Todo pastor formado en un seminario que haga hincapié en la utilidad del seminario para los que aspiran al ministerio, en algún momento recibirá preguntas como estas: «¿Realmente tengo que ir al seminario para ser un pastor fiel? ¿No puedo quedarme en casa y leer libros? Después de todo, ¿no es eso lo que hizo Spurgeon?».
No son malas preguntas. Incluso entiendo el escepticismo hacia un título caro y a menudo residencial. En pocas palabras, uno no tiene que ir al seminario para ser un pastor fiel. Después de todo, la formación en seminarios—tal como la conocemos hoy—no aparece explícitamente en la Biblia.
Durante siglos ha habido pastores fieles que no tenían una formación formal. Para muchos a lo largo de la historia de la Iglesia, dicha formación simplemente no era una opción. Cuando aparezca el Príncipe de los pastores, los pastores que tengan letras detrás de sus nombres no recibirán una corona más gloriosa que los que no las tengan (1 P. 5:4). Al final de los tiempos, lo que se exige de los mayordomos—con o sin entrenamiento formal—es que sean hallados fieles (1 Co. 4:2).
Habiendo dicho esto, sin embargo, si un hombre quiere ser fiel a la abrumadora vocación del pastorado y a todo lo que este sagrado oficio conlleva, entonces sí, ¡debe ser formado por alguien, en algún lugar! Porque si bien el seminario no figura explícitamente en la Biblia, la formación pastoral y teológica sí lo está (2 Ti. 2:2). En nuestro contexto, el seminario es a menudo el lugar donde se imparte esa formación tan necesaria. En una época como la nuestra, de caos cultural y complicadas cuestiones eclesiásticas, tal vez haya llegado el momento en que el autoaprendizaje ya no sea suficiente.
En este artículo, presentaré cinco razones por las que el sagrado oficio del pastorado exige una formación superior en el seminario.
1. Una predicación potente exige una preparación competente.
Para aprender a predicar, debes contar con exégetas experimentados que te preparen para manejar la Palabra con precisión. Necesitas ser entrenado no sólo para preparar un sermón, sino también para leer tu Biblia. La verdad es que se nos debe enseñar a manejar con precisión la Palabra; no es algo que le salga natural a nadie. Para ser «apto para enseñar» (1 Ti. 3:2) es necesario ser bien enseñado, ya que el discipulado no sólo consiste en aprender todo lo que Cristo mandó, sino también en saber cómo enseñar a otros.
Al fin y al cabo, nosotros—como pastores—no somos oradores ni conferenciantes motivacionales, y no estamos dando a nuestra gente pláticas o discursos. Cuando predicamos, realizamos la actividad más sagrada del planeta: hablamos en nombre del Dios vivo. La Palabra, predicada con poder y recibida con humildad, es uno de los medios centrales por los que el plan de salvación se despliega en este mundo caído.
Puedes ser capaz de impresionar a una multitud con un discurso, pero eso de ninguna manera te califica para predicar, porque incluso el poderoso Apolos—un león en el púlpito—todavía necesitaba el entrenamiento de una pareja experimentada. Cuánto más nosotros necesitamos entrenamiento.
2. La exégesis demanda exactitud.
La exégesis—extraer el significado de las Escrituras—exige precisión en las lenguas originales de la Biblia (hebreo, arameo y griego). Si un aspecto central del ministerio de un pastor es sacar el significado del texto de un libro (y lo es), entonces querremos todas las herramientas a nuestra disposición para manejar con precisión la Palabra (2 Ti. 2:15). De hecho, la herramienta más precisa y eficaz disponible es una lectura cómoda de los idiomas bíblicos.
Cuando descuidamos o minimizamos los lenguajes originales, nuestra precisión con el texto bíblico comienza a difuminarse.
Nuestra confianza no es mayor que nuestra precisión
John Piper lo expresó de esta manera: «Es difícil predicar semana tras semana sobre toda la gama de la revelación de Dios con profundidad y poder si uno está plagado de incertidumbre cuando se aventura más allá de las generalidades básicas del Evangelio».1
Aunque hay algunos genios que pueden aprender las lenguas bíblicas en la mesa de su cocina, el resto de nosotros necesitamos profesores, compañeros de clase y fechas de entrega—necesitamos el modelo de 2 Timoteo 2:2.
3. Ser un entrenador exige ser entrenado.
Una cosa debe quedar clara para los aspirantes a pastores y sus futuros rebaños: los pastores no son gestores de programas, son entrenadores. Pablo deja claro en Efesios 4:11—12 que una de las razones centrales por las que existen líderes en la iglesia es «equipar a los santos para la obra del ministerio». Y la «obra» de la que habla Pablo es la obra del alma de «hablar la verdad en amor unos a otros» (v. 15).
La idea de «hablar la verdad» es mucho más que ser honestos unos con otros; es donde cada miembro toma la madurez espiritual de los demás como su prioridad. Cada miembro de una iglesia necesita ser entrenado y equipado por los líderes para hablar la Palabra de Dios en las vidas de los demás. La salud de cualquier iglesia local depende, en gran medida, del discipulado robusto de los santos para ayudarse unos a otros a madurar en Cristo.
La habilidad de ayudar a las personas a amarse y cuidarse mutuamente requiere un nivel de profundidad en un hombre—una sabiduría y habilidad pastoral que se obtiene con mayor frecuencia de hombres de iglesia experimentados y más sabios. Esta es la razón por la que existe la formación en los seminarios, no sólo para producir la próxima generación de expositores, sino también la próxima generación de «entrenadores», que equipan al rebaño para la salud de la iglesia que avanza en la misión.
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4. Contender por la fe exige una capacitación cuidadosa.
¿No advirtió Pablo a los ancianos de Éfeso: «Vendrán lobos feroces entre vosotros que no perdonarán el rebaño» (Hch. 20:29)? ¿No nos avisó Pedro con antelación de que «habrá falsos maestros entre vosotros» (2 P. 2:1)? ¿No dijo Judas a la iglesia que debía contender «ardientemente por la fe» (Jd. 1:3)? La iglesia ha sido advertida.
Los falsos maestros rara vez son descarados. Es probable que no utilicen la palabra «herejía» para describir sus enseñanzas. Son suaves y atractivos. Pero su objetivo es el mismo: seducir a la iglesia para que se aleje de la sana doctrina de una manera creativa y atractiva. Vienen con nuevas ideas y interpretaciones alternativas de los pasajes, que uno se pregunta por qué nunca había oído antes. Lo difícil acerca de los falsos maestros, es que la mayoría de sus enseñanzas no son falsas. Es verdad en un 80%, y el otro 20% es sutil y difícil de detectar—al principio.
Las iglesias necesitan líderes que estén «reteniendo la palabra fiel...para que sea capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen» (Ti. 1:9). Añade a esto a la sagrada lista de lo que los pastores están llamados a hacer: «exhortar con la sana doctrina» y «refutar a los que contradicen».
De manera que, la protección del rebaño y la contención por la fe exigen un pensamiento riguroso acerca de las Escrituras que la mayoría de las personas, por sí solas, no están preparadas para hacer. Por lo tanto, necesitamos hombres—pastores-teólogos—para entrenar a los hombres a defender el rebaño contra los lobos.
5. La reproducción exige una formación rigurosa.
El objetivo de una iglesia local no es simplemente llevar a cabo programas o cumplir los criterios de crecimiento de la iglesia. No es construir graneros más grandes (aunque sí queremos que se salve tanta gente como sea posible). Nuestro objetivo como iglesias es estar lo suficientemente sanas como para multiplicarnos: multiplicar discípulos que hagan discípulos, que planten iglesias que hagan discípulos, y así sucesivamente hasta alcanzar las naciones con el Evangelio. Todo esto comienza con los pastores invirtiendo y capacitando a otros para la obra del ministerio.
Los pastores deben levantar y entrenar a otros ancianos. Los ancianos no son simplemente nombrados; se ora por ellos y se les enseña, equipa y cultiva en la incubadora de la iglesia local. Un pastor debe moldear a los mismos ancianos que desea reclutar. Por lo tanto, la mayoría de los pastores necesitan algo más de lo que el estudio autodidacta puede suministrar.
El mayor legado de cualquier pastor no es lo que logra en su propia vida, sino el impacto de su vida en los hombres fieles que él mismo formó. Este tipo de réplica, sin embargo, requiere una formación especializada que pocos pueden duplicar por sí mismos.
Formación superior para un oficio sagrado.
Nadie está diciendo que no se pueda ser pastor sin ir al seminario. Lo que digo, sin embargo, es que el sagrado oficio exige u entrenamiento sobresaliente. Porque para pastorear las ovejas, apacentar el rebaño y guiar amorosamente a los corderos, necesitamos toda la ayuda posible.
[1] John Piper, Brothers, We Are Not Professionals: A Plea to Pastors for Radical Ministry, Updated and expanded ed. (Nashville, TN: B & H Publishers, 2013), 99.