No hay mejor indicador de cuanto eres —y quieres ser— como Jesucristo que tu respuesta cuando la gente te interrumpe. ¿Te sientes frustrado? ¿Distraído? ¿Ansioso por lidiar con la persona que te ha interrumpido y volver al trabajo? Si es así, tengo que advertirte. Ese no es el camino de Cristo.  

En uno de mis versículos favoritos, Jesús nos discipula en el camino de la interrupción. En Mateo 14:13–14 suceden muchas cosas. Jesús acaba de enterarse de que su querido primo, Juan el bautista, ha muerto, asesinado por Herodes por estar dispuesto a enfrentarse a la fornicación sexual en la casa del rey. En medio del luto, el texto dice que Jesús «se retiró de allí en una barca, solo, a un lugar desierto» (v. 13).  

Este pasaje no nos dice lo que Jesús hace o quiere hacer en el lugar desierto, pero podemos suponer, basándonos en otras ocasiones en que Jesús se retiró a un lugar apartado (cp. Luc. 5:16), que está orando. Sin duda, es una buena idea.


En tiempos de gran angustia, el primer lugar al que debemos ir, y quedarnos por un tiempo, es ante el trono de Dios.


Él conoce nuestras penas. Ha prometido llevarlas. Jesús lo hace en este texto. Está justo donde debe estar, haciendo exactamente lo que debe hacer en ese momento de su vida y de su ministerio.  

Eso es lo que hace que la interrupción que se avecina sea una lección tan profunda para todos los que desean ser como Jesús. No sucedió cuando Jesús simplemente pasaba de una aldea a otra, ni siquiera cuando conversaba con sus discípulos. Ocurrió cuando estaba ocupado en la más noble y valiosa de las búsquedas: la comunión con su Padre celestial.  

Lo mismo ocurrirá con todos nosotros, especialmente con los que ejercemos el pastorado.


Las interrupciones no esperarán hasta algún momento insignificante de nuestras vidas: una tarde viendo televisión, un sábado por la mañana haciendo ejercicio. Interrumpirán el trabajo al que Dios nos ha llamado.


Incluso interferirán en nuestra comunión con Dios. Entonces, cuando ocurra, será fácil justificarse y alejarse. «Ahora no. Lo que estoy haciendo es demasiado importante». Esa actitud puede parecer sensata. Puede parecer necesaria si queremos ser los gurús ultraproductivos que a menudo suponemos que Dios nos ha llamado a ser. Pero esa actitud no podría ser más antitética a la respuesta de Jesús cuando la multitud lo interrumpe. El texto dice: «y cuando las multitudes lo supieron, le siguieron a pie desde las ciudades. Y al desembarcar, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos y sanó a sus enfermos» (vs. 13b–14).

Lo que hace aún más notable la compasión de Jesús es el interés de la gente por esperarlo al pie de la barca. Lo perseguían no porque tuviera palabras de vida eterna, sino porque podía aliviar su malestar físico y momentáneo.  Vienen por las obras que hace Jesús, no por Jesús mismo. Jesús lo sabe. Lo dice a lo largo de todo su ministerio (ver Juan 2:24-25). Sin embargo, el texto dice que Jesús «tuvo compasión de ellos».


Jesús ve su humanidad. Ve sus necesidades físicas. Los ve como almas que necesitan un Salvador. Y cuida de ellos.         


Este acto de amor conlleva un sacrificio. Jesús es un hombre. Un ser humano que necesita dormir. Que anhela la comunión con su Padre celestial. Él, como todos los que compartimos su naturaleza humana, necesita hacer una pausa en el trabajo y descansar la mente y el cuerpo. Pero, a veces, el amor supera el cansancio. Hay momentos de crisis en los que el descanso que necesitamos debe sacrificarse por el amor a los demás.  

Este texto debería llamarnos a reconsiderar esos días ineficaces en los que la gente nos impide abordar nuestra lista de tareas pendientes. Ya sabes a qué me refiero. Te pones a mirar el presupuesto del año que viene, a responder correos electrónicos, a trabajar en ese plan estratégico a cinco años, y en lugar de eso, acabas comiendo con un amigo ansioso, un compañero de trabajo entra en tu oficina y quiere hablar de todo, desde el último partido de fútbol hasta los problemas de su matrimonio. Providencialmente, esa «interrupción» será la voluntad de Dios para tu día. Tal vez esa conversación que te apartó del trabajo —y que tampoco le veías sentido— animó al deprimido, fortaleció al débil, ayudó al confundido o amó al que no era amado.

Ahora que hemos visto la disposición de Jesús a ser interrumpido, y lo que eso significa para quienes le siguen, pongámonos prácticos. ¿Cómo cultivamos un «espíritu interrumpible»? ¿Cómo podemos parecernos más a Cristo en este sentido? Hay varias posibles respuestas, pero hay una estrategia que domina al resto. Es el compromiso de interrumpir a Jesús con regularidad y valentía. Sólo cuando lo hagamos comprenderemos su corazón para con los demás y estaremos preparados para afrontar la avalancha de interrupciones de la vida.   


Hoy, miles de años después de atender a aquella multitud junto al mar de Galilea, Jesús sigue mostrando la misma compasión hacia los pecadores. Está en el cielo, intercediendo por sus amados.


Está a la diestra del Padre, representándonos como el perfecto Dios-hombre. Hebreos 4:14–16 lo dice así. Por tanto, puesto que tenemos un sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, Jesús el Hijo de Dios, mantengámonos firmes en nuestra confesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para que recibamos misericordia y gracia de ayuda en el momento de nuestra necesidad. 

John MacArthur describe bien esta accesibilidad. Hablando de su ministerio público, MacArthur dice «A diferencia de muchos líderes religiosos, Jesús no se recluyó. Todo su ministerio transcurrió en público. No tenía una oficina. No tenía un estudio, no tenía una casa, no tenía una iglesia. Todo su ministerio fue en la calle, en el campo, en las casas de otras personas, en las sinagogas, en el camino, en el mar, con sólo ocasionales retiros al aislamiento para restaurar su energía, descansar su cuerpo, y tener comunión en privado con sus discípulos y darles la primicia de las parábolas. Pero siempre volvía a las multitudes. Y lo primero que quiero decirte sobre Jesús es su accesibilidad».  

 La accesibilidad del Salvador te cambiará. Te hará más accesible, más interrumpible. Más como Él.