El ministerio no es fácil. Puede desanimar y distraer. A veces, es incómodo, precario y solitario. Para la mayoría de los pastores, requiere años de trabajo en la oscuridad, pastoreando pequeñas congregaciones y sin tener una plataforma para una mayor influencia. Con todos los desafíos del ministerio, ¿por qué alguien querría el trabajo? ¿Por qué vale la pena el ministerio pastoral? Los pastores que se encuentran en medio de la lucha no perdurarán si no recuerdan la gloria de la Iglesia.

No hay nada más noble, maravilloso y sorprendente que la obra de Dios en y a través de la Iglesia. La Iglesia no es una de las muchas instituciones de este mundo. Es la institución de Dios para todos los tiempos. Es un honor participar en la obra eterna de la Iglesia. Los pastores deben estar convencidos de esa realidad. El mejor lugar para ver esa realidad—y para encontrar fuerza y estímulo para el ministerio—es el libro de los Hechos.

Muchos tratan el libro de los Hechos como si fuera una descripción de cómo hacer iglesia. Aunque hay mucha eclesiología práctica en el libro, ese no es el enfoque principal. En lugar de un libro sobre lo que la Iglesia hace, Hechos es un libro sobre lo que la Iglesia es. Si fuera un manual de cómo hacer iglesia, las congregaciones de hoy seguirían hablando en lenguas, o tendrían servicios religiosos obligatorios en el tercer piso de un edificio donde el pastor predicaría hasta que el sueño venciera a un congregante y este cayera por la ventana hasta morir (ver Hechos 20). Si todos los acontecimientos de los Hechos fueran normativos para el ministerio de la Iglesia, los misioneros solo podrían viajar en barco y las reuniones de oración solo podrían tener lugar por la noche y en los hogares. Pero al examinar el propósito más profundo de Hechos—proporcionarnos una definición gloriosa de la Iglesia—encontramos cuatro realidades que hacen de la Iglesia la institución más gloriosa del mundo.

La Iglesia da testimonio

En Hechos 1:8, Cristo dice a sus discípulos: «pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra». Cuando Cristo llama a la primera generación de la Iglesia «mis testigos» está identificando la identidad central de la Iglesia. La Iglesia no es una organización política ni un club social. No promulga cambios sociales ni se compromete con la justicia social. En cambio, la Iglesia proclama a Cristo y muestra al mundo cómo es la vida en su reino. Es una muestra de un día venidero en el que Cristo reinará sobre cada centímetro de esta tierra.

Ese dominio debe presentarse en todo el mundo. Como dice Jesús, el mensaje del Evangelio debe ir a «Jerusalén, y en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra». En todo el globo terráqueo, los cristianos deben describir y exclamar las glorias de Cristo. Dado que la Iglesia es una muestra de la gloria venidera (Santiago 1:18), debe dejar de actuar como si fuera responsable de la renovación y redención de la cultura. Cuando las iglesias pierden de vista su propósito fundamental—dar testimonio de Cristo—inician movimientos sociales y se distraen con las cosas de esta tierra. Olvidan que son un testimonio de Cristo y una muestra de su reino venidero.


Cuando las iglesias se centran en su llamado principal, inyectan esperanza en este mundo. Cuando un no creyente entra en una iglesia bíblica y que teme a Dios, encontrará esperanza para él y para la humanidad, porque verá a una persona tras otra que ha sido transformada.


Dar esta esperanza es una tarea colectiva. Los individuos pueden dar testimonio de la obra transformadora de Cristo en su vida, pero solo la Iglesia puede dar testimonio de la obra transformadora de Cristo para toda la humanidad, porque solo en ella los no creyentes encontrarán personas transformadas que provienen de todos los orígenes, razas, edades y géneros (Efesios 2:15). Cuando la gente viene a la iglesia y ve a individuos que nunca se conocerían, ni se preocuparían por los demás en circunstancias normales, ahora unidos en el amor, el servicio y la alabanza, ven un testimonio eficaz del poder del Evangelio.

La Iglesia tiene mayor autoridad

A lo largo de Hechos, hay una contienda entre los líderes religiosos del judaísmo y la iglesia recién formada. Están debatiendo esta cuestión: ¿quién está al mando? ¿Quién tiene la autoridad dada por Dios? Por supuesto, la nueva iglesia afirma que Jesucristo es la máxima autoridad, y los judaizantes se oponen vehementemente a esa afirmación. En el capítulo cuatro, arrestan a Pedro y a Juan «porque enseñaban al pueblo, y anunciaban en Jesús la resurrección de entre los muertos» (4:2). Mira también como cuestionan a los apóstoles tres versículos después: «Y habiéndolos puesto en medio de ellos, les interrogaban: ¿con qué poder, o en qué nombre, habéis hecho esto?» (4:7). Los apóstoles responden con un nombre: Jesucristo (4:10). Solo Él tiene la autoridad porque «no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos» (4:12). ¿Qué tiene que ver la autoridad de Cristo con la gloria de la Iglesia? Todo. La Iglesia es la única institución que lleva el nombre de Cristo en todo lo que es y en todo lo que hace. Por esa razón, la Iglesia es mediadora de su autoridad al declarar su Evangelio. Por supuesto, los líderes de la Iglesia pierden esta autoridad tan pronto como comienzan a buscar un nombre para sí mismos (ver Hechos 5:1, Ananías y Safira). Pero al exaltar fielmente a Cristo y someterse a su autoridad, tienen una influencia y un poder que va mucho más allá de cualquier corporación o movimiento político. En el mundo de hoy, la Iglesia tiene gloria porque al mediar la autoridad de Cristo tiene la mayor autoridad que cualquier otra institución.

La Iglesia es una institución global

En Hechos 9 al 20, la Iglesia lleva el Evangelio hasta los confines de la tierra. En el capítulo 8, la Iglesia extiende su influencia a África cuando Dios envía a Felipe a evangelizar a un etíope. En el capítulo 9, Dios le dice a Ananías de Damasco que ha apartado a Saulo de Tarso (que pronto sería el apóstol Pablo) «para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los hijos de Israel» (vs. 15). En el capítulo 10, un soldado romano llamado Cornelio y su familia se unen a la Iglesia. En su sermón evangelístico, el apóstol Pedro dice que «en toda nación el que le teme [a Dios] y hace lo justo, le es acepto» (vs.35). A continuación, en el capítulo 13, Pablo inicia el primero de sus tres viajes misioneros, estableciendo iglesias por todo el Imperio Romano. Cuando se cierra el libro de Hechos, la Iglesia se ha convertido en una institución mundial, que persevera a pesar de la oposición, florece en lugares donde antes no había cristianos y se enfrenta intelectualmente con las filosofías de la época.


No hay cultura ni punto geográfico, donde la iglesia no tenga la capacidad de afianzarse.

Hoy continúa avanzando hacia todos los lugares.


Por muy impresionantes que sean las empresas multinacionales, con dinero e influencia repartidos por todo el mundo, ninguna de ellas es tan extraordinaria ni tan eficaz como la Iglesia. Esto es cierto no solo para la Iglesia global, sino también para las congregaciones locales. Al apoyar las misiones, participan en esta institución global. Al proclamar a Cristo, anuncian la única esperanza del mundo.

La Iglesia es una institución global

Después de su tercer viaje misionero, el apóstol Pablo regresa a Jerusalén, a pesar de que se le advirtió que la persecución, incluso la muerte era inevitable si volvía a la capital de Israel (Hechos 20:10–14). Allí se mantiene, con Israel—y por la nación—a pesar de la oposición de una turba de Jerusalén (Hechos 21:27–24:27). Cuando se le acusa de sedición, Pablo apela al César, alegando su ciudadanía romana. A pesar de toda la oposición, a través de los numerosos tribunales y juicios documentados en Hechos 21–28, Pablo sigue buscando el bien de sus enemigos. Proclama la salvación tanto para los judíos como para los gentiles. No muestra ninguna amargura. No se las ingenia para escapar de las dificultades y su mensaje no cambia. Es un hombre de carácter e integridad.


Esto es el punto más alto de la nobleza: buscar lo mejor para todas las personas, incluso los enemigos, negarse a comprometer cualquier convicción y, sobre todo, proclamar el mensaje más noble del Evangelio.


Aunque Pablo es acusado de ser un criminal una y otra vez, el libro de los Hechos lo muestra como un hombre justo. Está del lado de la justicia porque defiende el Evangelio, que no es simplemente un mensaje justo, es el mensaje que justifica a los injustos. Por lo tanto, Pablo está en el lado correcto de la historia y eso es siempre cierto para la Iglesia. Al igual que el apóstol Pablo, los cristianos de hoy serán acusados de insurrección y división simplemente por proclamar el mensaje más noble y justo que el mundo haya conocido. Pero la Iglesia seguirá proclamando la verdad porque es noble, y como noble institución está dispuesta a soportar la oposición en aras de su integridad, y por el bien de los demás, incluso de los que se oponen a ella.

Si eres pastor, tienes el privilegio de dirigir una noble institución con alcance global, la mayor autoridad y el mensaje más grande que el mundo haya visto jamás. Si eres parte de la Iglesia, tienes el privilegio de servir a esta gloriosa institución. Esa verdad te sostendrá cuando los días sean largos, el conflicto sea grande y el trabajo sea agotador. Cristo vale la pena y su iglesia es gloriosa. Por eso resistimos.