Al considerar cómo predicar, a menudo pensamos en ciertas palabras: fielmente, exegéticamente, expositivamente, apasionadamente, claramente. Me gustaría aprovechar este post para animarte a predicar doxológicamente; a predicar de tal forma que te conduzca, junto con tus oyentes, hacia una adoración sin obstáculos.

Tomemos el ejemplo de las Escrituras.

Pablo, tras discutir cómo la fidelidad de Dios utilizó el endurecimiento de Israel para extender la salvación a los gentiles y preservar un remanente del pueblo judío, estalla en alabanza:

¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues, ¿QUIÉN HA CONOCIDO LA MENTE DEL SEÑOR?, ¿O QUIÉN LLEGO A SER SU CONSEJERO?, ¿O QUIÉN LE HA DADO A ÉL PRIMERO PARA QUE SE LE TENGA QUE RECOMPENSAR? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén. (Rom. 11:33–36)

Pablo concluye toda la epístola, este tratado épico sobre el evangelio, con otra doxología:

Y a aquel que es poderoso para afirmaros conforme a mi evangelio y a la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que ha sido mantenido en secreto durante siglos sin fin, pero que ahora ha sido manifestado, y por las Escrituras de los profetas, conforme al mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las naciones para guiarlas a la obediencia de la fe, al único y sabio Dios, por medio de Jesucristo, sea la gloria para siempre. Amén. (Rom. 16:25–27)

En su enseñanza a los Corintios sobre el cuidado de Dios en las adversidades, Pablo irrumpe en alabanza (2 Cor. 11:31). Frecuentemente inicia sus cartas (su enseñanza específica a las congregaciones locales) con doxologías (Rom. 1:25; 2 Cor. 1:3; Gál. 1:4-5; Ef. 1:3). Al introducir su enseñanza a Timoteo—que trata directamente sobre la forma y función de la iglesia local—con una explicación sobre la obra del Señor en la salvación, esto conduce a una alta expresión doxológica: «Ahora al Rey eterno, inmortal, invisible, al único Dios, sean honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén» (1 Tim. 1:17).

También, concluye ambas cartas a Timoteo—que son quizás los ejemplos más prácticos que tenemos de un siervo de Cristo discipulando a otro—con doxologías (1 Tim. 6:15–16; 2 Tim. 4:18). Su conclusión a la carta a los Filipenses, que expone sobre las alegrías del caminar cristiano, termina con más doxología (Fil. 4:20).

Y Pablo no está solo en esto.

Las cartas de Pedro, centradas en doctrina esencial de la iglesia, el sufrir por Cristo y enfrentar a los falsos maestros, también están llenas de alabanza doxológica (1 Pe. 1:3, 4:11, 5:11; 2 Pe. 3:18). Judas, cuya carta aborda la confrontación de enseñanzas heréticas, también dedica parte de su epístola a la doxología (Judas 24-25).

El autor de Hebreos, al exponer poderosamente la supremacía del Nuevo Pacto sobre el Antiguo, se ve impulsado a irrupciones de alabanza (Heb. 13:20–21). El apóstol Juan, al compartir su visión escatológica con la iglesia, comienza con una doxología (Ap. 1:5–6).

El patrón de las Escrituras muestra que cada tema de la verdad bíblica, cada tema que toca tu vida y la de tu iglesia, debería conducir a la alabanza. La predicación y enseñanza deben llevar a la doxología.

Así que, ¿qué pasa contigo? Cuando estás preparándote para un sermón—estudiando los idiomas originales, analizando el pasaje, consultando comentarios, desarrollando tu esquema, afinando tu homilética, pensando y replanteando tu predicación, orando por tu gente—¿te detienes alguna vez simplemente para dejar que tu corazón cante en alabanza?

Cuando estás componiendo tu próxima explicación sobre las profundas verdades del evangelio, ¿te descubres estallando en gritos de gloria y adoración al Padre, al Hijo y al Espíritu que hicieron realidad esas verdades en tu vida?

Cuando decides cómo contrarrestar el último ataque herético para proteger a los miembros de tu congregación, ¿te sientes inundado por el deseo de alabar al Dios de la verdad?

Cuando trabajas diligentemente para ayudar a tu gente a comprender los detalles de las enseñanzas escatológicas de las Escrituras, ¿sientes un ardor en tu alma por alabar al Salvador que vendrá nuevamente por su novia?

¿Con qué frecuencia, en medio de tu predicación, tu enseñanza te lleva a ofrecer tu propia doxología de manera simple y vocal? Al estudiar para nuestros sermones, al orar por ellos, al prepararlos, al predicarlos... deberíamos sentirnos impulsados a alabar al Señor.

Quiero ser claro, no hablo de algo forzado o artificial. Más bien, lo que digo es que la actitud de tu corazón—el resultado de todo tu estudio, meditación, oración y preparación—debería ser, ante todo, un estado de alabanza desbordante hacia nuestro gran Dios.

¡Debemos vivir de manera doxológica! ¡Y predicar de manera doxológica!

Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran Pastor de las ovejas mediante la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para hacer su voluntad, obrando Él en nosotros lo que es agradable delante de Él mediante Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (Heb. 13:20–21)

[Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en 2016 y ha sido actualizado.]