Cómo el propósito vence a la distracción


En 2 años y medio, tendré 40 años, lo que según Internet es el comienzo de la mediana edad, ese «período de la adultez humana que precede inmediatamente al comienzo de la vejez» (Britannica.com). A medida que me acerco rápidamente al momento en que habrá más días detrás de mí que por delante (si es que aún no he alcanzado ese punto), me estoy volviendo cada vez más consciente de mis limitaciones. Mi fuerza es limitada. Mi capacidad mental es limitada. Mi tiempo es limitado. Mi influencia es limitada. Y a medida que el tiempo avanza y las limitaciones me presionan, he estado pensando cada vez más en esa pequeña y tonta computadora que llevo en el bolsillo y en la que miro durante demasiadas horas cada semana. No quiero que la segunda mitad de mi vida esté marcada por estar deslizando inútilmente y sin sentido. No quiero llegar al final de mis días sabiendo que se desperdiciaron miles de horas: minutos, horas, días en los que no logré el propósito para el cual Dios me puso en esta tierra.

 

La amenaza tecnológica

Considero que no soy el único adulto que siente la naturaleza fugaz del tiempo y la sensación de que la tecnología puede hacernos perderlo. De hecho, argumentaría que para muchos cristianos, su celular es una amenaza mayor para su alma que el mundo secular y su agenda anticristiana. Estoy de acuerdo con el columnista del New York Times, Ross Douthat; cuando se le preguntó qué tan preocupado estaba de que sus hijos crecieran en una cultura secular y anticristiana, Douthat levantó su teléfono celular y dijo que el dispositivo que tenía en la mano le preocupaba más que la dirección de Hollywood, las universidades, los medios de comunicación o el gobierno. En el teléfono y en toda la tecnología que representa, vio un instrumento mucho más efectivo que cualquiera de esas instituciones para consumir la atención de sus hijos y formar sus afectos lejos de Dios y hacia el ego.

Para contrarrestar los efectos de pérdida de tiempo del teléfono, he implementado muchos de los consejos y trucos para el control de la tecnología descritos en libros útiles como Minimalismo digital de Cal Newport o La regla común (The Common Rule) de Justin Whitmel Earley. Pongo mi teléfono en modalidad silenciosa por la noche. Trato de no despertar con él por la mañana. Lo guardo en un cajón en mi oficina para que no distraiga. Trato de no mirarlo durante las reuniones o conversaciones con familiares y amigos. Pero esas no son soluciones permanentes. Esas autodisciplinas son necesarias, pero no eliminan el atractivo de la distracción. Me ayudan a ahorrar tiempo, pero no me enseñan a valorarlo.

Sé que si eliminara las redes sociales, me deshiciera de mi teléfono celular y me mantuviera alejado de Internet, seguiría siendo propenso a la distracción y la pérdida de tiempo. Lo sé porque luché con ambas cosas cuando era niño, incluso antes de que existiera el iPhone o Mark Zuckerberg inventara Facebook. Así que a medida que llego a la segunda mitad de mi vida, con un teléfono celular acompañándome, no necesito menos tecnología. Necesito más sabiduría. Necesito orar la oración del salmista. «Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría» (Sal. 90:12).

Resistiendo la tentación

Claramente, la sabiduría que necesito para la segunda mitad de mi vida se encuentra en la Palabra de Dios. Pero si busco específicamente la sabiduría que puede ayudarme a resistir el atractivo de la tecnología y la pérdida de tiempo, debo volver al comienzo de la Palabra de Dios. Necesito entender por qué Dios me ha colocado en esta tierra. Solo cuando entienda su propósito para mi tiempo podré maximizarlo con alegría y gastarlo con propósito.

El propósito de Dios para mí—y para todas sus criaturas—se establece primeramente en Génesis 1:27–31. Aquí está el texto:

«Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. 28 Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. 29 Y dijo Dios: He aquí, yo os he dado toda planta que da semilla que hay en la superficie de toda la tierra, y todo árbol que tiene fruto que da semilla; esto os servirá de alimento. 30 Y a toda bestia de la tierra, a toda ave de los cielos y a todo lo que se mueve sobre la tierra, y que tiene vida, les he dado toda planta verde para alimento. Y fue así. 31 Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y fue la mañana: el sexto día».

Aunque la caída del hombre en el pecado cambió mucho en nosotros, no cambió este mandato de la creación. Este texto se aplica a ti y a mí hoy tanto como se aplicó a Adán y Eva antes de que comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal. En estos versículos, veo un propósito para la segunda mitad de mi vida y el antídoto para mi tendencia hacia la distracción.

Los seres humanos son la única parte de la creación de Dios hecha a su imagen. Eso nos da una gloria y significado impresionantes. El Creador del universo, el Señor todopoderoso del cielo y la tierra, ha decidido crear hombres y mujeres a su imagen. Entre todos los privilegios de ser creados a imagen de Dios, el más alto y maravilloso es que tenemos la capacidad relacional de comunicarnos con Dios. Como Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, el Creador es inherentemente relacional. Ser hecho a su imagen es compartir esa capacidad relacional y ser capaz de tener una relación con Dios. En ninguna parte se habla de esto de manera más elocuente que en el evangelio de Juan. «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn. 17:3). Conocer a Cristo solo sucede a través de una profunda inmersión en su gloria. «Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu» (2 Cor. 3:18). Quiero pasar la segunda mitad de mi vida conociendo a Dios. Entendiendo al que llevo su imagen.

Más allá de mi búsqueda de Dios, hay tareas específicas que Dios me ha dado, tareas de las que no puedo distraerme si voy a cumplir mi llamado y vivir una vida significativa y gozosa. Voy a hablar de esas tareas en la Parte 2. Solo cuando entendamos lo que Dios nos llama a hacer tendremos la motivación para alejarnos de la tecnología que nos hace perder el tiempo."