Valiente.
Ninguna palabra describe mejor al profeta Daniel. Los creyentes se han maravillado durante mucho tiempo de su voluntad de soportar con valentía una noche en presencia de leones hambrientos—sabiendo que la muerte era un resultado probable—porque estimaba a Dios por encima de los hombres.
Hay una sencilla moraleja en la historia de Daniel: mantenerse firme por Dios, sin importar las consecuencias.
Y la aplicación parece obvia. Ten el mismo valor que el profeta. No cedas tus convicciones, aunque el resultado sea la muerte. Por supuesto, seguir el ejemplo de Daniel no siempre es tan sencillo. Ese tipo de convicción puede ser costosa y, a menudo, peligrosa. El valor de Daniel puede costar la vida, ¿y quién está dispuesto a pagar ese precio?
Para entender por qué Daniel tuvo tanto valor —y cómo podemos tenerlo también—debemos comprender que el combustible del valor de Daniel no eran sus convicciones. Era el Dios al que servía.
Obviamente, Daniel era un hombre de convicciones. Sin embargo, no construyó esas convicciones por sí mismo. En cambio, vio la voluntad y la obra de Dios en él y a su alrededor.
El conocimiento verdadero y experimental de quién es Dios y lo qué Él está haciendo transformó a Daniel.
Nuestra sociedad pagana—nuestra Babilonia moderna—no es tan diferente de la sociedad de la época de Daniel. Los creyentes del siglo XXI tienen mucho en común con el pueblo de Dios del mundo antiguo. Nosotros también somos extranjeros en una tierra extraña y pagana. A nosotros también se nos pide que cedamos en nuestra fe, que prometamos lealtad a los hombres por encima de Dios, y que abandonemos nuestra devoción a nuestro Rey celestial. Y si queremos compartir la determinación de Daniel, debemos sacar nuestro valor de la misma fuente que él. Las historias que contamos sobre este gran hombre de Dios tratan menos del hombre y más de su Dios. Aunque el llamado a ser valientes y fieles puede ser difícil, no es imposible porque no depende de nuestras fuerzas. Nuestra valentía puede ser la misma que la de Daniel porque nuestro Dios es su Dios.
En este artículo, compartiré tres estímulos para una vida valiente que ancla nuestra valentía no en nosotros mismos, sino en el Dios bondadoso y generoso que concede convicciones sólidas y fidelidad para toda la vida.
Dios determina dónde somos plantados
El libro de Daniel comienza describiendo la trágica caída del pueblo judío en manos de los babilonios (606-605 a.C.). La narración describe la completa toma del poder por un rey, Nabucodonosor de Babilonia, que cree haber derrotado al mismísimo YHWH cuando transportó «los utensilios de la casa de Dios... a la casa de su dios, y los utensilios al tesoro de su dios» (Dan. 1:2).
Después de haber despojado aparentemente al pueblo judío de su Dios, Nabucodonosor pide y exige lo que quiere de ellos. Recluta a los hijos de Israel para su servicio personal (Dn. 1:3–5), y educa a estos muchachos hebreos en las costumbres y sistemas de Babilonia. Incluso les cambia el nombre para desvincularlos de su legado judío y en su lugar los introduce a una nueva cultura pagana. Dadas esas circunstancias, Daniel habría tenido todos los motivos para sentirse quebrantado, angustiado o indignado. Pero no es así, porque Daniel reconoce la providencia de Dios en su vida. Daniel 1:2 contiene la clave del valor de Daniel en un entorno hostil. Dice que el caos, la pérdida de un hogar, el dominio de una potencia extranjera, la necesidad de asimilarse a una nueva cultura fueron ordenados por Dios mismo. «El Señor le entregó a Joaquín, rey de Judá» (Dn. 1:2). Lo que Nabucodonosor nunca imaginó fue que su conquista del pueblo de Dios encajaba perfectamente en la voluntad y los propósitos diseñados por Dios para Su pueblo.
El mundo no se escapó de las manos de Dios en tiempos de Daniel. Tampoco hoy. En su sabiduría, Dios siempre planta a su pueblo en tierra fértil donde puedan vivir y ministrar con valentía. ¿De qué sirve el valor si no es necesario? Cuando el mundo parece estar más en contra del pueblo de Dios, sus siervos tienen la mayor oportunidad de demostrar que son personas de convicción y audacia sobrenatural. Mientras las naciones se enfurecen, el Rey del cielo se ríe y se burla (Sal. 2:1–4). Así, el pueblo de Dios ni tiembla ni teme. Si Dios nos ha traído hasta aquí, Él nos llevará hasta el final.
La época actual se ha vuelto cada vez más ceótica y, a veces, puede ser tentador pensar que el futuro de la Iglesia es sombrío.
Pero antes de desanimarte o desesperarte, recuerda que incluso el día de hoy pertenece a Dios. Él nos lo ha dado para que podamos demostrar con valentía que somos suyos.
Dios anima a los que lo arriesgan todo
Como joven en tierra extranjera, Daniel aceptó muchas cosas en su nueva forma de vida. Soportó tres años de reeducación, aprendió un nuevo idioma e incluso se cambió el nombre. Pero no pudo adoptar todo lo que venía con este cambio de vida. Cuando se le ofrecieron los manjares de la mesa del rey, «Daniel decidió no contaminarse con los manjares selectos del rey ni con el vino que bebía» (Dn. 1:8).
En parte, la postura de Daniel tenía que ver con la comida consagrada a ídolos paganos. Participar en ella equivaldría a reconocer a los dioses de Babilonia. También es probable que la comida de la mesa del rey se hubiera desviado de las restricciones dietéticas judías (Lv. 11). Ciertamente, Daniel no quería quebrantar la ley de Dios. Pero aún más, quería mostrarle al mundo dónde estaba su lealtad. Su plan de hacerse vegano (estoy bromeando) en lugar de disfrutar del buffet del rey era una declaración de su dependencia de Dios en lugar del autoproclamado dios de Babilonia.
Lo hermoso de esta historia es que Dios honra la determinación de Daniel.
El joven se comprometió con el Señor, y por eso, él y sus amigos se volvieron más fuertes y de mejor apariencia que los demás siervos del rey (Dn. 1:14–16). A pesar de rebelarse, halló favor a los ojos de quienes debían gobernarlo. Dios concedió a Daniel favor y compasión en el corazón de sus enemigos (Dan. 1:9).
Nuestra fe es tentada diariamente en esta Babilonia moderna. El pueblo de Dios sigue siendo tentado a cenar en el lujoso mercado del mundo en lugar de hacerlo en la generosa mesa del Señor. Pero sólo aquellos resueltos a honrar a Dios son honrados al final.
Los bienes de este mundo caducan. El pan del Señor dura para siempre.
Daniel era valiente porque no temía a la muerte. Podemos ser audaces porque nos espera la vida verdadera y eterna. Nosotros, como aquel gran profeta, debemos vivir comprometidos con lo que predicó el Salvador: «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la hallará» (Mt. 16, 25).
Quien teme a Dios no necesita temer a nada más. Y los que andan en el temor del Señor caminan por la senda del favor de Dios, que primordialmente promete la vida eterna (Pr. 8:32–36). El mundo no puede alterar ni frustrar lo que Dios ha prometido a su pueblo. Puesto que la vida eterna es nuestra, podemos mantener con valentía nuestras convicciones.
Dios capacita a su pueblo para toda la vida
Vale la pena observar cómo termina el primer capítulo de Daniel. Después de que el joven fue sacado de su casa, puesto en cautiverio donde su vida estaba en juego, y luego recompensado junto con sus amigos por su lealtad al Señor, el texto dice: «Daniel estuvo allí hasta el año primero del rey Ciro» (Dn. 1:21). La provisión de Dios no fue un hecho aislado. Él permitió que Daniel le sirviera fielmente durante un largo período de tiempo, y bajo múltiples reyes.
Ciro no era rey al principio de esta historia. No entraría en escena hasta el año 539 a.C., cuando sus fuerzas conquistaron a los babilonios. Cuando el rey Ciro llegó a esa tierra, encontró a un judío anciano y sabio que, durante casi 70 años, continuó dedicándose fielmente a su Dios en una tierra extranjera y pagana.
Muy a menudo los creyentes viven como si necesitaran valor «uno de estos días». Miramos y percibimos que la batalla está lejos, así que bajamos la guardia y nuestro entrenamiento para la guerra se desvanece. Pero el valor necesario en el día del combate no estará allí si no profundizamos nuestras convicciones ahora mismo.
El mensaje de Daniel es que no podemos esperar a ver si tenemos valor cuando más se necesita. Una vida fiel se desarrolla día a día.
Si vamos a mantenernos firmes por la causa de Dios algún día, debemos profundizar nuestra relación y devoción a Él hoy. El que se compromete fielmente con el Señor, gozándose frecuentemente y adorando a Dios por su carácter y testimonio, estará listo para resistir la presión del mundo cuando venga. Daniel fue hallado fiel al final porque fue dependiente desde el principio. Los que dependen en gran manera son edificados para resistir la prueba del tiempo (Mat. 24:13).
Valentía para hoy
El valor que sostuvo a Daniel sigue ofreciéndose hoy al pueblo de Dios. Durante los últimos años, ha sido un gozo y un privilegio beneficiarme de primera mano de la predicación y el cuidado pastoral del pastor John MacArthur. A menudo me pregunto cómo lo hace y cómo sigue haciéndolo. Cincuenta y cuatro años de ministerio fiel, semana tras semana, domingo tras domingo, versículo a versículo, predicando la Palabra de Dios y equipando a hombres piadosos con las herramientas necesarias para desenterrar los tesoros de las Escrituras. Y hace todo esto en un mundo que se ha vuelto cada vez más hostil, desdeñoso y ambivalente hacia el Evangelio de Cristo.
Repetidamente durante esta temporada única, pienso en dos palabras que el pastor John ha dicho a menudo al pensar en la razón por la que puede defender tan audazmente a Cristo y a su Iglesia:
“Nosotros ganamos.”
Aquellos a quienes admiramos y consideramos valientes derivan su audacia de la certeza. La certeza genera confianza. Si hemos de animarnos a defender la verdad con la plenitud de la convicción hasta nuestro último aliento, contemplemos, maravillémonos y adoremos al Dios que es veraz y cuyas promesas son seguras.