Me atrevo a decir que una de las mayores amenazas para la vitalidad espiritual de los cristianos hoy en día es la ausencia de silencio y soledad rutinarios. En 2017, Domo Inc, una empresa de software basada en la nube, midió la cantidad de datos que los seres humanos de todo el mundo generan cada minuto. Sus hallazgos fueron asombrosos: cada minuto se enviaron 15.220.700 textos, se entregaron 103.447.520 correos electrónicos de spam, se compartieron 527.260 fotos en Snapchat, se vieron 4.146.600 vídeos en YouTube y Amazon realizó 258.751 dólares en ventas. En total, solo los estadounidenses utilizaron 2.657.700 gigabytes de datos cada 60 segundos. Sin duda, estas cifras no han hecho más que aumentar en los últimos años. Vivimos en una era de ruido y distracción sin precedentes.

Un conocido cristiano escribió: «Creo que el diablo se ha propuesto monopolizar tres elementos: el ruido, las prisas y las multitudes... Satanás es muy consciente del poder del silencio». Después de leer estas palabras por primera vez, habría adivinado que las había dicho un pastor o un teólogo de nuestra generación. Pero la persona que las escribió fue Jim Elliot, un misionero que murió en 1956. Estas palabras fueron escritas mucho antes de las computadoras, los teléfonos inteligentes, los mensajes de texto, las redes sociales y los correos electrónicos. Si los líderes cristianos estaban preocupados por el apetito de la sociedad por el caos sobre la calma antes de la llegada de estos inventos, imagina el efecto que la tecnología tiene en nuestras vidas hoy en día. Por decir lo menos, la era digital de la accesibilidad y la conectividad ha causado estragos en nuestra capacidad de mantener la santidad del silencio y la soledad.

¿Anti-tecnología?

Vale la pena decir que no estoy en contra de la tecnología. La tecnología está entretejida en mi vida, como sospecho que ocurre con la tuya. No pasa un día sin que la utilice o sienta su impacto. Disfrutamos de innumerables ventajas y comodidades en la vida gracias a la tecnología. Además, la tecnología ha sido fundamental para el avance del evangelio en todo el mundo.
No estoy sugiriendo que cortemos los lazos con la tecnología.

Sin embargo, abogo porque la desconectemos regularmente y dediquemos parte de cada día a estar en silencio y a solas. Sin teléfonos. Sin tabletas. Sin computadora. Sin poder escuchar esa notificación que te avisa de un mensaje de texto o de un comentario en tu publicación en las redes sociales. Apaga los aparatos.


La era digital de la accesibilidad y la conectividad ha causado estragos en nuestra capacidad de mantener la santidad del silencio y la soledad.


En silencio y a solas... intencionalmente. 

El silencio y la soledad que necesitamos no son casuales, cuando las circunstancias del día resultan casualmente en un ambiente tranquilo. El tipo de silencio y soledad que defiendo es intencionado, por lo que este acto no es un fin sí mismo, sino el medio para un fin mayor: la adoración. Hay que reservar tiempo deliberadamente para este esfuerzo. Tal vez Robert Plummer, un erudito del Nuevo Testamento, lo expresa mejor: «Los tiempos de soledad y silencio para el cristiano no son para un estímulo mental o emocional, sino actos de adoración en los que uno puede centrarse ininterrumpidamente en el bondadoso Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo».

Las preocupaciones y distracciones cotidianas de este mundo apartan fácilmente nuestras mentes y corazones de la preeminencia que Dios merece en nuestras vidas. No hay nada intrínsecamente malo en la tecnología o las redes sociales, pero su influencia puede imponer sutilmente un gran daño al alma simplemente porque consumen nuestra atención con tanta facilidad. Considere las palabras del erudito de Antiguo Testamento, Allen P. Ross:

«Nuestra atención al Señor no debe ser una parte ordinaria de la vida; nuestra adoración a Él debería ser la actividad más urgente y gloriosa de nuestra vida. Pero rara vez vemos el esplendor, la belleza y la gloria de la adoración, porque no salimos de nuestro mundo lo suficiente como para comprender a este Dios de la gloria».

El silencio y la soledad rutinarios son una gran ayuda para el cristiano que se esfuerza por mantener la mente puesta en la eternidad mientras está en este mundo (Col. 3:2). Es un tiempo para retirarnos y concentrarnos exclusivamente en el Señor. Muchos utilizan el tiempo para leer las Escrituras, orar, memorizar versículos o anotar sus pensamientos. Esta práctica es necesaria no solo para refrescar nuestras almas, ya que al mismo tiempo nos agudiza para vivir fielmente en este mundo al aprovechar los medios de gracia que Dios nos ha concedido. El día y la época en que vivimos exigen un silencio y una soledad decididos.

Ideas que marcan la pauta.

Hay tres reflexiones finales que deben regir este llamamiento al silencio y a la soledad.

1. El silencio y la soledad no son obligatorios.

No encontrarás un versículo en la Biblia que ordene a los cristianos practicar el silencio y la soledad, pero hay literatura impresa que intenta hacer ese caso. Si bien es cierto que la Biblia contiene numerosos ejemplos del pueblo de Dios dedicado al silencio y la soledad, es un error considerarlo como un requisito.

Parte de la confusión proviene de la propia vida y hábitos de Jesús. Cuando consideramos los años terrenales de Jesús a través de los relatos de los Evangelios, es evidente que se retiró para practicar el silencio y la soledad (Mateo 14:13; Marcos 6:30-32; Lucas 5:16, 6:12). La lógica defectuosa de ordenar «Practicarás el silencio y la soledad» es algo así: porque Jesús (o Pedro, Pablo, etc.) se dedicó a ello, nosotros también debemos hacerlo. Esa conclusión, sin embargo, no comprende la intención del autor de cada uno de esos pasajes. Debemos tener cuidado de no confundir los pasajes descriptivos (que registran hechos que han tenido lugar) con los pasajes prescriptivos (que informan al lector de lo que debe ocurrir). Yo sostengo que los textos de silencio y soledad de la Biblia son todos descriptivos. Por tanto, al hacer este llamamiento, lo hago con la perspectiva de que el silencio y la soledad son sabios para la vida cristiana, pero no una práctica que Dios exija.

2. El silencio y la soledad no son antagónicos con la comunión.

La práctica del silencio y la soledad regulares no equivale a convertirse en un recluso. Los creyentes nunca deben alejarse de la comunión (Heb. 10:25) ni de relacionarse con el mundo que les rodea (Mt. 5:14-16). En su obra, «Life together» (Vida en común), Dietrich Bonhoeffer afirma correctamente: «El que busca la soledad sin compañerismo perece en el abismo de la vanidad, el autoengaño y la desesperación». Un creyente aislado se convertirá en un creyente ocioso, haciendo que la santificación se detenga. No podemos parecernos más a Jesús retirándonos del mundo por completo. Dios usa a las personas en nuestras vidas para moldearnos para nuestro bien y su gloria.

En 1787, una conocida escritora y mecenas llamada Hannah More escribió una carta en la que reflexionaba sobre su propio crecimiento espiritual. Ella proporcionó un comentario perspicaz con respecto al silencio y la soledad:

«Siempre he creído que si pudiera asegurarme un retiro tranquilo como el que ahora he logrado, sería maravillosamente buena; que tendría tiempo libre para almacenar mi mente con tales y tales máximas de sabiduría; que estaría a salvo de tales y tales tentaciones; que, en resumen, todos mis veranos serían períodos suaves de gracia y bondad. Ahora, la desgracia es que, en realidad, he encontrado una gran cantidad de comodidades como esperaba, pero sin ninguna de las virtudes relacionadas. Ciertamente, soy más feliz aquí que en la agitación del mundo, pero no encuentro que yo sea ni un poco mejor».


El silencio y la soledad rutinarios son una gran ayuda para el cristiano que se esfuerza por mantener la mente puesta en la eternidad mientras está en este mundo


3. El silencio y la soledad no son una talla única

No hay un libro de reglas para estar en silencio y a solas. Supongo que esta disciplina será diferente en la vida de cada persona, dadas sus circunstancias. Una madre de cuatro niños pequeños tendrá que ser mucho más intencional para programar tiempo para el silencio y la soledad que un viudo jubilado. Hay libertad para evaluar la mejor manera de incorporar esta práctica de forma rutinaria en tu propia vida. La clave es que, cuando te dediques al silencio y a la soledad, tengas un propósito con ese tiempo y protejas su intención. Como escribió el pastor y teólogo del siglo XVIII Jonathan Edwards, «Un verdadero cristiano... se deleita a veces en retirarse de toda la humanidad, para conversar con Dios en lugares solitarios. Y esto tiene sus ventajas peculiares para fijar su corazón y comprometer sus afectos. La verdadera religión dispone a las personas a estar mucho tiempo a solas en sitios solitarios, para la santa meditación y la oración».

Así que, una vez más, os hago un llamamiento: Comprométete con la rutina del silencio y la soledad. Que refresque tu alma, agudice tu mente y encienda tu afecto por el Dios trino.


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