En Efesios 4:1, el apóstol Pablo exhorta a la iglesia de Éfeso a «andar dignamente de la vocación con que habéis sido llamados». Este versículo es un llamado a la santificación—un mandato para vivir de tal manera que tu estilo de vida esté marcado por una obediencia consistente con tu identidad en Jesucristo. Esta búsqueda de la santificación es un llamado santo y sublime, debe ser la obsesión dominante de tu vida. En cada momento de tu vida, Dios te ha llamado a esforzarte por ser un instrumento santo en sus manos.

En 1 Tesalonicenses 4:3, Pablo dice que la santificación es «la voluntad de Dios» para tu vida. Lamentablemente, demasiados creyentes no dan prioridad a la santificación, aunque esa es exactamente lo que Dios quiere. Los cristianos—y peor aún incluso los líderes cristianos—no se preocupan por su crecimiento en santidad. En lugar de la santificación personal, los evangélicos están obsesionados con cuestiones aparentemente más urgentes como la influencia cultural o la justicia social. Prefieren que su legado sea el de un agente de cambio social que el de un hombre o mujer de santidad. La ironía es que uno de los agentes de cambio social más importantes de la historia, William Wilberforce, estaba más preocupado por su propia santificación que por la labor social y política por la que el mundo le recuerda hoy.

William Wilberforce

Por supuesto, Wilberforce debe ser conocido por su labor política y social. Durante más de cuatro décadas, fue la principal voz británica en contra de la trata de esclavos. El 12 de mayo de 1789 pronunció su primer discurso ante el Parlamento británico. Desde que se convirtió en miembro del Parlamento en 1780 hasta que se retiró en 1825, Wilberforce propuso varias versiones de la ley de abolición. En las seis ocasiones, sus peticiones de abolición fueron rechazadas. Tres meses antes de su muerte, Wilberforce seguía pronunciando discursos contra la esclavitud. Por fin, el proyecto de ley que abolió la esclavitud en todo el imperio británico fue aprobado sólo tres días antes de que muriera, y fue apropiadamente dedicado a este campeón de la abolición. Para su morada final, el Parlamento eligió la Abadía de Westminster (Westminster Abbey), donde hoy se encuentra una estatua de Wilberforce.

Aunque el mundo recuerda a Wilberforce principalmente por su liderazgo en el movimiento antiesclavista, no fue la prioridad de su vida. En el diario que mantuvo durante décadas, Wilberforce habla poco de su trabajo en el Parlamento o del progreso del movimiento antiesclavista. En cambio, el tema dominante en sus escritos era su propia santificación. Su clara y constante obsesión era su propio crecimiento en santidad. La forma en que escribe sobre su propia búsqueda de la santidad parecería extraña para los evangélicos actuales.

Sé consciente de su santificación

Al igual que Edwards antes que él, Wilberforce tomó una serie de resoluciones. Uno de esos propósitos era catalogar diariamente sus pecados junto con sus actos de fidelidad, para dar seguimiento a su crecimiento espiritual con todo detalle. También tomó la costumbre de enumerar las misericordias diarias en su vida rastreando la buena mano de providencia de Dios. Identificaba los principales defectos que veía en sí mismo, las tentaciones a las que se enfrentaba ese día y a las que había sucumbido. Por último, a menudo cerraba el registro en su diario, indicando humildemente comportamientos que, según reconocía, habían dado gloria a Dios de alguna manera o habían hecho avanzar el Evangelio. A través de todo su diario, resulta minuciosamente obvio que su objetivo era cultivar el gusto por el cielo:


«A ti, oh Dios, vuelo, por medio del Salvador; permíteme vivir más dignamente de mi santa vocación; ser más útil y eficiente, para que mi tiempo no se desperdicie sin provecho para mí y para los demás, sino para que realmente sea útil en mi generación y adorne la doctrina de Dios mi Salvador»


Los escritos de Wilberforce estaban marcados por una extrema conciencia de su propio pecado ante un Dios santo. En una ocasión escribió: «Cómo debería avergonzarme si los demás pudieran verme tal como soy realmente. A menudo pienso que soy un gran impostor. Mi corazón pesa. Oh, no hay nada que pueda dar paz al espíritu herido, sino las promesas del Evangelio. Dios es amor y es capaz de salvar hasta el final y no echará a nadie que venga a Él. Confío en que es Él quien está despertando en mí la disposición a venir y, por lo tanto, seguiré adelante humildemente, confiando en su misericordia, que ha prometido tantas bendiciones a los que le buscan. Oh, Señor, fortaléceme. Y si te place, lléname de toda paz y alegría en el Espíritu Santo». Wilberforce era muy consciente de que, para crecer espiritualmente, primero hay que reconocer la presencia del pecado; sin verse a sí mismo como un pecador que necesita desesperadamente la salvación de Dios, no se puede crecer hacia la imagen de Cristo. Aunque Wilberforce luchaba a diario contra las fuerzas del mal en su época, era plenamente consciente de que la mayor maldad que encontraría procedía de su interior.

Agradece tu santificación

De todos los tesoros que se encuentran en el diario de Wilberforce, también es evidente su profunda gratitud a Dios por su provisión y providencia: «Qué motivo de agradecimiento. Mire por donde mire estoy colmado de bendiciones y misericordias de todo tipo y tamaño. No deseo gastar tiempo en escribir, pero oh, déjame registrar las bondades del Señor».

En su lecho de muerte, no mucho antes de entrar en la presencia del Señor, Wilberforce dijo: «Espero que ningún hombre en la tierra tenga un sentido más fuerte de pecaminosidad e indignidad ante Dios que yo». Cuando su hijo le visitó durante esos últimos días, Wilberforce le pidió que orara por él. Como era de esperar, no pidió a su hijo que orara porque su salud fuera renovada o por su comodidad durante sus últimos días, sino que le pidió orar por una mayor santificación: «...únete a mí en la oración para que el corto resto de mis horas de vida se emplee en ganar esa espiritualidad de la mente que me capacitará para el cielo».

Hasta el final, Wilberforce deseaba ser más santo. Su último deseo era ser más piadoso, más parecido a su Salvador. Comprendió lo que todo pecador salvado por la gracia sabe: que incluso momentos antes de llegar al cielo, ningún pecador es apto para el reino de Dios. Solo Cristo puede proporcionar la justicia necesaria para entrar en la presencia de Dios.

Obsesión ejemplar por la santificación

Así es la obsesión por la santificación. Este es un hombre que no quería nada más que caminar de una manera digna de la vocación con la que había sido llamado. Wilberforce demostró tener las prioridades correctas: la semejanza con Cristo era lo primero y de esa obsesión fluyó su intrépida labor contra la esclavitud. Estoy seguro de que Dios bendijo su trabajo de reforma social porque persiguió la reforma interior antes que cualquier otra cosa.

Si deseas vivir una vida significativa, sigue el ejemplo de Wilberforce: persigue la santificación obsesivamente. Asegúrate de que ninguna otra búsqueda se le equipare. En la providencia de Dios, tu vida santa se hará efectiva en las manos del Rey al que anhelas parecerte mediante la gracia y la responsabilidad de la santificación.