrada a la verdad, que nada ni nadie podía moverlo. Que Dios nos conceda esa misma valentía, arraigada en convicciones bíblicas claras, para nunca ceder ante el error y ser siempre fieles a su verdad.
4. Amó tiernamente a las ovejas
Desde afuera, muchos conocían la voz firme y tronante del pastor John MacArthur, especialmente cuando confrontaba el error y a los falsos maestros. Pero, como todo verdadero pastor, tenía dos voces: una voz contra los lobos y una voz tierna para sus ovejas.
En las reuniones pastorales, siempre nos recordaba 1 Timoteo 1:5: «El propósito de nuestra instrucción es el amor nacido de un corazón puro…». Su ministerio estuvo marcado por un amor genuino hacia la iglesia.
Amaba profundamente a los hermanos. Siempre era el primero en llegar al hospital, en hacer una llamada cuando alguien estaba en necesidad, en consolar y animar. Recuerdo cómo me preguntaba por mis hijos cuando pasaban por alguna dificultad, y no solo preguntaba, sino que recordaba sus nombres. En una iglesia tan grande como Grace Community Church, la única manera de recordar los nombres y las necesidades de las ovejas es orando constantemente por ellas.
Incluso en los casos de disciplina eclesiástica, su paciencia siempre me sorprendía. No actuaba con frialdad, sino con profundo amor, buscando siempre el arrepentimiento y la restauración. Y cuando tenía que anunciar la disciplina de algún miembro, en obediencia al tercer paso de Mateo 18:15–17, con frecuencia decía antes: «Asegúrate de revisar bien el santuario; no quiero mencionar su nombre si Dios respondió nuestras oraciones y ha venido arrepentido».
5. Creyó en la obra del Espíritu en la iglesia
Todo el ministerio del pastor John MacArthur estuvo profundamente centrado en la importancia de la iglesia local y en cómo el Espíritu Santo capacita a cada creyente para edificarla. Recuerdo que cada vez que llegaba a su oficina, su primera pregunta siempre era: «¿Qué necesitas?». Nunca escuché un «no» por respuesta, sino un deseo sincero de ayudar a las personas a usar los dones que el Señor les había dado.
Solía decirme: «Josías, no me hables de los problemas, háblame de las soluciones». Al principio, esa frase me sonó orgullosa, como si no quisiera escuchar mis dificultades. Pero con el tiempo comprendí que era todo lo contrario. No quería imponer sus propias ideas, sino apoyar las soluciones que otros proponían, porque confiaba plenamente en que el Espíritu Santo obraba a través de los dones dados a cada creyente. Para él, los dones espirituales y su ejercicio en la iglesia local eran esenciales.
Aunque el ministerio de MacArthur trascendía las paredes de Grace Community Church, su corazón siempre estuvo con la congregación que pastoreó fielmente durante 56 años, así como con las iglesias que se plantaban a través de los hombres que entrenaba. Repetía con convicción las palabras de 2 Timoteo 2:2: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros». Desde que fue invitado a pastorear Grace Community Church, su meta fue clara: predicar la Palabra y formar hombres para la obra del ministerio. Ese propósito nació de un profundo amor por la iglesia local donde el Señor lo colocó, y del anhelo de ver otras iglesias locales fieles alrededor del mundo.
6. Amó profundamente a Cristo
Durante 56 años de ministerio, casi la mitad de los domingos que predicó lo hizo desde los Evangelios. Predicó Mateo, Marcos, Lucas y Juan, este último en dos ocasiones. Lo hizo simplemente porque amaba conocer a su Señor. Aunque dedicó décadas a predicar los Evangelios —y cualquiera podría haber pensado que ya no quedaba nada más por decir—, él insistía en que Cristo era inagotable.
Una frase que repetía a los estudiantes de The Master’s Seminary era: «Tú encárgate de la profundidad de tu ministerio y deja que Dios se encargue de la anchura». Para él, lo más importante para un predicador era conocer a Cristo íntimamente.
Su amor por el Señor era tan evidente que no podía dejar de hablar de Él. Con frecuencia citaba Apocalipsis 2:4: «Has dejado tu primer amor», un peligro que jamás quería que ocurriera en su propio corazón ni en el de la iglesia.
No se cansaba de proclamar a su Señor: aquel que vino del cielo, el eterno Hijo de Dios que se humilló para salvarnos. Y esa asombrosa humildad del Señor también se reflejaba en la vida del pastor John. Al contemplarlo tanto y amarlo tan profundamente, su carácter fue moldeado a su imagen.
7. Vivió con humildad
Muchas veces le preguntaron al pastor John qué pasaría con Grace Community Church cuando el Señor se lo llevara. Casi siempre respondía: «La iglesia es como un balde de agua; cuando saco mi puño, el agua vuelve a tener la misma forma y parece que mi mano nunca estuvo allí». Aunque en realidad su puño era muy grande y nadie podrá reemplazarlo, esa respuesta reflejaba su honesta humildad.
Otra evidencia de esa humildad era una frase que repetía constantemente: «No te defiendas». Muchos de los que estábamos cerca de él nos frustrábamos porque nunca se defendía. Pero él creía firmemente que el tiempo y la verdad van de la mano. Su confianza estaba en que Dios vindicaría sus acciones, ya fuera en esta vida o en la venidera.
Fue acusado de muchas cosas —no de pecados personales, sino de ser un mal consejero. Aún cuando, como ancianos, contábamos con evidencia objetiva para refutar las acusaciones, el pastor John no quiso defenderse. No le preocupaba su reputación ante el mundo, porque creía que pelear con necios era convertirse en uno de ellos (Pr. 26:4). Su única responsabilidad era permanecer fiel, y que Dios se encargaría de su reputación.
Otro recuerdo que atesoro de su humildad ocurrió durante una reunión de ancianos en la que estuve en desacuerdo con él. En el consejo de ancianos de Grace Community Church, tomamos las decisiones por voto unánime y en aquella ocasión pensé que recibiría una llamada de pastor John para dejarme sin empleo. Pero no, me llamó para animarme y con paciencia mostrarme las fortalezas de su posición. Desde afuera, muchos podrían pensar que impondría su voluntad, o que su voto contaba por el doble. Pero no fue así. Él siempre decía: «Yo no tengo ninguna autoridad en esta iglesia». Aunque su presencia tenía peso entre nosotros, él entendía que era uno más entre los ancianos (1 P. 5:1).
8. Sirvió por gracia
Finalmente, siempre nos recordaba que el ministerio es una misericordia. Decía que muchos pastores no terminan bien porque llegan a creer que merecen algo mejor. Por eso, es fundamental comprender que el ministerio es un regalo, una gracia inmerecida.
El último folleto que escribió toca 2 Corintios 4:1: «Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos». Al leer ese librito, lloré en cada una de sus páginas. Lo que más me asombró es que fue escrito después de 56 años de ministerio. Muchos predicadores, al alcanzar cierto reconocimiento, llegan a creerse más de lo que son y piensan que merecen todo lo que tienen. Pero el pastor John, aun con un ministerio tan público y longevo, nunca dejó de ver su llamado como una misericordia de Dios.
El ministerio del pastor MacArthur será un legado en la historia de la iglesia. Aunque hoy quizás no percibimos su impacto completo, si el Señor no viene antes, las generaciones futuras mirarán atrás y lo ubicarán en la misma línea que hombres como Martyn Lloyd-Jones, Spurgeon, Edwards, Owen, Calvino, Lutero, Agustín y Crisóstomo. Verán que una de las formas en que Dios lo usó fue para hacer volver a la iglesia a la predicación expositiva.
Si hoy muchos pastores predican expositivamente —ya sea que lo hagan bien o no—, en gran parte es por la influencia del ministerio del pastor MacArthur. No hay duda de que su legado será la predicación expositiva; una predicación que brotaba de su confianza inquebrantable en la inspiración, inerrancia, claridad, suficiencia y suprema autoridad de las Escrituras.
Conclusión
Debemos dar gracias a Dios por haber usado al pastor John de manera tan poderosa en el despertar de Latinoamérica a la sana doctrina. Él siempre tuvo un corazón sensible hacia las comunidades hispanas. Este año, el ministerio en español de Grace Community Church cumple 50 años, y si hubieras visto cómo eran las iglesias en Los Ángeles hace medio siglo, sabrías que Grace fue una de las primeras en establecer un ministerio en español.
Iniciar ese ministerio no fue fácil. Muchos ancianos se opusieron, pero MacArthur insistió, impulsado por su amor por los hispanos. Les decía que veía a Latinoamérica como una cosecha lista para el evangelio, especialmente ante los fracasos del catolicismo romano y del movimiento carismático. Y hoy, muchos de los hombres que Dios ha usado para llevar la verdad de las Escrituras al mundo hispano testifican que fueron profundamente influenciados por el ministerio del pastor John.
Su partida también fue un testimonio de la esperanza que predicó durante toda su vida. En sus últimos días, cuando llamó a toda su familia para despedirse de ellos. Uno de sus hijos nos contó que sus últimas palabras fueron: «¿Oh muerte, dónde está tu aguijón?» (1 Co.15:55). Así partió al cielo, ese cielo del que tanto habló, recordándonos que la razón por la que el cielo es tan glorioso es porque allí se puede amar y ser amado por Cristo sin la presencia del pecado.