En algún momento antes de mis ochenta años, comencé a darme cuenta de que ahora estoy en el capítulo final de mi vida y ministerio. Quiero terminar bien la carrera. He estado pensando mucho sobre lo que eso significa y por qué es tan importante.  La Escritura y la historia de la iglesia están llenas de ejemplos trágicos de hombres que mostraron un gran potencial, pero no terminaron bien la carrera.

Demas fue un colaborador del apóstol Pablo. Él es mencionado en el penúltimo versículo de Filemón junto con Marcos, Aristarco y Lucas. Pablo se refiere a todos ellos por igual como «mis colaboradores». Colosenses 4:14 también nombra a Demas como un compañero de Pablo y Lucas. No había un nivel más alto para el ministerio cristiano y la plantación de iglesias. Demas sirvió en un rol importante, estratégico y distinguido. Pablo no lo habría incluido en su equipo misionero si Demas no hubiera mostrado un alto grado de compromiso y capacidad.

Sin embargo, en la última epístola inspirada de Pablo, el apóstol menciona a Demas de manera distinta. Segunda de Timoteo 4:10 registra estas palabras profundamente tristes: «Porque Demas me ha desamparado, amando este mundo». Bajo la amenaza de la persecución y la presión diaria de cuidar de todas las iglesias (cp. 2 Co. 11:28), Demas abandonó su llamado. Él fue seducido por los placeres de este mundo presente. Él arruinó su propio testimonio. No terminó bien la carrera.

Existe un peligro muy real de que alguien que haya vivido y servido a Cristo fielmente la mayor parte de su vida pueda volverse perezoso, descuidado, indiferente o tibio en la fe —y así tropezar antes de llegar a la meta. Hay ejemplos preocupantes de esto en la historia de la iglesia hasta el día de hoy. Robert Robinson fue un erudito bautista que escribió el himno «Fuente de la vida eterna». Robinson había sido profundamente influenciado por la predicación de George Whitefield y emprendió el ministerio pastoral con celo y dedicación —o al menos eso parecía. Pero gradualmente perdió su pasión. Él se volvió más un profesor que un predicador, y aunque él continuaba realizando todas las formalidades del ritual religioso, su corazón no estaba realmente en ello. En un momento de su vida avanzada mientras viajaba en un transporte público, una mujer estaba reflexionando sobre la letra de «Fuente de la vida eterna» y le preguntó a Robinson si conocía el himno. Él famosamente respondió: «Señora, yo soy el pobre y desdichado hombre que escribió ese himno hace muchos años y daría mil mundos, si los tuviera, por disfrutar de los sentimientos que tenía entonces». 

«Fuente de la vida eterna» incluye estas líneas:

Propenso a apartarme, Señor, lo reconozco,
Propenso a abandonar al Dios que amo.

Robinson era consciente de manera clara y profunda de su propia debilidad e inclinación al pecado, pero eso no le impidió terminar miserablemente.

Todos conocemos a siervos de Cristo dotados que han caído en pecados escandalosos que los descalifican, desacreditando sus testimonios, deshonrando a Cristo y destruyendo su capacidad para terminar bien la carrera. Y aquí hay una razón por la que esto es un problema tan grande: vivir fielmente la vida cristiana no es más fácil a medida que envejecemos. La santificación no se vuelve más fácil con una edad avanzada. El número y la intensidad de los dardos de fuego que los poderes del mal dirigen hacia nosotros no disminuyen. Los obstáculos que enfrentamos no se vuelven más fáciles de superar. Además, la Escritura nos advierte: «El que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Co. 10:12). 

El apóstol Pablo, firme como era, estaba profundamente consciente de los peligros de caer. Él escribió: «Corred de tal manera que lo obtengáis» (1 Co. 9:24). «Yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (vv. 26–27). 

Yo quiero seguir el ejemplo de Pablo. Quiero que nuestros estudiantes de seminario sigan ese mismo ejemplo. Quiero que cada pastor que asista a nuestras Shepherds’ Conferences sea encendido con un celo por terminar bien. Quiero que todo cristiano apunte a esa corona incorruptible, a correr para ganar y a terminar bien. Al final de nuestras vidas, queremos poder decir lo que Pablo le dijo a su hijo en la fe en 2 Timoteo 4:7–8: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día». Esas fueron prácticamente las últimas palabras registradas del apóstol. Él cerró la epístola con algunas observaciones personales, pero esta fue su declaración final de triunfo: «He guardado la fe». Pablo había llegado al final de su vida terrenal y fue un final eternamente triunfal. Él estaba en la cima de la lealtad a su Señor, ensangrentado, pero sin rendirse. No hay un triunfo más elevado para el cristiano.

Mi oración para usted, querido lector, es que también pelee la buena batalla triunfalmente: que un día usted termine la carrera victoriosamente y que guarde la fe con devoción inquebrantable.

 

Un extracto de Terminar bien la carrera: La estrategia del apóstol Pablo para un ministerio bendecido por Dios y una devoción a Cristo de por vida por John MacArthur (Gracia a Vosotros, 2025), pp. 1–5.