Porque a vosotros se os ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él. Sufriendo el mismo conflicto que visteis en mí, y que ahora oís que está en mí.
—Filipenses 1:29–30
No me avergüenza confesar que me gusta recibir regalos. Cuando era pequeño, esperaba con impaciencia el día de Navidad porque sabía que habría muchos regalos con mi nombre. Todos estos años después, todavía me emociona desenvolver los regalos. Pero no sólo en Navidad. Me encanta recibir regalos por mi cumpleaños, el Día del Padre, el aniversario. ¡No hay mal momento para recibir uno! A veces recibo un regalo que he estado esperando. Otras veces me pillan desprevenido y me encuentro con que recibo algo completamente sorprendente. Lo esperado y lo inesperado hacen que la experiencia sea emocionante.
Al final del primer capítulo de Filipenses, leemos sobre dos regalos que el Señor da a su pueblo. Uno de ellos es reconocible para nosotros, un regalo que apreciamos con gratitud y celebramos. El segundo regalo no sólo es sorprendente, sino que pocos lo reconocen con agradecimiento. No es un regalo obvio. Rara vez, o nunca, se percibe como tal.
El regalo de la fe
El primer regalo que se menciona en este texto es el de creer. A los cristianos se les ha concedido el don de creer en Jesús. A través del ministerio del Espíritu Santo, los que tenemos fe en Jesús hemos recibido la bendición de confiar en Cristo. Como nos recuerda Efesios 2:8: «Porque por gracia habéis sido salvados mediante la fe. Y esto no de vosotros, sino que es don de Dios». Nosotros, que somos pecadores por naturaleza y demostramos diariamente nuestra indignidad, somos bendecidos al recibir el regalo de la fe. ¿Por qué llamarlo regalo? La humanidad no puede concebirlo, generarlo o fabricarlo. Tampoco es algo que se pueda ganar. Por lo tanto, debe ser una misericordia divina. Fuera de la generosidad de Dios, la fe en Jesús es totalmente inalcanzable. Su don de la ciudadanía celestial cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados es un maravilloso motivo de alegría.
El regalo del sufrimiento
Pasaremos la eternidad dando gracias por el don de la fe, pero hay un segundo don que los creyentes pueden estar mucho menos ansiosos por obtener. La Escritura dice que «se os ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él». Creer en Cristo es un regalo precioso, que recibimos con alegría. ¿Pero sufrir por Él? Este parece ser un regalo que es mejor dejar sin abrir.
Tendemos a querer todo el placer de seguir a Dios y nada del dolor. Sin embargo, el texto es claro: el verbo concedido se extiende tanto a nuestro creer como a nuestro sufrir. La palabra concedido es un verbo compuesto (echaristhe) que viene de la palabra gracia (charis).
Dios nos ha agraciado con el sufrimiento. Este pasaje nos enseña que el sufrimiento no es menos un regalo que la fe.
¿Pensamos así en el sufrimiento por el Evangelio? Cuando alguien nos menosprecia por nuestra fe, ¿lo consideramos un regalo? Algunos experimentamos la persecución de una manera más brutal. En medio de tu aflicción, ¿te das cuenta de que estás recibiendo un regalo de Dios?
En Hechos 5, Pedro y Juan fueron arrestados y encarcelados. Después de una liberación milagrosa, fueron al templo y enseñaron al pueblo. Entonces fueron llevados ante el consejo y amenazados porque estaban enseñando en el nombre de Jesús. Finalmente, fueron golpeados y se les ordenó dejar de predicar. En su respuesta, observamos un ejemplo notable de lo que significa recibir el sufrimiento como un regalo de Dios. Hechos 5:41 registra: «Ellos, pues, salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre».
Estos dos hombres—encarcelados, amenazados y golpeados—respondieron con alegría. ¿Cómo podían alegrarse Pedro y Juan? Las amenazas eran reales, al igual que sus heridas. Sin embargo, sus espíritus fueron vigorizados porque consideraron su sufrimiento como un honor. Recibieron el don de la persecución por causa de su Salvador
Preparación para la perseverancia
Haríamos bien en detenernos a considerar por qué las Escrituras afirman el regalo del sufrimiento. ¿Por qué Pablo enfatiza esta realidad espiritual para los filipenses? Sin duda, los está preparando para perseverar en la fe cuando llegue su momento. Sería demasiado fácil para estos creyentes regocijarse por el don de la salvación, sólo para cuestionar la bondad de Dios cuando sufran la persecución.
¿Suena esto como un dilema conocido para los creyentes de hoy? Algunos se regodean en la bondad de Dios hasta que surgen las dificultades. Pablo está ayudando a los filipenses, y a nosotros, a entender que cuando experimentamos malos tratos por el Nombre de Jesús, no es porque Dios nos haya abandonado. Al contrario, somos bendecidos cuando sufrimos. Una vez más, podemos decir que hemos sido agraciados con el don del sufrimiento.
La persecución es una realidad inevitable para el creyente. ¿Cómo debemos prepararnos para ella? Debemos aferrarnos a las dos verdades de este texto. Primero, descansamos en la seguridad de que nuestra fe en Cristo como Salvador es un regalo de Dios, y Él será fiel hasta el final. Luego, recordamos que, al igual que el sufrimiento, también llegará la bendición. Cuando llegue tu hora, aférrate a la realidad de que tu lucha te ha sido concedida.
Primera de Pedro 1:6–7 nos asegura que hay bondad en medio de nuestro dolor. Pedro afirma: «En esto os regocijáis grandemente, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, habéis sido angustiados por diversas pruebas, para que la prueba de vuestra fe, siendo más preciosa que el oro que es perecedero, aunque sea probada por el fuego, sea hallada para que resulte en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo».
Alabado sea Dios por sus buenos regalos, sean los que sean.