Como seguramente sucede con muchos, el libro de Eclesiastés a menudo me ha dejado confundido. Cuando estaba en la escuela secundaria, una recién convertida una vez comentó sinceramente: «Amo el libro de Eclesiastés; es simplemente tan deprimente». Inseguro del mensaje del libro yo mismo, me quedé sin palabras, aunque dudaba que el autor pretendiera que ese sentimiento fuera nuestra conclusión.

Luego, hace un par de años, en medio de tal vez la temporada más difícil de mi vida, leí un libro llamado «Viviendo al revés» (Living life backwards), de David Gibson. El libro explora el argumento de Eclesiastés, guiando cuidadosamente a los lectores a través del mensaje del predicador (es decir, el autor de Eclesiastés, el rey Salomón). Aparte de la Biblia, no creo que ningún otro libro haya ministrado más a mi alma. La habilidad de Gibson para explicar de manera concisa y pastoral Eclesiastés es asombrosa. Sus esfuerzos me hicieron enamorarme de las palabras del predicador, por eso he descrito algunos de sus puntos principales en este artículo. 

Acepta la muerte 

Si bien hay mucho que considerar en Eclesiastés, quiero centrarme en un aspecto de las palabras de Salomón que dejó una impresión duradera en mi vida. Se encuentra en Eclesiastés 7:2.

«Mejor es ir a una casa de luto
que ir a una casa de banquete
porque aquello es el fin de todo hombre,
y al que vive lo hará reflexionar en su corazón».

El versículo resume perfectamente uno de los principales argumentos del predicador que se encuentra a lo largo de su escrito: aceptar la muerte. Contrario a nuestra inclinación natural, nos instruye que es mejor quedarse en una funeraria que en un restaurante. ¿Por qué? Porque la muerte espera a todos los hombres.

Desde el primer capítulo, Salomón construye su caso para recordarnos lo frágiles y transitorios que somos en esta tierra. Observa con sinceridad que nuestras vidas serán olvidadas por la próxima generación (Ec. 1:11). El alcance de la muerte, señala, se apodera tanto del sabio como del necio (Ec. 2:14). Al igual que las bestias y los seres que se arrastran por la tierra, nuestros cuerpos son débiles; todos volveremos al polvo (Ec. 3:19–20).

Aceptar la muerte. Esas no son dos palabras que decimos a menudo. De hecho, nuestra sociedad nos condiciona a hacer lo contrario. A creer que la muerte es una ilusión. Un espejismo. Un evento lejano que nunca debe disminuir nuestro deseo de vivir como elijamos. Rechaza la muerte, predica nuestra cultura. Barrámosla. Pero para el predicador, ese tipo de pensamiento es la máxima tontería. Se propone destrozar la inclinación dentro de cada uno de nosotros de vivir como si la muerte no fuera real.

Reconoce la maldición

La base de su llamado a aceptar la muerte comienza en el segundo verso de Eclesiastés. Cinco veces menciona cómo esta vida es hevel (הָֽבֶל, vanidad). Al usar este término hebreo, declara que la vida es un aliento o un vapor. Es como la hierba y las flores del campo que florecen un día y de repente desaparecen (Sal. 103:15–16). O la condensación que sale de tu boca en una mañana fría. O el humo que se escapa de la vela y desaparece casi instantáneamente. Esa es la naturaleza de hevel.

En cierto sentido, el predicador no está diciendo algo nuevo. Solo está reempaquetando verdades eternas de una manera directa, pero increíblemente útil. Su sabiduría se remonta a las primeras páginas del Antiguo Testamento.


¿Por qué quiere el predicador que aceptemos la muerte? Porque es un realista.
Reconoce la presencia de la maldición y quiere que nosotros también lo hagamos.


La posibilidad de la maldición se menciona en Génesis 2:17, donde Dios le dice a Adán que si come del árbol del conocimiento del bien y del mal, morirá. Esa maldición se pone en acción en Génesis 3 después de que Adán y Eva pecan, y se reitera cuando Dios le dice a Adán que volverá al polvo (Gn. 3:19). Y unos pocos versículos más adelante, vemos que esta maldición es permanente; no existe un camino de regreso al árbol de la vida (Gn. 3:22–24). Nuestras vidas se limitarán a un máximo de 120 años en esta tierra (Gn. 6:1–3).

Adán y Eva se dieron cuenta de los efectos de la maldición. Aceptaron la muerte. Su segundo hijo se llamaba Hevel (Abel), un reconocimiento por parte de ellos de que la vida ahora es un aliento. Trágicamente, la muerte alcanzaría a ese hijo primero. La fragilidad de la vida fuera del Edén quedó demostrada a través del acto sin sentido de Caín. Un día, Abel salió al campo con su hermano y nunca regresó. Su nombre prefiguraba su muerte inesperada y sirve como un anticipo del fin de toda la humanidad.

Vive la vida al revés

Debido a la maldición, nuestras vidas son hevel. Al implorarnos que aceptemos la muerte y reconozcamos la maldición, el predicador no está siendo sombrío o insensible. La muerte es antinatural, una realidad que no existía en la buena creación original de Dios. Del mismo modo, la muerte es dolorosa, una fuente de aflicción y pesar. Pero no se equivoquen, fuera del jardín, la muerte es el destino de toda la humanidad. Hay un evento garantizado que tendrá lugar en tu vida: perecerás.

La belleza de Eclesiastés, sin embargo, es que no es un libro sobre la muerte, sino sobre la vida. El objetivo del rey Salomón es instruirnos sobre cómo vivir. Darnos una perspectiva honesta sobre la vida para que podamos vivir de una manera que honre y agrade a Dios. Por eso, el predicador dirige repetidamente nuestra atención hacia la muerte.

Vive la vida al revés; esa es la clave. La mayoría de nosotros pensamos en la vida desde el principio hasta el final, pero el predicador nos dice que comencemos por el final.


Construye tu vida en torno a lo que es cierto, no en torno a lo que es temporal e impredecible.


Todo en la vida (cada pensamiento, palabra, decisión y acción) debe filtrarse a través del entendimiento de que un día nos presentaremos ante un Dios santo y daremos cuentas. Al final, lo más importante es que «temamos a Dios y cumplamos sus mandamientos» (Ec.12:13).

Una invitación

Entonces, ven a la casa del luto. Quédate en ella. Reflexiona sobre su significado. Acepta su existencia. La última frase de Eclesiastés 7:2 es la clave de este verso y, en muchos sentidos, desbloquea el mensaje de todo el libro: los vivos lo tomarán a pecho. Permite que la casa del luto se convierta en tu instructor sobre cómo vivir realmente. Toma sus enseñanzas en serio.

Mientras sales de la casa del luto, aceptando la muerte y esforzándote ahora por vivir la vida al revés, fija tu mirada en el Rey Jesús. Disfruta de las glorias de su resurrección y la salvación que ha comprado. Anhela nuestra futura resurrección y el cumplimiento de los nuevos cielos y la nueva tierra. Disfruta de esta vida al tiempo que la centras en las realidades permanentes que están por venir.